Capítulo 8

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Legolas abrió los ojos cuando lo subieron en un caballo debajo del árbol. Mareado, no reaccionó cuando le ataron una cuerda al cuello. El otro extremo estaba anudado en una rama y cuando vio el rostro de Cayel se enfureció.

"¡¡Cayel, traidor!!"

Cayel sonrió, burlón.

"¿Traidor, principito? Me siento muy ofendido."

"¿Por qué haces esto? ¿Qué es lo que quieres?" –entonces Legolas se dio cuenta de que estaba desnudo de cintura para arriba y que tenía las manos atadas a la espalda.

"Estoy harto de esta conversación, así que seré breve: quiero el Bosque Negro, ¡y para ello tienes que morir! ¿Entiendes?"

Legolas le lanzó una mirada asesina e intentó liberarse, pero no pudo por mucho que lo intentó. Solo consiguió que las heridas que tenía en las muñecas empezaran a sangrar.

"Hasta nunca, querido príncipe" –se rio Cayel. Y entonces le dio una palmada al caballo.

Sobresaltado, el animal se encabritó para luego salir al galope. Al principio, Legolas avanzó con él, pero entonces la cuerda tiró de él hacia atrás y se quedó colgando como una marioneta, sacudiendo las piernas y retorciéndose en busca de aire. La cuerda se apretaba cada vez más y no podía respirar. En estado de pánico, no podía dejar de retorcerse.

Sonriendo fríamente al ver al príncipe moribundo, Cayel le ordenó a sus guerreros:

"Dejémoslo aquí para los orcos. Tenemos que volver al palacio. El trono es nuestro."

Y así, sin esperar al último aliento de Legolas, el traidor del Bosque Negro y los guerreros montaron hacia el palacio. Estaban totalmente seguros de que el príncipe no saldría de esa.

Pero Legolas no se había rendido. Sentía la cabeza y los pulmones a punto de explotar por la falta de aire, pero seguía luchando por permanecer con vida. Escuchaba un extraño zumbido y le temblaba el cuerpo de miedo. Sabía que estaba a punto de morir, pero no admitiría la derrota. Ni ahora, ni nunca... al menos mientras le quedara un atisbo de vida.

Con los ojos cerrados para soportar el dolor, Legolas usó la fuerza que le quedaba y sus músculos debilitados para balancearse, intentando hacer caer la rama a la que estaba atado. ¡Rómpete! ¡Rómpete, maldición! Si hubiera podido respirar, el príncipe habría gritado cuando le empezó a sangrar el cuello por la cuerda.

Se balanceó una y otra vez con todas sus fuerzas... hasta que la rama se rompió debido a su peso. Lo siguiente que supo es que caía de bruces al suelo y se golpeaba la cabeza con la rama rota.

¡Lo conseguí! Se las arregló para pensar, aliviado... justo antes de que lo reclamara el olvido...

"¡Como sigamos a este ritmo nunca llegaremos al Bosque Negro!" –se quejó Aragorn, haciendo acelerar a su caballo

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"¡Como sigamos a este ritmo nunca llegaremos al Bosque Negro!" –se quejó Aragorn, haciendo acelerar a su caballo.

"¿Qué ocurre, Estel? ¡Llevas de mal humor todo el día!" –comentó Elrohir.

Tormenta en el ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora