8. Persecución

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Emily

Abrí la puerta de nuestra nueva a casa y empujé a Adam hasta el sillón del living. Me toqué la cabeza con frustración. Esto no puede pasar, no en estos momentos. Si mi hermano se enferma durante la misión, estaremos jodidos, a él lo sacaran de esto mientras que a mí me asignarán otro compañero con quien completarla, y obviamente no quiero eso.

Adam estaba temblando.

Tomé una toalla y le puse agua. Luego se la puse en la cabeza.

—¿Cómo te ocurrió esto, Adam? —susurré.

Me desplomé en el sillón que estaba a su lado. El agotamiento era notable, y aparentemente por parte de ambos.

Me froté los ojos.

Me levanté y corrí hacia mi habitación para buscar mi laptop, la tomé y regresé a donde estaba.

Puse la imagen de la cámara que mostraba el campo de la secundaria.

Samantha no estaba ahí.

Revisé todas las cámaras de la escuela, la del estacionamiento, la de la entrada e incluso la de los pasillos. Nada.

No estaba.

Me fijé en las cámaras que estaban cerca de su casa, y ahí estaba. Sentada sola en un banco de madera, en un parque.

Suspiré aliviada.

Cerré la laptop y me concentré en Adam.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté mientras tocaba su hombro.

Abrió los ojos.

—Como si un camión hubiese pasado por mi cabeza para derribarlo todo —respondió con un tono algo sarcástico.

Sonreí.

—Estás mejor de lo que pensaba —comenté y le di unas palmaditas.

Tosió.

—¿Y ella cómo está? —preguntó y cerró los ojos.

Fruncí el ceño e hice una mueca.

—¿Ella? ¿Te refieres a Sam? —pregunté con una ceja alzada.

Hizo un leve asentimiento con la cabeza a la vez que hacía una mueca.

—Está bien, acabo de revisar las cámaras. Está segura —contesté con cierta intriga por su pregunta.

Se aclaró la garganta.

—¿Sabes? Ella se veía muy preocupada. —Sonrió de lado y continuó —. Fue la única que preguntó si me pasaba algo. Eso fue muy amable...

Y se calló.

Me acerqué a él. Seguía respirando.

Solo se había quedado dormido.

Hice una mueca. Justo en la parte más interesante.

—No estabas tan bien como pensaba al final —comenté.

Después tomé dos mantas y se las puse.

Lo miré con cierta ternura.

Me recuerda a cuando él tan solo tenía cinco años y yo siete. Siempre tenía que cuidarlo, y más aún cuando se enfermaba.

Espias En La SecundariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora