Capítulo 3

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"Ah, príncipe Legolas. Pasa, por favor –lo invitó lord Cayel. Tras asentir, Legolas entró en su casa. El príncipe se había dado un largo baño y ahora llevaba una túnica verde que resaltaba sus ojos plateados y el brillo de su cabello dorado-. ¿A qué debo el honor de la visita, su alteza?" –preguntó Cayel mientras conducía al príncipe hasta su estudio.

"Solo estoy haciendo una ronda, lord Cayel. Me han dicho que hay varios elflings enfermos y quiero averiguar si tiene algo que ver con el estado de la fuente –dijo Legolas-. ¿Cómo están tus nietos? ¿Se encuentran bien?"

Legolas había visitado varios hogares con elflings y la mayoría sufría el mismo mal: vómitos, diarrea y fiebre baja. Les había sugerido algunas hierbas a los padres preocupados, y aunque no estaban gravemente enfermos, el verlos tan débiles y con tanto malestar solo hizo que sus ganas de resolver el problema aumentaran.

Cayel sonrió.

"No te preocupes, su alteza. Mis nietos están bien. Parece que no se han visto afectados."

"Me alegro de oírlo –Legolas asintió-. Tu casa no está conectada a la fuente, ¿verdad?"

"Sí, su alteza. Paramos de usarla cuando mis hijos construyeron una reserva sobre nuestra casa. Preferimos el agua de lluvia."

Legolas se extrañó. Sonaba como si Cayel y su familia se negaran a usar la fuente del Bosque Negro por alguna razón. Cayel no era realmente un elfo del reino. Era uno de los nobles de Redwood, un pequeño reino de las Montañas Nubladas, pero llevaba ya más de cuatrocientos años en el Bosque Negro, después de casarse con una doncella de allí.

De repente, dos elflings entraron corriendo y riéndose mientras se perseguían. Legolas sonrió. Los dos famosos demonios. No pudo evitar recordar su propia infancia con Keldarion. Su hermano tenía varios cientos de años más que él, pero eso no había evitado que se lo pasaran bien juntos, a la vez que Keldarion se convertía en el protector de su hermano. Todavía te echo de menos, Kel.

"¡Chicos! -sobresaltado, Legolas dio un salto cuando Cayel le gritó a sus nietos. Los niños se detuvieron en seco y lo miraron, ansiosos-. ¿Cuántas veces he dicho que no se corre en casa, sobre todo cuando hay invitados?" –los amonestó el elfo, mirando a los elflings y frunciendo el ceño.

Los niños se giraron hacia Legolas, dándose cuenta de que el príncipe estaba allí.

"Perdonadnos, su alteza, abuelo" –dijeron a la vez, inclinándose respetuosamente ante Legolas.

"¡A la habitación! ¡Los dos! ¡Y dejen de ser infantiles!" –ordenó Cayel.

¿Infantiles? Legolas observó a Cayel con desagrado ante la palabra que acababa de usar. Son niños, después de todo. Así es como se comportan. Pero como estaría fuera de lugar expresar su opinión, Legolas siguió en silencio.

Después de que los elflings se fueran, desanimados, Cayel volvió a prestarle atención a su invitado.

"¿Por dónde íbamos?"

"Bueno, en realidad debería irme ya. Mi padre y yo vamos a cenar con los elfos de Lamaris. Se van mañana por la mañana –Legolas se puso en pie-. Me alegro de que tus nietos estén bien, lord Cayel."

"Gracias por preocuparte, alteza –el elfo lo acompañó hasta la puerta-. Si hay algo que necesites que haga, dímelo. Me encantaría ayudar."

"Me alegro de oír eso. Hasta pronto."

Mientras Legolas se internaba en la luz del atardecer, la sonrisa de Cayel se volvió una mueca. Su cara adoptó una expresión llena de fiereza.

"Me encantaría ayudar."

Tormenta en el ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora