17 mayo, 1930
Los minutos exactos después de la muerte de Frank pasaron volando ante mis ojos. Fue como si de pronto toda la calma que habíamos estado experimentado en esos minutos juntos se hubiese desvanecido en un torbellino de gritos y bruscos movimientos que me empujaron lejos de su cuerpo sin vida. Verán, la tuberculosis es una enfermedad bastante contagiosa y letal, pero luego de unos exámenes descubrieron que había tenido la mayor suerte del mundo, y no estaba en mi sistema. Como sea, regresando a aquél momento, me empujaron lejos de él y comenzaron a preparar su cadáver. A gritos me sacaron el detalle de sus últimos minutos con vida y los enumeré, pasando por alto nuestro beso. Y luego cubrieron su cuerpo y se lo llevaron a una de las camillas de metal en la planta baja, esperando por el servicio fúnebre que corría por parte de su familia.
Yo me quedé de pie en su habitación, tomé de su mesita de noche su perfume y un pequeño álbum de fotografías y con eso abrazado a mí, salí de la clínica. Y regresé a casa. Supe luego, por teléfono, que sus padres enviaron a una de las casas fúnebres más costosas de la ciudad y ellos prepararon a Frank, para llevárselo directamente al cementerio. Sus padres tenían terror de que el virus fuese a contagiarlos a ellos o a su familia. Así que Frank pasó la noche en la clínica y luego, durante la mañana, realizaron un pequeño servicio en el cementerio antes de dejarlo descansar para siempre bajo la tierra.
Desearía haber estado ahí, haberlo acompañado en ese momento que, conociendo a sus padres, fue planificado y totalmente frío. Frank merecía mucho más que eso... merecía una despedida llena de flores, canciones y llantos sinceros. Merecía un discurso interminable sobre su apasionada y corta vida. Merecía tanto...
Pero el momento pasó, y los días lo hicieron también. Mi teléfono no dejó de sonar durante la semana siguiente y solo me presenté en la clínica para darles el gusto y hacerme aquél examen. Y una vez comprobaron que estaba limpio regresé a casa, así pasé los días siguientes. Hasta que tres semanas se cumplieron desde su muerte... y los días siguieron avanzando.
Era obvio que el mundo exterior había avanzado también, seguramente había un nuevo paciente en la cama de Frank y sus padres ya estaban recomponiéndose de su muerte. Quizás en la clínica era solo un nombre en algún archivo, y para mí se suponía que debía serlo igual. Era un médico, por el amor de Dios. La muerte era pan de cada día en mi trabajo, y aun así estaba totalmente destrozado por dentro... nunca había sentido tal vacío. Y muy en el fondo, sabía que nunca iba a poder llenarlo.
Mí día a día era quedarme en la cama o encerrarme en el estudio a leer poesía vieja. Bebía café y comía cuando tenía hambre pero la verdad es que no disfrutaba nada. Y después de unos días incluso la poesía dejó de ser interesante, los libros significaban para mí solo letras sobre papel y la idea de salir al mundo para respirar aire fresco era todavía peor. No quería aire fresco, no quería seguir adelante, no quería perder la sensación de aquél último beso, o el aroma del perfume que ahora olía cada vez que lo necesitaba.
Y de pronto, cuando todo dejó de ser nuevo para mí, comencé a crear. Intenté escribir poemas pero descubrí que no era mi fuerte, intenté escribir canciones pero todo parecía tan monótono... quizás mi alma deprimida no era mi mejor amiga para crear ese tipo de arte, pero tenía uno en donde era un poco mejor. Y las fotografías de Frank me ayudaron, y también claro, la imagen de Frank en mi memoria. Pero verlo cuando todavía esa enfermedad no comenzaba a consumirlo era algo extrañamemente placentero... había memorizado con precisión cada detalle en su rostro que las imágenes impresas sobre el papel dejaban ver. Había sonrisas, había miradas que te atravesaban el alma... había cariño cuando se abrazaba con sus dos amigos en una de las fotos, había tanta vida en ese Frank que era horrible saber que se había convertido en un cadáver que se pudría bajo la tierra.
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beyond ・ frerard
FanfictionA diferencia de lo que muchos piensan, la muerte no es el final para todo, al menos no es el final para el amor. Y eso es algo que el doctor Way puede dar por firmado, porque aunque la muerte le arrebató a su paciente favorito de los brazos, sabe qu...