Capítulo II. Fuego del ocaso

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La travesía de los enanos desde Mithdidôr hasta Érebor se había extendido un par de días

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La travesía de los enanos desde Mithdidôr hasta Érebor se había extendido un par de días. Al llegar a su Reino bajo la Montaña, no tardó en aparecer sobrevolando la cabeza de algunos guardias una paloma blanca con un rollito de papel amarrado a una de sus patas rosadas. Ésta, aterrizó finalmente sobre el trono de Thrór que, al ver al rey, descendió hasta posarse sobre el antebrazo del enano. Era un mensaje proveniente del Reino del Bosque Verde firmado por su rey, exponiendo sobre el papel que ese mismo día les haría una visita de cierta importancia.

El rey elfo, Thranduil, no tardó en aparecer pasado el atardecer, con las últimas luces que emergían de Anar. Las puertas de Érebor se abrieron ante él y sus guardianes para que continuarn su camino por el pasillo que conducía hacia el teono del rey en aquellos bastos salonea de piedra. El motivo de su visita era, al igual que los reyes de Mithdidôr, un tratado de paz más entre elfos y enanos, todo por la defensa del este de la Tierra Media. El rey Thranduil le rindió su confianza y su lealtad al rey Thrór, a cambio de unas gemas blancas que emanaban la misma luz que la luna alegando que era un legado de su familia, y que así había aido siempre. Por ello, su codicia camuflada por un vulgar trueque de servicio-joyas no le convencían al príncipe menor, quién no paraba de cuestionar si la palabra del rey elfo sería acatada, o no. Pero Thrór, harto de sabiduría por su larga vida, descifró el engaño del rey elfo, lo que le llevó a negar la entrega de las gemas blancas de Lasgalen; y así los elfos, abandonarían la montaña con un sabor amargo en sus bocas y la furia a flor de piel por el desprecio recibido.

A las afueras, se encontraba la gran ciudad de Valle, una grandiosa localidad en donde enanos, elfos y hombres se reunían en armonía para intercambiar mercancias, o también para que sus hijos jugasen en las grandes atracciones que había allí, la gran mayoría subvencionadas y construidas por los enanos de la Montaña Solitaria. En resumen, una ciudad muy digna de admiración.

Durante varios años, el rey Thrór había reunido un grandioso botín de oro, joyas, plata pura a la que denominaban mithril* y todo tipo de objetos valiosos. Pero nada más valioso que una gran joya blanca.

En una ocasión, uno de los excavadores encontró una piedra brillante como ninguna otra hasta entonces. Parecía como una estrella caída del mismo cielo, o para quienes quieran pensar otras cosas más fantásticas, incluso dicha piedra se podría llegar a considerar o confundir con un Silmaril. Pero eso es otra historia que ahora no nos concierne.

El excavador había llegado al corazón de la Montaña. Esta piedra para Thrór reflejó que su derecho de reinar era divino y, por consecuente, el derecho de reinar de todo su linaje, de todo el linaje de Durin. Decidió llamarla la Piedra del Arca, la joya del rey, ante la que todos los siete reinos de los enanos responderían sabiendo que su portador sería el Rey bajo la Montaña. Pero las ansias que tenía Thrór de poseer más reliquias como ésta no cesaban, su ambición era insaciable; esto era algo más que un deseo, era una enfermedad de la mente. Una obsesión mezquina. Una relación tóxica. Una maldición. Y allí donde surgen los problemas, se desencadenan los infortunios.

Dor e aran Thorin (Corazón del rey Thorin) | El HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora