Capítulo V. ¿Cazadora o cazada?

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Tras el largo periodo de casi ciento cuarenta años, Kilâna se disponía a cumplir ciento setenta y dos (sin haber contado todos aquellos milenios en los que supuestamente había permanecido criogenizada), aunque a ella le habían pasado muy rápido en...

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Tras el largo periodo de casi ciento cuarenta años, Kilâna se disponía a cumplir ciento setenta y dos (sin haber contado todos aquellos milenios en los que supuestamente había permanecido criogenizada), aunque a ella le habían pasado muy rápido en su vida de inmortal. En todos estos años, la pelinegra había trabajado en un puesto donde sus habilidades de lucha le eran muy útiles, además de ganarse un lugar en la sociedad. Se había convertido en una cazarrecompensas. Para mucha gente, los de su oficio eran como héroes que libraban al mundo de gentuza y alimañas, otros los consideraban asesinos y en especial a ella por las atroces muertes que otorgaba a las víctimas y los rumores sobre lo que les hacía a sus presas antes de quitarles la vida. Cada vez que iba a matar a uno de sus objetivos y los iba a entregar a la persona que ofrecía la recompensa por sus cabezas, Kilâna los vaciaba de toda su sangre, los drenaba y les dejaba una marca de reconocimiento en el cuello, es decir, su firma: sus dos colmillos en el cuello, y con un cuchillo, unía ambos puntos formando así una "A", siendo la marca de los caninos los dos puntos inferiores de dicha inicial. Además, había conseguido un apodo que honraba a su manera de asesinar en la noche, puesto que de día no podía mostrarse si no era cubierta entera por una capa, un pañuelo ocultando su rostro y guantes. Degollaba a todas sus víctimas bajo el manto estrellado, siempre, bajo la luz de Ithil. La llamaron La Dama de las Sombras pero otros, de forma un tanto despectiva y con ideas más oscuras acerca de la elfa, la llamaban La Mujer de la Sombra Secreta, que era la traducción de un término quenya para referirse a aquella bestia de las tinieblas de la que le había hablado Gandalf: thuringwethil*.

Kilâna había combatido contra todo tipo de criaturas: hombres malhechores, forajidos, orcos, trasgos mercenarios al servicio de los orcos normalmente, huargos que salían de sus escondrijos para causar el terror e incluso contra algún que otro trol patoso, que siempre se resistían a morir. Aún así, no tardaron en aparecer cazarrecompensas por la otra parte para dar caza a la cazadora que les estaba dando muerte, además de temer que fuera aquella criatura terrorífica e inmortal que a cada día que pasaba, se ocultaba menos. Esa criatura que alzaba el vuelo en la noche y se alimentaba del néctar rojo de sus víctimas, de su sangre.

En una de las empresas, Kilâna tenía que encargarse de un gobernador corrupto en un pueblo cercano a la marca de Minas Tirith, o eso había leído en un folleto colgado en la posada de Bree, donde solía descansar la mayor parte de las noches cuando trabajaba.

Al llegar sobre su montura negra con las crines oscuras, su fiel pura sangre Cirano, apenas pasado el ocaso con Anar ya oculto, divisó el pequeño pueblo aparentemente sin habitantes o cualquier movimiento. Se adentró en él y, efectivamente, estaba totalmente desierto como si fuera un pueblo fantasma. Desenvainó su fiel Gurthang desde el lado izquierdo de su cadera y siguió explorando el pueblo a fondo. No oía ni veía a nadie, cosa que la estaba preocupando demasiado.

"¿Habrán atacado el pueblo los orcos? Pero, ¿por qué?" Pensó Kilâna mientras Cirano trotaba despacio por las calles de aquel pueblucho. Aquel lugar estaba totalmente desolado, así que estaba decidida a irse, no merecía la pena malgastar más tiempo intentando descubrir dónde estaban sus gentes.

Dor e aran Thorin (Corazón del rey Thorin) | El HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora