Capítulo 3

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Jamás había visto llorar a un hombre... Me parecía imposible que eso sucediera: a mi papá le había oído decir siempre que los machos no lloran... Y cuando estaba en la guerrilla tampoco había visto llorar a los compañeros. Por eso, al ver rodar las lágrimas de Yonbairon, quien además tenía estatura, músculos y color de boxeador de peso pesado, no supe qué decir. Por fortuna, la gorda que atendía en el restaurante no se demoró en aparecer con lo dos platos de sancocho.
Cuando la vio Yonbairon se levantó y se fue...
Entonces ella se me acercó, e apretó el brazo y me dijo en tono amenazante:
-¡No se le ocurra meterse con mi hombre!
La miré sorprendida: me parecía imposible que alguien pudiera encontrar la forma de acostarse con semejante mole y, más aún, que su marido fuera un hombre tan atractivo como Yonbairon.
-¡Se lo advierto: si llega a meterse con él, la hago matar! - insistió la gorda.
Estaba enfurecida. En ese momento regresó Yonbairon. Ya se veía sereno. Empezamos a comer. Devoré mi plato en un instante.
-Parece como si llevaras días sin comer bocado. ¿Tú no serás guerrillera, niña? - me preguntó.
Volví a sentir el mismo pánico de antes.
-¡Cómo se te ocurre! - exclamé, y desvíe la conversación con la pregunta que se me salía de la boca:
-¿Esa gorda es tu mujer?
-Eso quisiera ella - respondió Yonbairon con un gesto que denotaba molestia por mi comentario -. Más bien vámonos, a ver si no hacer más preguntas pendejas - agregó.
Entonces se acercó al mostrador, le dijo un secreto le entregó un billete de cincuenta mil pesos y nos subimos a la motocicleta. Cuando llevábamos unos diez minutos de marcha, Yonbairon se enrumbó por un camino polvoriento que atravesaba una reserva forestal de árboles frondosos y pájaros y mariposas de azules eléctricos y rojos encendidos. Comenzaba a ceder el calor. En el aire se respiraba humedad. De pronto paró la moto y me dijó que iba a enseñarme algo que yo nunca olvidaría. Caminamos por un sendero que nos aproximó a un sonido cada vez más intenso de agua cayendo. En un momento el se detuvó, me pidió que girara a la derecha y me dijo que mirara hacia arriba. Entonces vi una catarata enorme que parecía caer desde el cielo y que iba a parar al fondo de un abismo de espuma en remolino, atravesado por los colores de dos arco iris.
Permanecimos detenido ahí, en silencio. De un momento a otro Yonbairo  gritó:
-¡No más!
-¿No más qué? - le pregunté.
-No más muertos - exclamó.
Entonces recordé la repuesta que yo le había dado a Albeiro durante la retirada de la toma de Arrecifes, después de que mataron a Pedro... Por eso, sin pensar, afirmé también:
-Sí, no más muertos...
-Pero ¿Cuántos muertos tienes tú a cuestas como para que digas eso? - me preguntó sorprendido...
-Vámonos ya que quiero llegar pronto donde mi hermana enferma - le dije.
Nos subimos a la motocicleta, recorrimos un trecho corto y volvimos a tomar la carretera pavimentada. Yonbairon comenzó a volar de nuevo.
Mientras devorámos el trayecto pensaba en Milena: ¿Viviría aún en Arrecifes? ¿La encontraría? ¿La reconocería? Había dejado de verla cuando cumplió diecisiete años y se fue de la casa. Ahora deberia tener veintiuno. Y ella había dejado de verme a los doce años, esa edad en la que uno cambia tanto... ¿Me reconocería? ¿ Me querría aún? Deseaba contarle tantas cosas...

(¿Sabes, Milena, que si no hubiera sido por Crisóstomo, tu abandono habría sido mucho más duro? Crisóstomo era el hijo de doña Hermelinda, la dueña de la tienda, ¿la recuerdas? Él llegó a estudiar a la escuela de El Palmar cuando yo comenzaba quinto de primaria. Era un año mayor que yo, tenía doce años. Pero entró a mi mismo curso. Y desde cuando ingresó a la escuela comenzó a mirarme... Todos los días me regalaba un dulce. Así duró medio año, mirandome y regalándome dulces... Crisóstomo me gustaba mucho: tenía los ojos negros, era blanquito, alto, bonito... Hasta que un día, a la salida de la escuela me preguntó que si quería ser su novia. ¡Yo sentí un calor en la cara! Creo que me puse roja. Le dije que sí... Entonces me cogió por lo brazos, me dio un beso rápido en la boca y salió corriendo. Me quedé mirándolo... Me di cuenta de que había sentido algo rico, como si tuviera mariposas aleteándome por allá abajo... Con Crisóstomo solo me veía en la escuela. En el recreo me llevaba detrás de un higuerón que había en una esquina de un patio, me entregaba el dulce, me cogía de la mano y me daba picos. Era rico eso... Como tú no estabas, decidí que no le contaría nada a nadie, me daba miedo que le dijeran algo a mi mamá y que ella llegara y me matara o que lo matara a él, comp casi mata a tu novio cuando se enteró de que ustedes andaban juntos. ¿Recuerdas que mi mamá lo chuzó con un cuchillo y que por eso tú te escapaste ee la casa con él? ¿Sabes, Milena, que mi mamá todavía no te ha perdonado? En cambio yo sí te perdoné que no hubieras vuelto... Su hubieras regresado mi mamá te habría matado, Milena... Como te decía, Crisóstomo hizo que se me quitara la tristeza por tu ausencia... Todo lo que viví con él fue bonito... Hasta una vez que llegó cabizbajo a la escuela y le dijo que al otro día se iría lejos con el tío porque los habían amenazado los guerrilleros. Los acusaban de ser amigos de un tipo al que habían matado por traidor... Cuando él me dijo eso, yo me puse a llorar... Entonces me dio un abrazo y se fue. Nunca volví a saber de él... ¡Ay? Crisóstomo, tan bonito que eras! ¿Que será de tu vida?)

Amor EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora