I.

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Cuando Eyra sale, y no tiene ganas, pero sale (porque por alguna razón, dentro de ella algo le indica que debe hacerlo) llega cansada de caminar sin sentido ni rumbo, y de haber dejado pasar un Domingo abrumador.

En esos días le gusta ponerse su tapadito rojo. En otoño, claro, porque no es tan abrigado ni tan fresco.

Cuando sale por obligación y sin nada que hacer, se queda estancada al bajarse del bus, y lo piensa dos veces (parece que siempre piensa dos veces) si quedarse y seguir, o volverse.

Entonces juega a la "turista": saca de su cartera las gafas para el sol, aunque éste o no esté, y comienza a caminar entre la gente de aquel barrio de paseos como si fuera una turista. Es que Eyra necesita cada tanto no ser ella, y de este modo se libera.

Camina entre la gente, y si le hablan, balbucea palabras en inglés o español, hasta portugués. Le divierte evadirse de los desesperados caza-turistas. Al menos logra reírse tímidamente por dentro. Como un secreto de niña.

Pero si por alguna razón cualquiera una canción pasa en su andar, Eyra vuelve a ser ella, como la Cenicienta a las doce perdiendo su mentira, vuelve a estancarse. Y siente como si por una hilacha de su tapadito, un gatito jugueteando, tirara de ella, destejiendo la trama de la tela roja y dejándola despojada, volviéndola a su estado original otra vez... Porque en el regreso a casa siempre vuelve a ser ella, a pesar de tener su tapadito y sus gafas.

Al abrir la puerta, y antes de poder quitarse el abrigo, Eyra rompe en llanto y se enoja porque nadie reconoce a Cenicienta si no pierde el zapato.

Era una nueva mañana. Se estiró en su cama, había tenido un sueño erótico y por ende se sentía húmeda. Eso la incomodó un poco, porque hacía mucho que no soñaba algo de ese estilo. Había terminado una relación de 4 años hacía unos meses y su deseo sexual estaba por el piso. Casi que agradecia que su cerebro disparará esas imágenes de nuevo. La hacían sentirte un poco más normal de nuevo. Agarró el celular de la mesa de luz, miró la hora. Tenía tiempo para darse unos mimos antes de salir.

Se dispuso a ir hacia su universidad luego de desayunar, tenía 22 años y estaba cursando para convertirse en psicóloga en un futuro próximo. Saliendo de su departamento, cruzó un saludo con su vecino. Un jóven de espalda ancha y ojos amables que la saludó tímidamente cuando ella salió. Cuando respondió a su saludo creyó que se iba a sonrojar porque lo encontraba muy guapo.

- Buenos días.

- Buenos días - Replicó tomando coraje y mirándolo a los ojos, para apartarlos rápidamente hacia el piso. Quizá otro día podría sonreírle y mirarlo con confianza.

Ese era el único interacción que tenían desde que se había mudado a ese departamento cuando comenzó su carrera. Corea era un territorio hostil a la hora de hacer amistades siendo extranjero. Y este muchacho de contextura grande la intimidaba. Una sensación con la que no estaba familiarizada.

El día transcurrió sin ninguna nota de color. Un Lunes muy rutinario: estudio, pequeña charla con amigos luego de la cursada, compras en el mercado. Últimamente se sentía atascada en un loop donde todas sus semanas corrían de la misma manera. Se encontró pensando que saludar a su vecino todas las mañanas era la única parte de esa nueva rutina que no le disgustaba para nada.

Con las bolsas cargadas de lo que se transformaría en su cena en cada brazo, llegó al edificio y presionó repetidas veces el botón del ascensor. Tardó unos segundos en darse cuenta que la luz se había cortado y solo la luz de emergencia la alumbraba. Genial, tendría que ir por las escaleras.

Vivía en un séptimo piso y ya en el cuarto sentía que no tenía aire.

- Tengo que volver a entrenar. Aire, Dios, odio todo. - Dijo con la respiración agotada.

Cuando estaba subiendo hacia el séptimo se dió cuenta que alguien estaba sentado al final de las escaleras. Estaba abrazado a sus rodillas con la cabeza escondida. Dió un pequeño salto en el lugar del susto, haciendo que sus compras rebotaran en las bolsas. La poca iluminación hacía que el lugar se viera como una película de terror.

- ¡Mierda! - chilló. Haciendo que el sujeto levantara la mirada. Ella se acercó, sentía que era una silueta familiar.

- Disculpa, me asustaste, ¿sabes qué pasó con la luz? - Preguntó cruzándose de nuevo con la mirada de su vecino. Darse cuenta que era una cara medianamente familiar la tranquilizó a medias al notar que el chico tenía rastros de lágrimas en sus ojos.

- Ah, discúlpame por asustarte. Mi departamento completamente a oscuras me da bastante miedo - Confesó avergonzado - Se cortó la luz hace una hora y supuestamente volvería en tres. Déjame ayudarte con las bolsas. ¿Te molesta si te hago compañía? la oscuridad me incomoda bastante.- Tuvo el atrevimiento de posar su mano sobre el hombro de Eyra para ayudarse a incorporar. Se sentía pesada y fuerte al tacto. Eyra le ofreció las bolsas solo porque sus brazos se encontraban completamente agotados.

- No creo que haya problema.- No entendía de donde salía tanta charla informal con esta persona. - Tampoco soy muy fanática de estar en plena oscuridad.

Introdujo la llave y abrió su departamento. Por inercia intento prender la luz logrando que el sonido del interruptor resonara demasiado fuerte en la penumbra sin ningún resultado. Sintió el ruido de bolsas apoyándose en la mesada. Agarró su celular y buscó alumbrar a su acompañante.

- Por cierto, soy Eyra. ¿Y tu eres? Nunca pregunte tu nombre.

Al terminar su oración enmudeció y abrió sus ojos porque al alumbrar a este chico, parado en la oscuridad de su departamento, sintió crecer el miedo en su pecho.

AMOR LIBRE | Shownu (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora