¿Ocurrencias?

249 15 0
                                    

Sentí cómo me envolvía con ella, cómo nos mezclábamos, olía su aroma de pétalos de rosa muy cerca de mi nariz, y notaba en mi pecho una espécie de conjuro de immobilización que me impedía sacármela de encima. Ella, sin embargo, se divertía viéndome cada vez más asustado y desprotegido.

- Hay peligro cerca - me dijo, casi susurrando.

- Y... ¿Qué puedo hacer? - pude preguntar a media voz sin acabar de entender qué ocurria.

- Tú solo confía. Me has gustado... Y cómo ya te he dicho puedo ayudarte. ¿Confias en mi?

No, yo no confiaba en ella. Su comportamiento era extraño y su temperamento había variado mucho en los pocos minutos que estaban juntos des de que se habían encontrado. O des de que ella había interrumpido mi andanza, en otras palabras. Y aunque la idea de que una desconocida como ella me ofreciese su ayuda sobre algo el qual todavía no tenía la necesidad de enfrentarme me pareciese absurda, estiré el cuello y dije que sí, sin hablar, solo con el movimiento pausado de mi cabeza.

- Perfecto. - Finalizó ella, y se separó del pobre de mi, que la miraba con incredulidad y incluso desesperación. - Me parece que te he dejado un poco patidifuso. Bésame... - y dejó esta última petición cómo suspendida en el aire, flotando, esperando un viento que la llevase bien alta en el cielo.Me lo dejó fácil se situó justo delante mio, con los ojos cerrados, qué como una diosa se alzaba ante mi frágil y silenciosa. No hice nada. Aquello ya me parecía grosería. Seguro que se reía de mi por dentro. ¿De qué iba? ¿Se pensaba que podía ir morreándose con todos los chicos solitarios que se encontrara? Yo no pensaba besarla. No. Esto se hacía cuando amabas realmente a alguien, ¡no a el primero que te encuentras en un camino! Y mientras decidido, me resignaba a besar a aquella fulana, un cuchillo largo y puntiagudo me atravesó limpiamente el muslo, en un breve quejido. El dolor me vino unos segundos más tarde, cuando me giraba para ver al autor del ataque. Y me encontré cara a cara con un hombre mugriento, corpolento, vestido con trapos sucios y con cara de pocos amigos seguido de una pandilla de tres o quatro más como él. Eran creoneros, sin duda, hijos de los bastardos, ladrones y asesinos, que creían solamente en el mal y el poder satánico, y se divertían torturando a sus prisioneros. Me helé de repente. La ninfa seguía allí, conmigo, con  los ojos cerrados y inexpresiva, buscando el beso no obtenido. El que me había lanzado el cuchillo se limitó a reír con sus compañeros y se acercó a mí, sonriendo, enseñando una fila de pocos dientes corcados. Fue entonces cuando ni me lo pensé. Besé a la ninfa, la cual parecía que los creoneros no podían ver, y me entregué a ella.

El ojo del bosque (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora