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21 de abril, 1930


Había dos cosas que rara vez se veía en el Centro Sempere, eran dos cosas que cada vez que sucedían, sorprendían a cualquier persona que ahí trabajara, porque sabían lo difícil y extraño que eran, una más que otra. La primera de ellas era ver a un paciente salir caminando, totalmente saludable, por la puerta delantera en lugar de salir en una bolsa de cadáveres. La otra, y aun más extraña que la primera era recibir visitas del exterior.

Los pacientes llegaban junto a sus familiares, pero quizás era el boca a boca o simplemente el miedo irracional a lo desconocido, pero más temprano que tarde los familiares comenzaban a llamar para averiguar la evolución de su paciente en lugar de presentarse físicamente. Los demás doctores no tenían problemas en sentarse tardes enteras en sus despachos a llamar a la familia de cada uno de sus pacientes para contarles cómo iban evolucionando sus pacientes. Yo también hacía eso, aunque nunca me negaba si alguien pedía un trato más personalizado.

— Perdón por la tardanza —comenté, tomando asiento junto a la mesa de la cafetería. El señor y la señora Iero estaban frente a mí, sacudiendo la cabeza y diciendo que no importaba, que comprendían porque venía de tan lejos.

— ¿Le pido un café, doctor? —Dijo Linda Iero.

Yo asentí y mientras ella intercambiaba palabras con la camarera, me dediqué a examinar mis documentos, estudiando por cual comenzar. Le extendí uno al señor Iero, y luego de mirarlo por largos segundos me lo regresó, con mirada interrogante.

— No entiendo —murmuró—, ¿qué significa?

— ¿Va a estar bien, doctor? —Preguntó Linda.

Dejé ir un largo suspiro y esperé a que mi café llegara a la mesa, los vi intercambiar una mirada de confusión, pero necesitaba ordenar mis ideas antes de abrir la boca, no quería empeorar aun más todo lo que estaba sucediendo en esta familia.

— Ayer llegaron las placas que el radiologista tomó de su tórax. Si desean pueden ir a verlas, pero les explicaré a grandes rasgos qué es lo que descubrimos —bebí un largo sorbo de café y luego procedí—. Verán, el virus parece haber tomado total control de Frank. Ya no está solo en sus pulmones sino que ahora salió de ellos, ha causado hemorragias internas y Frank está cada vez más débil. Respirar es más difícil cada minuto que pasa, y no tenemos los medios para alargar más su vida.

— Cuanto, doctor —fue Frank, su padre, quien habló.

— Días —respondí—, una semana si tiene suerte.

Linda comenzó a llorar y refugió su rostro en el regazo de su marido, Frank, en cambio, asintió una sola vez y desvió la mirada. Ellos estaban sufriendo, eran totalmente transparentes en ese momento. Pero Frank también sufría allá en la clínica, y no podía sentir lástima para con ellos porque mi corazón estaba a seis kilómetros de ahí, junto a mi paciente favorito, en la cama de hospital.

— Cuando comencé el tratamiento con este nuevo tipo de antibióticos pensé que iba a, por lo menos, remitir. Pero ese no fue el caso, Frank no presentó signos de mejora y ahora... bueno, ahora solo queda esperar a que el día llegue.

— Quiero verlo, quiero ver a mi hijo —exclamó Linda después de un rato—. Tengo derecho a despedirme de él.

Frank padre me miró a la cara.

beyond ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora