Capítulo 11

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-Don Corcho me dió una carta para llevársela a H5, el comandante de las Autodefensas del Norte, Mileidi. Voy a ir mañana donde él a entregársela y. Ver si puedo infiltrar me en sus filas y encontrar a Milena - dijo Yonbairon.
-¡Eso es muy peligroso! - exclamé.
-No me importa, por ti y por tu hermana estoy dispuesto a correr cualquier riesgo - respondió, al tiempo que me tomó la mano.
Luego me contó que le había solicitado a su patrón que le concediera una licencia. Le invento que había tardado en volver porque se había enamorado de la muchacha que él le había ordenado llevar dónde la hermana enferma y se había quedado varios días con ella, pero que después se había dado cuenta de que lo había engañado porque era casada y el marido lo estaba persiguiendo para matarlo. Le había añadido que no quería meterse en ese enredo, que prefería irse de la zona para no caer en la tentación de buscarla otra vez y que por eso le había pedido que lo recomendara ante el jefe de las Autodefensas del Norte con el fin de que le diera trabajo, le había prometido que regresaría luego, cuando se curara de su pena de amor...
-Don Corcho es un don Juan insaciable, Mileidi, de esos que viven acompañados de muchachitas de cuerpo escultural y cabello largo, ni mayores de veintidós años, de las que deslumbran con las joyas costosas y están dispuestas a darles todo al que les regale una. Él es especialista en llevarlas de pulseras de oro, de anillos y aretes de esmeraldas y diamantes. Pero a los dos o tres meses de andar con ellas se aburre, las despacha y pone a los subalternos a que le lleven jóvenes nuevas. Como es sensible a las historias de mujeres, Mileidi, a Don Corcho no le extrañó el cuento que le eché ni sospechó que yo no quisiera volver a trabajar con el y que planeara alejarme para siempre de su lado. Es más, me regaló cinco millones de pesos por si cambiaba de idea y quería sorprender a la muchacha con un buen regalo. Agregó que esperaba que volviera pronto porque yo era uno de sus empleados preferidos.
Yonbairon me contó que había aprovechado el viaje a casa del patrón para llegar hasta el lugar, próximo a su mansión, donde había escondido los otros noventa y cinco millones de pesos que él le había regalado. Los encontró tal como los había dejado, envueltos en bolsas de basura negras y metidos entre cuatro cajas de galletas, rectangulares, de lata, enterradas al pie de un pivijay gigantesco que tenía una gran rama en forma de ele.
Entonces abrió su maletín, sacó las caja, las destapó y me dijo:
-Aquí hay cien millones de pesos, Mileidi: los noventa y cinco que estaban guardados y los cinco que acabo de recibir. Son para nosotros dos...
Nunca había visto tanto dinero junto... Pensé inmediatamente en qué le pediría plata a Yonbairon para pagarle a doña Regina. Así ni me vería obligada a entregarle mi escapulario para pagarle la deuda...

(Ya no tendré que desprenderme de esa medalla que me regalaste tú, Pedro... ¿Qué opinas de mí ahora? Siento pena contigo, mi amor... ¿Qué pensaste al verme de la mano del enemigo, de ese asesino, como tú le dirías? ¿No tendrá razón Yonbairon, Pedro? ¿No seremos asesinos todos? ¿No serás asesino tú también? Aún recuerdo tu sonrisa cuando en el campamento de El Descanse me contaste que acababas de comandar la emboscada a una patrulla de cinco militares y que habías tenido un éxito rotundo porque cuatro habían muerto en el combate y a uno, que había quedado herido, lo había rematado con un tiro en la cabeza y habías recuperado su fusil... Tú parecías contento de haberlo matado, Pedro...)

Le dije a Yonbairon que no me interesaba su dinero y que lo único que le pedía era que me diera el necesario para pagarle a dona Regina dos consultas, una que me había hecho ya y otra más que deseaba que me hiciera. Le conté que el día que habia ido a su casa había anochecido pronto y no había alcanzado a leerme el futuro porque se había dedicado a hablar de mis padres y de Milena. Entonces le comenté que, según ella, mi hermana había estado sufriendo, pues la torturaba todas las mañanas para que cotestara preguntas cuya respuesta ella no conocía...
-¡No vuelvas dónde esa bruja, Mileidi¡ -exclamó Yonbairon-. ¿No ves que allá se la pasa mi patrón y los paracos más duros pidiéndole que les lea la suerte, les haga trabajos, los Aconseje sobre política, les dé bebedizos para enloquecer a las mujeres y les prepare antídotos contra el peligro que solo Regina sabe mezclar?
Le conté que la noche anterior lo había visto muy solícito, a través de los árboles que rodean la casa de la bruja, abriéndole a Don Corcho la puerta de la camioneta.
-Y me imagino que también viste al senador Redondo que sale en la televisión... Él es el mejor amigo del patrón... Y debiste ver también a los otros miembros de la escolta: son oficiales retirados del ejército y de la policía... Acompañan siempre a Don Corcho cuando va a hablar con el jefe de las Autodefensas del Norte.
Entonces le rogué a Yonbairon que me diera el dinero para ir esa tarde a pagar mi deuda, con la promesa de que esa sería la última vez que le pediría a dona Regina que le leyera la tinta... Quería preguntarle más detalles sobre el lugar donde tenían a Milena.
-Yo sé que Don Corcho no visitará está noche a la vieja, así que puedes ir, Mileidi -dijo Yonbairon-. Pero hagamos un trato: te doy plata para que le pagues con la condición de que me jures que no volverás por allá.
-Te lo juro -le contesté.
Yonbairon me entregó quinientos mil pesos y me ordenó que me apresurara. Dijo que no podía acompañarme porque la bruja lo reconocería y agregó que le esperaría en casa del padre Darío.
-Pregúntale por el futuro de los dos, Mileidi -escuché que comentó cuando yo cerraba la puerta-. Y no vuelvas a vestirte de pantalón que a mí no me gustan las mujeres que parecen hombres -agregó. Quizás para establecer, como intentaba hacerlo siempre, que quien mandaba era él.

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⏰ Última actualización: Mar 23, 2020 ⏰

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