Capítulo 4

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Esa madrugada, después de la pesadilla, me duché varias veces. Tenía que aprovechar el agua hirviendo que, como cosa rara, había en el hotel y que al dejarla correr por mi cuerpo me ayudaba a disolver los nudos de mi espalda.
A las siete menos cuarto bajé al comedor. Ahí estaba la dueña del hotel, una mujer de unos sesenta años, con aire de matrona pobre venida a más, quien dijo que se llamaba Sildana. La saludé y le entablé conversación porque quería averiguar qué sabía de la presencia de guerrilleros en la zona.
-La guerrilla arrasó con los pobres policías - dijo -. Entre los muertos estaba el novio de mi hija... Ayer lo enterramos. Está inconsolable. No hace mas que llorar y decir que ojalá lleguen los paracos y acaben con esos hijos de puta.
Volví a pensar en Pedro. Recordé su cuerpo inerte, pesado, imposible de mover... sentí de nuevo su olor a tierra y a tabaco... Entonces percibí otra vez ese dolor que llevaba incrustado en mi espalda y, sin pensar, le comenté a la mujer:
-A lo mejor sy hija está sintiendo el mismo dolor de abandono que padezco yo.
-¿Por qué? - preguntó.
-Mi novio se voló con una guerrillera - le mentí y agregé -: ¿no habrá guerrilleros oir ahí?
Me contestó que, gracias a Dios, la noche anterior se habían ido los últimos, un hombre y una mujer que buscaban a una tal Petra que se había escapado de la guerrilla.
Volví a experimentar el mismo terror de la noche anterior...
En ese instante apareció Yonbairon, recién bañado, afeitado, con una camisa azul eléctrico que le resaltaba el color oscuro de la piel y hacía ver más blancos sus dientes perfectos.
"¡Qué bueno está!", pensé.
Entonces volví a distinguir, adherido a mi piel, ese olor a tierra y a tabaco que nunca se despegaba de Pedro...

(¡Qué pena mi amor! ¿Ahora cómo podré mirarte a los ojos? Tienes que entender que tú ya te moriste, Pedro, que por tu abandono nuestra relación se acabó, que tú te fuiste y me dejaste sola eb este mundo, que tengo que aprender a vivir sin ti... ¡Te ruego que no me vayas a asustar! Más bien protegeme y ayúdame a tomar las decisiones que más me convengan en la vida...)

Yonbairon me saludó, me entregó un talego y me dijo que la víspera había comprado una muda para mí y otra para él. Le agradecí el detalle y fui a ponermela. En la bolsa había una falda negra, corta, y una blusa roja de pepas negras. Ambas me quedaron un poco grandes... Me miré en el espetó de la habitación y me di cuenta de que, a pesar de todo, me sentaba bien. Entonces recordé que la última vez que habia usado falda había sido la noche anterior a mi ingreso a la guerrilla, cuando mi papá me invitó a comer en el restaurante de doña Edith, me abrazó y me dijo que a su regreso me revelaría el secreto de su vida. Ya iba a arrojar la bolsa a la basura cuando vi que en el fondo había un colorete. Me pinté los labios de rojo encendido. Me veía extraña...
Regresé al comedor. En la mesa había servido dos platos de arroz cob fríjoles.
《Ese es el mismo desayuno que nos daban en la guerrilla》, pensé.
Yonbairon se preocupó porque, debido a mi indigestión de la víspera, los fríjoles podrían caerme mal.
-Tranquilo, que yo estoy acostumbrada a desayunar así - le contesté.
Sentí que no quería engañar más a ese hombre, que habría preferido decirle que le había mentido y que yo no me había enfermado de indigestión sino de pánico.
-Te luce el rojo - me dijo, e inmediatamente añadió -: Mileidi, no te he preguntado, ¿Cómo esta don José?
Guardé silencio... Un par de lágrimas me rodaron por las mejillas. Le confesé que hacía tres años que no sabía de mi papá porque me había escapado de la casa, pero no le revelé a donde me había ido... Le conté además que no era cierto que yo supiera que Milena estaba enferma sino que ocurría que ella también, hacía cuatro años, se había volado de la casa con el novio, que me había mandado a decir que vivía en Arrecifes, que desde entonces no sabía de ella y que me moría de ganas de verla porque la había querido mucho. Entonces empecé a llorar Como quizás no lo había hecho nunca... Era como si, de un vez por todas, estuviera despidiéndome de todas las ausencias que llevaba por dentro.
Yonbairon guardó silencio unos minutos... Luego me apretó la mano y me dijo:
-No te preocupes, Mileidi, que no descansaremos hasta encontrar a Milena. ¿Seguirá siendo tan bella como cuando vivía en El Palmar?
Me molestó el comentario.
--Después se puso fea porque mi mamá le tumbó los dientes a golpes - le contesté...
Y era cierto: ocurrió una vez, cuando Milena tenía quince años, y aprovechaba que mi mamá la mandaba a recoger leña para encontrarse todas las tardes, en la orilla del río, con un novio que tenía. Era el hijo de la vecina, de la misma edad que ella. No hacían nada raro: apenas se bañaban desnudos. Por lo menos eso era lo que yo veía, pues mi hermana me pedía siempre que la acompañara. Los encuentros duraron unos seis meses, hasta que una noche la vecina le contó a mi mamá que había visto a Milena bañándose con su hijo. Ella llegó a la casa enfurecida, despertó a golpes a Milena y, con una varilla, le pegó en la cara hasta que le tumbó dos dientes... Sin embargo, yo no le conté a Yonbairon que después mi papá consiguió un odontólogo que se los colocó postizos.
Terminamos de desayunar en silencio y Yonbairon dijo que saliéramos a buscar a Milena.

Amor EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora