Yo quería llevarme a Pedro. No me sentía capaz de abandonarlo ahí, a merced de los buitres. Lo arrastré, pero no pude moverlo. 《¡Cómo pesa un cadáver!》 pensé.
-Déjelo ahí - me ordenó Albeiro, el comandante del frente -. Uno no debe pensar en los muertos sino en los vivos.
No quería abandonarlo... Miraba sus manos largas, morenas; sus dedos delgados, sabios; su cabello liso, azabache; su rostro cubierto en parte por su barba espesa; su boca... Parecía sonreír... Recordé el sabor a tabaco de sus besos y la respuesta que me dio la noche anterior, cuando después de hacer el amor le pregunté por qué estaba metido en esa berraca guerra.
-Por dignidad - me contestó
-En cambio, yo voy a la toma de Arrecifes sólo para ver tu sonrisa mañana, cuando salga el sol - le respondí.
Pedro parecía dormido. Únicamente el hilo de sangre que descendía de su quijada y le empapaba la camiseta verde oliva hacía pensar que estaba muerto.
Los compañeros me pedían a gritos que le apurara. Yo continuaba intentando arrastrar su cadáver... hasta que Olga me abrazó y me insistió en que debíamos irnos. Entonces me di cuenta de que ya no podía seguir llorando aferrada a su cuerpo porque el enemigo iba a llegar y me mataría... En el fondo, yo buscaba que eso sucediera: deseaba marcharme de este planeta pues mi vida, sin Pedro, carecía de sentido...(Pedro, ¿por qué no me llevas contigo y me ayudas a acabar de una vez con este valle de lágrimas? ¡Pedro, si aún pudiera mirar tus ojos negros, escuchar tus canciones y tu guitarra, oír tu carcajada, contagiarme de tu alegría, robarte un poco de tu pasión por la vida, meterme entre tus brazos y apretarme contra ti! ¿Por qué me abandonaste si me habías prometido que jamás lo harías?)
Eran las siete de la mañana. Iniciamos la marcha hacia la cordillera. Se desató un aguacero. Los rayos Iluminaban la oscuridad de la selva. Tronaba... Era como si Dios también estuviera despidiendo a Pedro...
Mientras me abría paso por entre la selva y luchaba contra el camino anegado en barro que me hacía hundir hasta las rodillas, recordaba la noche anterior, las caricias de Pedro, sus besos, su sonrisa de alegría, su promesa de que nunca me dejaría... Luego la escena final desfilaba por mi mente, como una película macabra que regresaba sin parar: Pedro al mando de la toma en una calle de Arrecifes, adyacente al cuartel de policía, dando órdenes mientras yo, en medio de una lluvia de balas, trataba de lanzar contra la edificación una bomba que cayó junto a la reja de la iglesia y que si hubiera estallado habría matado a las setenta personas que rezaban adentro... Olga, obedeciendo la señal que le hizo Pedro, botaba desde la colina que terminaba junto a la estación un cilindro de gas que explotó y acabó con gran parte del cuartel y de sus policías, mientras yo me tapaba los oídos para protegerme del estallido y los demás compañeros se arrastraban y disparaban desde las cuatro esquinas de la plaza con el fin de cercar el cuartel por todos sus flancos... Albeiro, sonriente, observaba sobre un alto cercano la columna de humo que se alzaba hacia el cielo, producida por la explosión del cilindro de gas lanzado por Olga y por la propagación del incendio que en un instante devoraba la estación de policía. Pedro, sonriente, llegaba a recogerme, me tomaba de la mano y salíamos juntos en retirada, cuando depronto sonaba un tiro cercano y yo sentía que su mano abandonaba la mía y lo veía caer con la quijada ensangrentada... Después me veía disparando enloquecida, gritando:
-¡Pedro, tú no puedes morirte, tú no puedes dejarme!
Luego me observaba intentando arrastrar su cadáver hasta que llegaba Olga y me obligaba a abandonarlo y otra vez volvía a ver a Pedro comandando la toma y de nuevo se sucedía esa secuencia de imágenes , así una vez más, y otra...
Depronto me acordé de mi hermana Milena, quien hacía cuatro años se había fugado de la casa con el novio y sr había ido a vivir a Arrecifes. Pensé que, con lo rezandera que era, ella habría podido ser una de las setenta personas que se encontraban en la iglesia donde estuvo a punto ee estallar la bomba que yo lancé.
Me dio terror creer que yo habría podido matar a Milena y acabar con la vida de mi hermana más cercana, la única que me quiso y me acompañó en esos años de infancia en los que de mi mamá solo recibí golpes... Sentí escalofrío... Pensé entonces en Eligio, en Mario, en María Mercedes, en El Viejo, en Lucy, en Álvaro, en Alejandro, en Rodrigo, en Luis Guillermo, en El Negro, en Luisito, en Luis Carlos, en Jaime, en Olguita, en Gloria, en El Flaco, en tantos amigos míos que hoy están muertos... Me di cuenta de que ya no me sentía capaz de sobrevivir a otro duelo... Pero además me percaté de que era poco probable que tuviera que soportar uno más porque mis amigos cercanos ya se habían marchado de este mundo.
Entonces me asaltaron unas ganas irreprimibles de buscar a Milena, de abrazarla, de volver a hablat con ella antes de que se muriera o me mataran.
-Quiero volver a Arrecifes a visitar a mi hermana - le dije sin pensar a Albeiro - ¿Puedo ir, comandante?
-Usted me cree imbécil, Petra? - me respondió enfurecido.
-Le juro que dentro de una semana vuelvo.
-No, yo estoy seguro de que usted no regresa. Por eso no la dejo ir. Más bien siga con nosotros y no piense en maricadas - concluyó.
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Amor Enemigo
RomansUn corazón roto sobre una tela de camuflaje. Símbolo de una pasión imposible, a lo Romeo y Julieta, en la Colombia de ayer. Una guerrillera y un paramilitar, una pareja de muchachos sin presente y sin esperanza, son los protagonistas de esta dramáti...