5

691 154 71
                                    


17 de mayo 1930


El cementerio se mantuvo en el rabillo de mi ojo cuando pasamos por él, rumbo a casa de mi hermano. Su charla con respecto al trabajo no se detuvo en ningún momento, pero mi mente no le prestaba atención alguna. Y luego de unos quince minutos más de viaje llegamos al bonito barrio en donde se había instalado para formar su nueva familia. Me bajé del auto para acompañarlo hasta la puerta y su esposa fue a abrir en cuanto nos plantamos frente a la puerta. Traía su ondulado cabello recogido en una coleta y una larga bata de seda modelando su delgada figura. Era una mujer atractiva, y estaba al tanto de eso.

— Gracias por traerlo, cuñado —dijo, dándome un sonoro beso en la mejilla y girándose a mirar con desaprobación a tu esposo— ¿Así es como animas a tu hermano, Michael?

Mikey sonrió como un niño pequeño.

— Es culpa mía —me atreví a decir—, abrí una botella de vino para ambos pero luego decidí que no quería beber.

— Me dejó bebiendo solo —exclamó Mikey, acomodando sus anteojos con la diestra, y en cuanto se acercó a besar a su esposa, ésta lo apartó.

— Sabes que no me gusta besarte cuando estás ebrio —dijo ella—. Ahora ve a darte una ducha y a la cama, y no vayas a hablarle a los niños, sabes que no me gusta que te vean cuando has bebido.

Mi hermano asintió con pesar, y nos dimos un último abrazo antes de que él subiera las escaleras con algo de dificultad, rumbo a la segunda planta de la casa. Entonces mi cuñada se acercó a cerrar la puerta, y luego me tomó del brazo para invitarme a la sala de estar.

— Ya debo marcharme —dije, pero ella no me prestó atención.

— Te prepararé un café, llevamos meses sin vernos —me dedicó esa encantadora sonrisa suya, y aunque mi atención seguía puesta en el cementerio, tuve que acceder a retrasar mis planes unos minutos más para quedarme ahí con mi cuñada.

Diez minutos después estábamos ambos sentados a la mesa, con una humeante taza de café en frente y un plato de galletitas hechas por ella. Lucía cansada, quizás era algo que mi hermano no notaba porque gran parte del día estaba fuera de casa, pero la tarea de su esposa era difícil, sobre todo con tres pequeños que cuidar.

— ¿Y ya sabes cuál es el diagnóstico de James? —Pregunté bebiendo un sorbo de mi taza de café.

Ella suspiró.

— Los doctores no tienen nada seguro, aunque creen que nació con esa enfermedad. Pero es tan pequeño, Gerard. Tiene solo diez meses y ha pasado más tiempo en el hospital que sus dos hermanos mayores.

— ¿Qué es lo que han descartado? —Pregunté dándole una solitaria caricia a su mano sobre la mesa.

— Lo primero que descartaron fue tuberculosis, y eso me tranquilizó muchísimo... pero seguimos sin saber nada. Hay una clínica al otro lado del país, pero tu hermano dice que es demasiado costoso y que tendremos que esperar... esperar, ¡Es su hijo! ¿Esperar qué?

— ¿Cuánto dinero necesitan?

Ella negó de inmediato.

— Ni siquiera lo pienses, ya nos has ayudado bastante.

— Pero Kristin —dije tomando su mano derecha entre las mías.

— Pero nada —ella se puso de pie—, esto es entre tu hermano y yo, Gerard. No quiero que sigas facilitándole las cosas, ¿Te habló de más esta noche?

beyond ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora