Capítulo 5

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Había comenzado a desocupar la segunda media botella de aguardiente y a preguntarle a mi mamá en silencio, una y otra vez, por qué nunca me había querido, cuando vi a Yonbairon de pie, junto a la puerta de la cantina.
-Por qué te emborrachas, Mileidi? - me interrogó al descubrir que lo había visto.
-Porque me gusta, Yonbairon - le contesté.
Entonces se sentó a mi lado, le pidió al cantinero que llevara un vaso para él y me preguntó por mi vida. Comencé a revelarsela a pedazos... Le conté que había empezado a tomar a los diez años, desde una vez que mi papá le arrendó una gallera a un señor, y él le regaló una caja de ron que nos bebimos con mis hermanos.
-Resulta, Yonbairon, que mi papá y mi mamá se habían ido a una vereda lejana para asistir al entierro de un compadre, y con mis hermanos aprovechamos la oportunidad para emborracharnos. Al final me puse mal. Pero me siguió gustando tomar. Y cada vez que había una fiesta y dejaban los cunchos de trago por ahí, me los tomaba. O también, cuando mi mamá le regalaba plata a mi hermana Yamile, comprábamos aguardiente y nos lo bebíamos. Yo me sentía bien cuando tomaba, Yonbairon, contenta, me daban ganas de bailar, pero a veces también me daba una rabia que me provocaba matar.
-¿Y don José Mileidi?
-Mi papá se enredó con una paisa coqueta y hablantinosa a la que le dicen La Paca. Ella lo buscaba todo el tiempo, Yonbairon. Tú no te imaginas cómo era esa persecucíon: a La Paca no le importaba si mi mamá estaba ahí, o si nosotros la veíamos entrar. Y mi papá le permitía que lo lamara a todas horas y que se metiera en todas partes... Desde cuando mi papá comenzó a andar con ella, empezaron a faltarnos cosas. Él siempre había respondido por nosotros. Y hasta nos daba gusto. Pero desde que inició el romance con esa mujer ya no nos compraba útiles y los uniformes completos, ya no nos daba mesada, ya no nos regalaba los dulces que nos gustaban. Sí, por culpa de La Paca mi papá comenzó a empobrecerse, Yonbairon. Es que ella le quitaba todo. O él todo se lo daba, yo no se... Él había comprado un chevrolito color crema en el que nos sacaba a pasear los fines de semana. Y cuando apareció la bruja esa, se lo quitó. Y después todos nosotros, incluida mi mamá, tuvimos que andar a pie, mientras La Paca se exhibía con sus mozos en el chevrolito de mi papá. esa mujer era así, Yonbairon: le sacaba la plata a mi papá, y de paso a nosotros, y se la gastaba en trago y en rumbas con sus tipos. Con el enredo de mi papá con La Paca empecé a aburrirme más en la casa. Yonbairon. Ya no sólo tenía que aguantarme las muendas que me daba mi mamá, sino también el lío que él mantenía con esa mujer. Por esa razón ya poco lo veíamos. Yo estaba desesperada con mi vida... Y para rematar, en el colegio me tocaba asistir a esas clases de agrícola: nos hacían echar azadón y abonar y sembrar tierra. Cuando a mí lo que me gustaba era leer... Y era obligarotio ir a esas malditas clases que duraban tres horas, tarde de por medio.
-¿Y la niña Blanca, Mileidi?
-De ella sí que menos... Es que mi mamá, a mí, ya no me interesaba, Yonbairon... Lo que más recuerdo de ella es un episodio que ocurrió una vez que yo estaba en la cocina ayudándole a picar cebolla y le pregunté por qué quería más a mi hermana Yamile que a mí... Me dijo que me callara, que yo no tenía derecho a decir nada y que si seguía hablando me pegaba.
《-Pues venga y me pega》 - le respondí.
-Mi mamá estaba roja de la rabia, Yonbairon. Cogió una manila gruesa, de esas que sirven para amarrar cosas. Pero cuando ya me iba a pegar, le alcé un cuchillo... Ella se quedó mirándome y me dijo:
《-¡Venga, máteme!》.
-Yo bajé el cuchillo, lo alcé en la mesa y le dije:
《-No, mamá, usted no vale la pena ni siquiera para que yo me ensucie mis manos con su sangre》.
-Yo tenía diez años cuando eso ocurrió. Yonbairon. Desde entonces mi mamá no volvió a hablar conmigo. Apenas me daba las órdenes. Y tampoco volvió a pegarme tanto. Es que cuando llegaba a la casa me pegaba siempre, por cualquier cosa: si me encontraba jugando con mi prima, me pegaba; si me llamaba y me demoraba, si tenía una falta en el colegio, si regañaba a mis hermanos, si alguien me daba una queja mía, por todo me pegaba. Casi todos los días me daba con los cables de la luz, o con esos citurones que hacen de cuero de vaca. Una vez, cuando yo tenía siete años, me dijo que me había encontrado botada en un basurero donde muelen caña, que ya me estaban comiendo las avispas, que ella no era mi mamá y que por eso no me parecía en nada ella. Y es verdad, Yonbairon: mi mamá es blanca, menuda, de cabello claro y liso y yo soy morena, alta y de pelo negro y crespo, como mi papá. Y todos mis hermanos también son blancos como ella. Esa vez le dije a mi mamá que me iba de la casa... Me contestó que si quería me largara porque así habría un plato menos que servir... Yo ya me iba a ir cuando llegó mi papá y me preguntó que por qué quería largarme... Le dije que yo no tenía nada que hacer en esa casa porque mi mamá me había dicho que ella no era mi mamá. Él respondió que yo no tenía por qué irme pues esa era mi casa y habló con mi mamá. Quien sabe qué le diría: ella volvió a decirme eso... Por tal razón esa vez, decidí quedarme. Pero después me fui...
Entonces levanté un vaso con aguardiente y, sin pensarlo, le dije:
-Oye, negro bacano, ¡brindemos por la vida!
-¡Brindemos por la vida! Mileidi - dijo, mientras levantaba el vaso con la mano izquierda y con la derecha apretaba la mía, pero d inmediato me soltó y comentó:
-Yo no soy bacano Mileidi, mi alma es muy fea...
-¿Por qué dices eso, Yonbairon? - le pregunté.
-Porque sí - contestó -. Es que yo tenía una hermana a la que queria mucho, Mileidi. Se llamaba Jenny... Era cinco años mayor que yo. Jugaba conmigo, me cuidaba, me preparaba la comida cuando mi mamá estaba trabajando... Ella se la pasaba fuera de la casa porque tenía que rebuscarse la forma de mantenernos a nosotros, sus tres hijos... a mi mamá le tocó una vida dura, ya que mi papá cayó en el vicio y se fue de la casa. Entonces mi mamá lavaba platano en las plataneras de la zona bananera, Mileidi, vendía cocadas, aseaba casa, lavaba ropa, hacía lo que fuera con tal de conseguir la comida para nosotros. Después nos mudamos de la zona y nos fuimos a Gairaca, a vivir en casa de una tía que tenía un marido pescador. Entonces mi mamá se la pasaba en la calle vendiendo pescado en las casas y en los restaurantes del pueblo. Como allá había turistas, en las temporadas de vacaciones el pescado se vendía bien. Pero cuando las playas quedaban vacías comenzabamos a pasar hambre, Mileidi, y mi mamá se ponía de un genio insoportable: Nos pegaba por cualquier cosa. Y Jenny era la que me defendía... Yo vivía a todas horas con ella, y pues no iba a la escuela. Es que mi mamá no tenía cómo comprarme los útiles. Por eso, cuando yo tenía siete y ocho años, Jenny me enseñó a leer, a escribir, a sumar y a restar. Lo poquito que sé se lo debo a ella. Y la verdad es que cuando yo estaba a su lado me sentía feliz. Pero resulta Mileidi, que una noche Jenny, que en esa época tenía catorce años, llegó a la casa llorando y me dijo que le había ocurrido algo terrible... Lloraba sin parar, pero no me contaba por qué. Se volvió extraña, malgeniada, empezó a tratarme mal, me gritaba por cualquier cosa, ya no era la misma hermanita de antes que tanto me quería... Meses más tarde me dijo que lo que le ocurría era que la habían violado... Yo tenía nueve años y no sabía que era violar. Por eso fui donde un vecino y se lo pregunte. Y él me contestó que era 《acabar con el honor de una mujer》.
-Entonces no entendí nada... Seis meses después, Usnavi, mi hermana mayor, me dijo que Jenny se había escapado con ese hombre... Era un guerrillero que desde hacía mucho tiempo estaba enamorado de ella pero que Jenny rechazaba. Según me dijo Usnavi, esa noche que Jenny llegó llorando a la casa, él la había cogido a la fuerza en una platanera... Por eso Jenny se volvió tan arisca. ¡Pero quién sabe qué le hizo después ese desgraciado para convencerla de que se fuera con él! O se la llevó obligada, no sé... En todo caso, desde entonxces, yo perdí a Jenny... Y desde entonces también, Mileidi, ¡Comencé a odiar con todas mis fuerzas a la hijueputa guerrilla! Por eso cuando Don Corcho nos ponía a bajar guerrilleros y yo pensaba en que cada vez que matábamos a uno quedaba uno menos, me sentía chévere... No me importaba que después acabara soñándome con sus rostros de muerto... Eso fue así hasta una vez que maté a una mujer... Por eso digo que tengo el alma negra. Después todo cambió. Pero de eso prefiero no hablar, Mileidi...
-Ven, mejor brindemos por la vida otra vez - me dijo.
-¡Por la vida, Yonbairon! - le contesté mientras levantaba el vaso con aguardiente y sentía de nuevo ese miedo, que esta vez me borró la borrachera.
Le dije que deseaba ir al baño y me levanté. Cuando regresé, lo vi dormido encima de la mesa, como cualquier borracho de pueblo. Entonces abandoné la cantina y caminé sin rumbo por las calles de Arrecifes.

Amor EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora