Capítulo 8

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Faltaba un cuarto para las siete de la mañana. Yo preparaba el café y el padre Darío alistaba la estola y la casulla moradas, de cuaresma, que debía ponerse para decir la misa ese día, cuando Yonbairon irrumpió en la cada sin golpear... No nos saludó... Sólo sr dirigió al cura y le ordenó:
-Lléveme a La Paila, padre. Voy a hablar con la anciana que vio a los que cargaron con Milena.
-Con mucho gusto vamos con Mileidi cuando termine la misa de siete.
-Mileidi se queda porque no soporto su presencia - respondió.
-Mileidi va con nosotros - le contestó el sacerdote.
Yonbairon lo miró sorprendido. Era evidente que estaba acostumbrado a dar órdenes, no a que se las dieran a él o, por lo menos, no estaba habituado a recibirlas de gente desarmada como el padre Darío.
-Los invito a la misa, no les cae mal rezar, luego les preparo un buen desayuno y nos vamos - dijo el curita.
Yonbairon argumentó que en su motocicleta sólo podían viajar dos personas. El padre repuso que ese no era un problema porque le pediría al vecino que le prestara el jeep.
El reloj dio siete campanadas. El cura tomó a Yonbairon de un brazo y a mí del otro y nos llevó a la primera fila de bancas de la iglesia. Entonces nos dijo:
-Háganse juntos ahí...
Me arrodillé y dejé un espacio para que él se colocara a mi lado, pero se sentó en la banca de en frente.
Empezó la misa. El padre Darío se dispuso a leer el Evangelio segun San Juán. Antes de comenzar, miró a Yonbairon durante unos segundos... Leyó la parábola de ls mujer adúltera a la que la multitud iba a lapidar para aplicarle la pena que en esa época les daban a quienes les eran infieles a sus maridos. Cuando afirmó: 《Entonces Jesús se levantó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga pecado que tire la primera piedra"》, volvió a fijar los ojos en Yonbairon, quien me miró e inclinó la cabeza...
El padre omitió el sermón. Al terminar la misa me pidió que lo acompañara, le sugirió que leyera la Biblia mientras preparaba el desayuno y dijo:
-Ven tú también, hija.
Ya en la cocina, me apretó el brazo y comentó que estuviera tranquila porque las cosas estaban saliendo bien.
-Yo conozco el corazón de los hombres, ten fe, Mileidi - agregó.
Entonces le rogué a la virgen del Carmen que me ayudara y preparé los huevos revueltos mientras el padre arreglaba la mesa y calentaba el pan.
Nos sentamos. Yonbairon me miró de pies a cabeza.
-Padre, ¿por qué se hizo sacerdote? - le preguntó.
-Porque descubrí que, de todos los caminos, el más fácil de seguir y el que más alegría brinda es el de Dios...
-Usted debe ser buen cocinero, pues lo huevos le quedaron deliciosos - le dijo.
-Los preparó Mileidi - respondió él.
Yonbairon me observó en silencio... Su mirada era impenetrable, no revelaba sus sentimienos, no me permitía descubrir si aún me odiaba, ni me dejaba adivinar si me había perdonado la vida.

Cuando terminamos de desayunar, levanté la loza y el curita se dispuso a lavarla.
-A los hombres no les queda bien hacer oficios de mujeres - comentó Yonbairon.
-Todo trabajo dignifica - dijo el padre.
Salimos... El padre Darío golpeó en la casa vecina. poco después el hombre que le abrió la puerta le entregó las llaves del jeep Willys verde que estaba estacionado en frente. Me subí atrás. Yonbairon dijo que él conduciría.
-No, manejo yo - decidió el sacerdote.
Entonces ese negrazo con porte de atleta puso cara de cordero y contestó resignado:
-¡Como usted ordene, padre!
Me sentí tranquila. La respuesta me indicaba que el padre era ya el dueño de la situación.

Nos enrutamos por un camino polvoriento, lleno de mariposas blancas y árboles frondosos. Yonbairon se quedó dormido. El padre me dijo que me cubriera la cara con la manta que había atrás para que no aspirara demasiado polvo. Cuando llevábamos más de una hora de recorrido, se volteó súbitamente y comentó:
-Mileidi rápido, acuéstate, tápate bien; hazte la dormdia que allá lejos me parece ver un retén de la guerrilla. No podemos retroceder porque es peligroso.
Sentí un vacío en el estómago... Yonbairon se despertó de inmediato. El padre le contó lo que ocurría e indagó si a él lo conocía algún guerrillero. Respondió que no. Entonces le ordenó que permaneciera tranquilo y callado, que él sentía capaz de manejar la situacíon porque era amigo de los rebeldes de la zona.
-¡No haber traído mi pistola para encender a plomo a esos hijueputas! - exclamó.
El corazón me latía atropelladamente... El padre disminuyó la velocidad... De pronto escuché que decía:
-Cómo estás, hija, que Dios te bendiga.
-Hola, padre Darío, ¿para dónde va? - le contestó una mujer.
-A llevar al hospital de La Paila a la niña que atrás y que se está muriendo - mintió él.
-Siga no más, padre, ojalá se mejore la niña.
-Cuando puedas, saluda a Manuela de mi parte - le respondió él.
El padre aceleró el jeep. Guardamos silencio. Luego de varios minutos de recorrido comentó que ya podía incorporarme. Nos contó que Manuela era la madre de la guerrillera, la encargada de recoger la limosna en la iglesia de La Paila. A la muchacha la había conocido cuando era una niña. antes de trasladarse a Arrecifes, Manuela le había dicho que su hija se había ido para el monte, enamorada de un guerrillero.
-La vida es así - afirmó el padre- la gente no es mala en sí misma... Lo que pasa es que algunos escogen el camino equivocado y hay que  ayudarles a salir de él, como lo hizo Mileidi y como debes hacerlo tú, Yonbairon. Ella ya se arrepintió de sus pecados...
Yonbairon guardó silencio... Le pregunté al padre a que grupo pertenecía la guerrillera que acabábamos de ver y él repuso quue al Ejército Popular.
-¿Y tú de cual grupo de bandidos hacías parte? - me interrogó Yonbairon mirándome con ira.
-Yo no pertenecía a un grupo de bandidos, sino de guerrilleros, Yonbairon - le contesté -. Las Fuerzas Armadas de los Pobres (FAP).

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