Desde el primer día en la universidad sabíamos que no iba a ser nada fácil, el rector Peterson nos había citado en el auditorio junto al resto de novatos para así lanzarnos el sermón que habituaba usar para plantar miedo en la carne fresca de su institución; nos habló de que ese era sólo el principio de un largo camino, nos exhortó a mantener el ritmo y a no distraernos, pues detrás de nosotros habían cientos de estudiantes magníficos esperando cualquier fallo para así tomar nuestro lugar; demasiado cliché para mi gusto, pero eso no le restaba veracidad a sus palabras, pues nosotros estábamos conscientes de que era una de las universidades que anualmente recibía más peticiones, además de tener a un amplio grupo de caza talentos extendidos por todo el país buscando a el Albert Einstein o a la Marie Curie de la era moderna.
Por suerte muchas de las clases que debía tomar empalmaban con las de mi amigo, lo cual era una gran ventaja, sobre todo por la carrera en la que estábamos una en la cual los proyectos y trabajos en equipo podían ser la diferencia entre volvernos exitosos hombres de negocios o tristes pordioseros.
Quizá no éramos los más destacados en cuanto a conocimiento, pero teníamos una gran visión y muchas ideas, cada una mejor que la anterior; sin lugar a dudas la clase en la cual más destacábamos era programación, materia basada en crear un vínculo mediante lenguaje binario entre hombre y máquina buscando así una interacción más simple y completa, lo cual tanto a Michael como a mí nos parecía algo indispensable en la creación de una entidad robótica. Aún con nuestros amplios conocimientos del tema (modestia aparte) no podíamos negar que la clase era bastante difícil, sobre todo por el profesor Osborn, un viejo hombre de unos setenta años y barba canosa con cara de pocos amigos, el cual siempre nos pidió nada menos que la perfección en su materia, argumentando que de no ser así, jamás podríamos destacar en el tan competitivo mundo de la robótica. Este hombre nos mostró una infinidad de datos y conocimientos que aún en mi peor momento no puedo sacar de mi mente, cielos el simple hecho de pensar lo que diría al verme acá arriba me pone la piel de gallina, seguramente empezaría con que fuí un desperdicio de potencial y que no entiende como alguien como yo terminó en tan precaria posición, pero bueno amigos míos así es el juego de la vida y vaya que conozco las reglas del mismo.
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En caída libre
Teen FictionLa vida tiene muchas alegrías, momentos inolvidables que te acompañaran por años dándole significado a la aventura que es vivir. Pero, ¿qué pasaría si todo lo que construiste se derrumbara? En el juego de la vida uno puede perder o ganar y en esta h...