Jamie Evans
Tenemos un debate en el cual nuestras lenguas son nuestras únicas armas. Ese niño malcriado cree que puede vencerme en esto en el cual ya tengo años de experiencia. Hacer gestos es parte de mi viva desde que me metí a estudiar actuación por internet, cursos básicos que me han ayudado hasta ahora, pero no suficiente. Los gestos de un personaje son importantes para diferenciar a uno del otro es por eso que se trabaja en ello, claro si hablamos de teatro.
La gente a nuestro alrededor se nos queda viendo como algún experimento fallido de la naturaleza, como un bicho desconocido no clasificado. Claro, como es posible que un chico como yo, a punto de cumplir la mayoría de edad, esté discutiendo con un niño que no parece superar los 10 años de la manera más infantil posible, a quien se le ocurriría. Sin embargo, yo no siento vergüenza alguna, dejé de sentirla hace mucho tiempo, es más, me agrada hacerlo, así ejercito los músculos de mi cara a parte de que me recuerda a mi hermana y a mi cuando éramos pequeños, lo hacíamos muy seguido y mamá siempre terminaba mandándonos a cada quien a su cuarto.
—Ya contrólate, Jamie, me avergüenza ser tu amiga. —me regaña Layla quien me jala de la parte del cuello hacia atrás para volverme a sentar en mi asiento.
Vuelvo la vista antes de sentarme bien. Me asomo por una pequeña abertura entre el asiento de Layla y el mío.
—Ok, ok, tal vez hayas ganado esta batalla, niño, pero la guerra sigue de aquí hasta que aterrice el avión. —le advierto.
Me volteo hacia Layla quien me mira con desaprobación.
—¿En serio?
—¿Qué? —me encojo de hombros—. Me estaba pateando el asiento.
Blanquea sus ojos.
—¿Y no podías haberle dicho a sus padres?
Eso es una buena opción, que de hecho si la pensé, pero la única persona mayor a su alrededor tiene audífonos y ronca mientras duerme, ¿qué otra opción tenía?
Niego con la cabeza ante su sugerencia y ella se vuelve a poner los audífonos alejando su atención de mi.
Después de que mis padres aceptaran ir a pasar las vacaciones en la nueva casa de mi hermana, llamé a Layla para comentarle que para estas fiestas no iba a estar en casa. Después de hablar de todo y de nada, se me ocurrió la fabulosa idea de traerla conmigo, ya somos amigos de años, desde pequeños, hemos crecido juntos, somos prácticamente como hermanos. Bueno, el caso es que tuve que preguntarle a Hazel si era posible, ella con gusto aceptó de inmediato ya que ella y Layla se llevaban bien. Volví a marcarle a mi amiga para que pidiera permiso en su casa, me colgó después de darle todos los datos: a donde íbamos, con quien, cuanto tiempo, cuantos nos íbamos, etcétera. Luego de unos minutos devolvió la llamada, me dijo que si la habían dejado y que estaría en mi casa a las 10 de la mañana y...
Hijo de...
En serio, uno aquí ya no puede narrar con tranquilidad.
El niño vuelve a patear mi asiento haciéndome revotar y tirar mis cacahuates, que comencé a comer, sobre mi. Volteo de nuevo sacándole la lengua, el responde de la misma manera. Comenzamos a discutir de nuevo tal y como llevamos haciéndolo desde que abordamos al avión.
—Mocoso malcriado. —espeto.
—Aliento de perro. —contraataca.
—Niño de mami.
—Tonto
—Engrei... —unas manos me tapan la boca interrumpiendo mi siguiente insulto y me llevan hacia atrás acostándome en los dos asientos.
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Gracias por Encontrarme
Genç KurguKiara y Jamie están rotos, ambos dañados, y tratan de salir adelante combatiendo sus propias batallas a su manera hasta que descubren que ninguno de los dos no puede hacerlo sin el otro. Solo hay un problema, ella fue la causante del dolor de él, y...