Capítulo 7

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Yonbairon estaba sentado en el comedor del hotel, Parecía molesto...
-¿Dónde te habías metido, Mileidi? - me preguntó mirando al cura.
-Estaba buscando a Milena... Te presento al párroco de Arrecifes. Él conoció a mi hermana.
-¿Cómo así que la conoció?
-Ahora te cuento la historía, hijo. ¿Puedo sentarme? - preguntó el padre.
Yonbairon abandonó su expresión de rabia y nos invitó a almorzar. Como siempre lo hacía, decidió por los demás y, sin consultar, le ordenó a doña Sildana que sirviera tres carnes saladas con yuca y suero, el plato del día.
-Yo no quiero comer, Yonbairon. Sólo voy a tomar gaseosa - le dije.
El miedo me había quitado el apetito. Mi hora de la verdad había llegado y tenía panico de la reacción que él pudiera tener ante la revelación que yo había sido guerrillera.
-¿Qué sabe de Milena? - preguntó sin preámbulos, mientras miraba al sacerdote a los ojos.
El cura le relató la historia, pero omitió revelarle que en la nota que dejaron los asesinos del marido y los secuestradores de ella y de la niña decía que se la habían llevado porque tenía una hermana en la guerrilla. Simplemente afirmó, que junto al cadáver del marido, había encontrado un papel firmado por las Autodefensas del Norte.
-Yo quiero interrogar a la anciana que vio a los que se llevaron a Milena y a la niña - dijo Yonbairon -. De pronto puede darme alguna pista sobre su identidad.
-Al padre Darío le faltó decirte algo, Yonbairon - interrumpí sin pensarlo más -. Que a Milena la secuestraron porque tenía una hermana guerrillera, y que esa soy yo...
Yonbairon golpeó la mesa con una fuerza tal que la hizo tambalear hasta que rodaron los vasos con las gaseosas que doña Sildana nos había servido.
-¿Qué pasó aquí? - preguntó la dueña del hotel, quien salió de la cocina apenas escuchó el estropicio de vasos y botellas que se rompieron al caer al suelo.
-¡Que Mileidi es una hijueputa guerrillera! - le contestó Yonbairon, al tiempo que daba un portazo y abandonaba el hotel enfurecido. 
Me puse helada. Doña Sildana me miró sorprendida, pero el padre la tranquilozó diciéndole que no se preocupara porque yo ya había abandonado la guerrilla, me había confesado y estaba arrepentida.
-No podemos hacer cosa distinta que esperar a que el hombre se calme y regrese - comentó el cura -. Yo sí voy a almorzar - agregó, mientras doña Sildana le servía su plato de carne salada con yuca y se llevaba el que estaba destinado para Yonbairon.
-¿Por qué está tan seguro de que volverá, padre?
-Ya lo verás, hija.
Mis manos seguían heladas... Sin embargo, poco a poco comenzó a invadirme una sensación de alivio. Sentí que los músculos de la espalda, los brazos y las piernas eran como un acordeón que empezaba a abrirse.
-Es agradable decir la verdad, padre... Uno se siente liviano. Creo que si esta noche estoy viva, voy a dormir tranquila...
El cura me apretó el brazo y me dijo, mirando a doña Sildana, que se hacía la desentendida, pero procuraba escuchar nuestra conversación:
-Vas por buen camino, hija.
-No voy a decirle nada a María de la Luz, pues no podría entenderlo, Mileidi - afirmó la dueña del hotel.
-Gracias, niña Sildi - le dije.
Eran las tres y media de la tarde... Yonbairon no daba señales de vida. Entonces el padre Darío me propuso que fuera con él a esperarlo en la casa cural y que le dejáramos con doña Sildana el mensaje de que allá podría encontrarnos.
-No quiero que estés sola - comentó.
Afuera hacía un calor sofocante... Caminamos en silencio hacia la iglesia... Pensaba en Yonbairon: «¿Me odiará ahora que conoce la verdad? ¿Será capaz de matarme? ¿Me perdonará la vida por ser hija de don José? ¿Se le pasará la ira, como cree el padre Darío?》.

(Yonbairon, ayudame más bien a encontrar a Milena; corre los riesgos que sean necesarios para dar con ella; y larguémonos a vivir en paz, ¿si? Hazte cargo de mí, que yo te prometo cuidarte y serte fiel... Al fin y al cabo, mi mayor anhelo ha sido encontrar un hombre que me trate bien y me haga hijos para vivir con él hasta que la muerte nos se pare como, lo manda Dios... ¿No crees que podamos compartir la vida juntos? ¿no piensas que seamos capaces de sepultar nuestros pasados y de vivir felices? ¿ No creo que podamos tener muchos hijos, o por lo menos uno, un niño negro, grande y bello como tú? yo no quiero morirme sin haber sido mamá Yonbairon... Necesito conocer lo que duele parir y saborear lo que se siente después, cuando uno oye llorar a ese niño y se lo entregan y lo coge y se lo coloca sobre el pecho y escucha el latido de su corazón y lo tiene un rato largo acostadito boca abajo contra uno, apretado, así, húmedo aún, todavía atado al cordón... Sí, yo deseo tener un hijo para entregarle todo el amor que mi mamá me negó, para mostrarle a ella como habría querido que fuera conmigo. Yonbairon, hazme tú el favor...)

Amor EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora