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El mismo día que recibí la noticia de que estaríamos juntas en clase por un año, un mensaje inesperado iluminó la pantalla de mi teléfono. Era un WhatsApp tuyo, una grieta en el muro de silencio que habíamos erigido entre nosotras. La curiosidad y la reticencia se mezclaron mientras leía las palabras que intentaban atravesar el abismo entre nuestros mundos fragmentados.

"Quiero arreglar lo que pasó entre nosotras por culpa de mi exnovio", decía el mensaje. Las palabras flotaban como hojas en un río turbulento, llevando consigo la promesa de un posible entendimiento. Mientras absorbía la esencia de cada palabra, la tristeza y la furia en mí se movían como corrientes subterráneas, dispuestas a emerger.

La decisión de responder se convirtió en una encrucijada entre el deseo de dejar atrás el pasado y la precaución arraigada por las cicatrices que nuestras acciones dejaron en nuestras almas. Finalmente, decidí abrir la puerta a la posibilidad de una conversación, aunque la esperanza era un faro parpadeante en la oscuridad de nuestra relación fracturada.

"Estamos en la misma clase ahora, ¿no es suficiente?" respondí, mezclando resignación y desafío en mis palabras. La idea de revivir viejas heridas era como un peso adicional en la mochila de desilusiones que llevaba conmigo cada día en el aula.

Los días pasaron y, entre encuentros forzados y mensajes que flotaban en el abismo virtual, una tensa calma se instaló. En cada palabra que compartíamos, se tejía una trama frágil de entendimiento y desconfianza.

Nuestros encuentros en clase continuaron, ahora agravados por la incertidumbre de lo que podría surgir de nuestras conversaciones en línea. Las emociones, aún enredadas en la maraña de nuestro pasado, buscaban una vía para liberarse, pero el miedo a la vulnerabilidad mantenía las puertas cerradas.

"más que amigas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora