21 de mayo, 1930
— Buenos días... —la sonrisa se instauró de inmediato en mis labios, incluso antes de abrir los ojos. Últimamente estaba teniendo una asombrosa racha de buenos días aunque, a decir verdad, se debía simplemente a que despertaba junto a Frank cada día. La luz que se colaba a través del visillo golpeaba de lleno en su perfil, dándole un aire totalmente angelical a su pálida piel.
Si debo confesar algo es que en estos últimos días raramente había abandonado la cama. Simplemente había tanto que decirle, tantas cosas con las que ponernos al día que el tiempo no alcanzaba. Habían sido tres o cuatro días de locos, es difícil llevar la cuenta de los días cuando estás pasándola tan bien, tan difícil que olvidas incluso comer o darte un baño. Pero al final, al despertar junto a él y estar media hora mirándolo dormir, decidí que era un buen día para quebrar esta nueva rutina y abandonar la cama. Aunque sea por unos minutos.
Cuando salí del baño, luego de una fría ducha que despertó mis sentidos. Descubrí que la casa olía mal. Era un aroma totalmente nuevo y difícil de identificar por completo, aunque Frank tiene algo de culpa ahí. Abrí cada ventana de la casa, y cuando gran parte del olor se fue decidí contrarrestar los residuos que habían quedado impregnados, con algunos inciensos. Y aunque al final de una hora la casa tenía esta extraña nube de humo aromatizado por sobre mi cabeza, he de admitir que hacía un excelente trabajo ocultando otros olores.
Con eso bajo la alfombra, me decidí a limpiar la casa. Los restos de mi cena con Mikey seguían en la mesa y era bastante creíble que una colonia de hongos estuviese desarrollándose en los platos que habíamos ocupado. Pero luego, con la botella de vino desechada y cada pieza de loza secándose junto al fregadero, la casa dejó de parecer un lugar abandonado y comenzó a lucir más como un hogar. El hogar en el que de ahora en adelante Frank y yo viviríamos hasta envejecer.
Encendí la radio y tarareando una canción de Helen Kane comencé a preparar el almuerzo para nosotros dos, después de todo la hora del desayuno había quedado muy atrás. No había muchas cosas frescas en casa, pero logré hacer algo de arroz con especias para crear una sopa que aunque lucía mal, olía bastante bien. Y mientras mi almuerzo terminaba de cocinarse, alguien llamó a la puerta.
¿Quién podría ser?
Acomodándome la corbata me acerqué a la puerta, pero antes de abrir decidí ir a cerrar la puerta de mi habitación. No quería que el ruido molestara a Frank en lo absoluto, su sueño debía ser respetado.
— ¡Gerard! —Escuché a través de la puerta, y los nudillos comenzaron a golpear con más fuerza. Era la voz de mi hermano menor, totalmente identificable. ¿Pero por qué tanto escándalo?
— ¿Hola? —Dije al abrir la puerta, mirándolo como si hubiese perdido la cabeza. Su rostro lucía extraño, como si hubiese corrido durante veinte kilómetros solo para tocar mi puerta. Traía los anteojos en la punta de la nariz y los acomodó antes de mirarme de pies a cabeza, acercándose a abrazarme como si no lo hubiese hecho en años. Totalmente extraño. — ¿Estás bien? —Pregunté.
— Oh, Gerard —suspiró él. Pasando de mí para entrar a la casa. Miró extrañado la exagerada cantidad de inciensos que había en casa y la nube de humo en el techo, y luego comenzó a arrugar la nariz como un sabueso, olfateando algo. Se acercó a la puerta de mi habitación, y justo antes de salir corriendo en pos de él para que no la abriera, se giró hacia mí, encogiéndose de hombros. — ¿Qué es esa peste? —preguntó, regresando a la sala para lanzarse sobre el sofá de tres cuerpos.
Un largo suspiro abandonó mis labios, hasta entonces no me había dado cuenta que estaba conteniendo la respiración.
— Un problema con las tuberías —respondí simplemente—, el plomero vendrá esta tarde. Lo encontré en la guía telefónica.
— Espero que no te cobre demasiado, esos tipos creen ser los últimos en la tierra —dijo mi hermano, llevándose una mano a frotar sus ojos por detrás de sus anteojos, al parecer el humo estaba molestándolo.
— Como sea —dije, desviando la mirada a la habitación. No quería que Frank despertara sin que yo estuviera ahí para ser lo primero que sus ojos miraran—, ¿Qué te trae por aquí?
— McConnell —respondió, pero el apellido simplemente no me resultaba familiar—. Es un niño de unos 10 años, dijo el paramédico que era paciente tuyo... falleció anoche y hoy fuimos a buscar su cuerpo. Muy triste todo, era un niño.
— ¿Timothy? —Pregunté con un hilo de voz.
— Supongo que ese es su nombre —dijo Mikey como si fuese cualquier cosa.
Para él todos eran así, solo un cuerpo más para poner en un ataúd. Solo dinero, un cliente más... y no podía comprender cómo demonios un niño tan dulce se había transformado en un hombre sin corazón. Yo, por otro lado, no pude evitar conmoverme ante su repentina muerte. La última vez que lo vi estaba bien, mejorando día tras día y su madre no podía estar más emocionada porque su pequeño pronto iba a estar de regreso en casa. Dejé ir un suspiro, pensando en el dibujo que hace un tiempo me hizo. Era un niño tan adorable.
— Y también pasaba porque estoy preocupado por ti —dijo luego de un rato, mirándome por encima de sus anteojos—. Me dijeron que ni siquiera has llamado para reportarte enfermo, ¿Estás bien?
— Sí... —respondí encogiéndome de hombros— Simplemente no he querido ir a trabajar, ¿hay algo malo con eso?
— No —respondió Mikey—. Papá cree que es mejor porque así evitas enfermarte o enamorarte de una desahuciada —lo último lo dijo riendo, y aunque parecía disfrutar su broma yo sentí necesario reír con él.
— Estoy pensando en renunciar —mentí—. Lo he estado pensando y creo que es peligroso trabajar ahí así que... posiblemente trabaje aquí en la ciudad. Ya sabes, haciendo visitas a domicilio y todo eso. Tengo algunos contactos —No podía parar de mentir.
— Me parece genial —dijo Mikey, sonriendo sinceramente. Y luego de mirar su reloj de bolsillo se puso de pie—. Creo que mi hora de colación terminó hace quince minutos... debería regresar antes de que papá acabe conmigo.
— Sí... gracias por pasar a visitarme —sonreí, acercándome a él para acompañarlo a la salida—. Pero estaré algo ocupado o quizás ni siquiera esté en casa por el trabajo, así que... llama antes de venir a verme, ¿Está bien?
— Claro —respondió mi hermano menor, alargando la última palabra. Dio un largo respiro cuando estuvo afuera, y se giró a mirarme una última vez—; buena suerte con tus tuberías, hermano. Si fueras un lunático creería que tienes un cadáver escondido ahí dentro.
Y entre risas se marchó rumbo a su auto mientras algo bastante similar a una risa histérica abandonaba mis labios. Cerré la puerta sosteniendo mi corazón en una mano, pero no tuve tiempo para volverme loco porque tuve que correr a la cocina a salvar mi almuerzo. Pero estaba bien.
Serví la mesa para dos personas, y luego fui a buscar a Frank a la cama. Su cabeza quedó justo contra mi hombro y no pude evitar sonreír al ver su angelical rostro tan cercano al mío. Con cuidado tracé el camino hacia el comedor y lo dejé sobre la silla predispuesta para él. Sus antebrazos quedaron sobre la mesa, sus piernas contenidas con delgadas correas para que no se deslizara y su cabeza alzada con una pequeña almohadilla. Había reemplazado su traje por uno de los míos porque después de aquél día había quedado empapadísimo, y aunque mi ropa le quedaba algo grande, se veía todavía más encantador así.
Tomé asiento frente a él en la mesa y alcé mi copa de vino en su honor. Y mientras bebía el contenido de esta, a través del cristal de la copa pude ver sus labios sonreír. Frank estaba tan feliz a mi lado como yo estaba al suyo, era fácil de ver.
— Te amo —suspiré dejando mi copa sobre la mesa.
Frank sabe que no miento. Dios sabe que no miento. Lo amo. Haría cualquier cosa por él. Cualquier cosa.

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beyond ・ frerard
FanfictionA diferencia de lo que muchos piensan, la muerte no es el final para todo, al menos no es el final para el amor. Y eso es algo que el doctor Way puede dar por firmado, porque aunque la muerte le arrebató a su paciente favorito de los brazos, sabe qu...