3. Resaca.

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Kiara Davis

Al chico y a mi nos pareció que salir por la cochera no era una mala idea. Mientras él salía por la puerta principal yo ya lo estaba esperando afuera procurando que ninguno de los vecinos chismosos pasara o se asomara por la ventana, no quería más chismes de mi —que por cierto uno que otro era verdadero aunque la gente exageraba a veces—. Él por fin sale del la casa.

—Ven —dice caminando apresuradamente al auto y abriéndolo del lado del piloto—, sube antes de que nos descubran. —me indica, así que rodeo el auto y me subo.

Ambos en el auto, ninguno se atreve a decir nada, me pongo el cinturón de seguridad y salimos.

Una ráfaga de imágenes atraviesan en ese instante, si, esas imágenes de anoche, el recuerdo de Leo es tan asqueroso que me causa nauseas. Ver a Hannah totalmente desnuda no es una de mis vistas favoritas y ahora quedará impregnado en mis retinas para siempre. Siento como si me hubieran dado un golpe bajo..., pero al mismo tiempo como si me quitaran una carga de encima. Mi cabeza es un remolino de emociones desde ayer, ni yo misma logro entenderme.

El rugido de mi estómago llama mi atención y la del castaño quien me ha volteado a ver de reojo. No puedo creer que después de haber vomitado hace unos minutos mi estómago pida comida. Me remuevo en mi asiento un tanto incomoda y vuelvo a perder mis pensamientos de nuevo; un par de calles más adelante nos detenemos.

—¿Qué sucede? —pregunto extrañada volteando a ver al chico a mi lado.

—No puedo dejar que vayas así a tu casa. Necesitas comer. —habla quitándose el cinturón de seguridad y bajando del auto azotando la puerta. Él rodea el auto por la parte de atrás para después posicionarse a lado de mi puerta—. ¿Vas a salir o desayunaré solo?

Lo miro extrañada por aquella inesperada invitación, aun así decido salir. Después de que pusiera la alarma nos adentramos al local: Una cafetería. La campanita suena al entrar, escogemos una mesa —o más bien el castaño lo hace—, y nos sentamos en una mesa a lado de la ventana. Ordenamos algo sencillo y cuando la mesera se va ambos quedamos en silencio tal y como íbamos en el auto solo que ahora es mucho más incomodo, en el auto podía desviar mi mirada hacia fuera, pero ahora lo tengo de frente y mirar el exterior no servirá de nada porque aun lo tendré en mi campo visual.

—Sabes, no era necesario venir aquí —soy la primera en hablar y romper con este silencio tan denso.

—Claro que si, estas pálida. —responde serio. Como si de alguna manera intentase tragarse su orgullo. Conozco ese sentimiento.

Le lanzo una mirada extrañada y llevo mis manos a la cara tocando mis mejillas, están frías al igual que el resto de mi cara, y como no estarlo las vacaciones de invierno han comenzado y con ellas un clima helado. Pero esto no es solo por el clima, creo que verdaderamente no estoy en condiciones para mostrarme así en casa.

Cuando intento abrir un tema de conversación con él, este saca su celular de su abrigo y se pone a chatear —creo— con alguien. Quisiera hacer lo mismo, lástima que mis cosas las dejé en la fiesta en el cuarto de Leo donde me había cambiado y que por supuesto la olvidé cuando salí huyendo de aquel lugar luego de semejante escena.

El desayuno llega luego de unos minutos entreteniéndome con las servilletas. El chico sentado frente a mi deja de lado su celular y toma sus cubiertos, él parece estar concentrado en su desayuno aunque no con una expresión satisfactoria como la mía al sentir la comida entrar por mi boca. No, se le nota preocupado.

—¿Estas bien? —se me ocurre preguntar.

—Si, todo esta perfecto —contesta, aunque más para mi parece decírselo a él mismo.

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