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En el eco de mi celosía, una extraña coreografía se desataba entre Lauren y yo. Decidí contarle cada uno de mis enamoramientos repentinos, no por un genuino interés en compartir, sino como una forma peculiar de canalizar mis celos hacia ella. Entre risas incómodas y gestos de desconcierto, una sombra se cernía sobre nuestras conversaciones.

Una de mis "víctimas" emocionales era mi profesora de inglés, una figura que, según Lauren, no despertaba la misma admiración. A pesar de mis intentos de provocarla con mis revelaciones, encontraba en Lauren un respaldo constante. Su apoyo, incluso cuando mis confesiones eran más una artimaña que una revelación genuina, se convertía en una constante en medio de la inestabilidad emocional que yo misma había desatado.

El acto de perturbar a Lauren con mis "enamoramientos" se volvía un juego extraño y complicado. Cada confesión llevaba consigo la esperanza de obtener una reacción, de sentir que mi celosía encontraba una respuesta tangible. Sin embargo, Lauren, con su paciencia y comprensión, desarmaba mis intentos de provocación.

A pesar de la peculiaridad de esta danza emocional, la conexión entre nosotras permanecía. A medida que la risa se disolvía y las conversaciones tomaban tonos más serios, la base de nuestra amistad demostraba ser resistente a las sombras de la provocación y los celos.

La danza emocional, aunque peculiar, dejaba entrever la fuerza de nuestra conexión. Con cada confesión y cada gesto de apoyo, nos adentrábamos en un terreno donde las líneas entre la provocación y la autenticidad se desdibujaban, revelando una relación que trascendía los juegos superficiales y se sumergía en la esencia misma de la amistad.

"más que amigas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora