Cap 15

441 3 0
                                    

Capitulo  015

   El duelo

Como Bauer había sido echado ignominiosamente de la dirección de la Fundación, no volvería a molestar. Bartolomé le pidió a Malvina que lo sacara a tomar un helado o lo que fuera.

—No me hables de helado, se me revuelve el estómago.

—¡Entonces pedile que te acompañe a hacerte una eco!

—¿Estás loco? Mira si es de Jay Jay y se le ve el parecido en la eco... Hay tal crisis, Barti... No me gusta nada esto de dejar morir a Sky...

—Tarde para arrepentimientos, bólida. Llévalo a donde te parezca, pero no quiero tener a Bauer con los OJOS encima.

Sin Bauer y sin Cielo que estaría feneciendo lentamente, Bartolomé Bedoya Agüero era otra vez amo y señor. Justina lo llamó, le dijo que estaba en el flete, trayendo todo lo que había pedido.

—Excelente —dijo Barto y se dirigió a la cocina, donde los chicos desayunaban.

Todos lo miraron algo inquietos al advertir su sonrisa pérfida.

—¿Thiaguito?

—Ya se fue al colegio.

—Excelente. Lucecita, querida... —dijo Barto, mirándola—. ¿Me dejas un momento con los purretes?

Luz asintió y salió de la cocina. Entonces Bartolomé corrió a Tacho de la cabecera de la mesa, donde se sentó él.

—Chiquis... ¿Qué me dicen de lo acontecido en las últimas horas? Una obra maestra, ¿no? Mía, por supuesto.

Entonces les explicó cómo él había cedido el cargo a Nicolás para hacerlo fracasar estrepitosamente, para quitarle las ganas de meter sus narices. Les aseguró que así como había

543

frenado la disposición del juez Re de clausurar la Fundación y separarlos a todos en distintas instituciones, podía reacli var eso en un santiamén. A cada palabra que él decía, Alelí le respondía «no», desafiándolo.

—Y bueno... parece que Cielito los abandonó, che...

—No —volvió a oponerse Alelí.

—Seguí, charleta, y te corto ia lengua. Por último, pune titos... vayan pensando la manera en la que van a conven cer a mi hijo de que todo lo que le dijeron es mentira. ¿Ok?

Los chicos bajaron la mirada. Estaba tan claro que el sueño se había terminado.

—Pero para que no anden pensando tanto, ya que pensar mucho lleva al vicio... ustedes necesitan actividad. ¡Así que vamos a hacer actividades!

—Tenemos que atender el bar...

—Ya hablaremos de ese barcito. Vengan conmigo...

—¿A dónde? —preguntó Jazmín con aprehensión.

—Vengan, vengan...

Hizo salir a todos al jardín, y los condujo hasta las lápidas del cementerio. Abrió la puerta trampa y les indicó que bajaran.

—Vamos, vamos, sin miedo... Aunque tarde o temprano van a terminar bajando, todavía no les llegó el momento... todavía.

Los chicos hicieron lo que les indicó, y él los condujo por los pasillos hasta el sótano que había sido la habitación de Luz. Al entrar, Lleca, el único que lo había conocido, vio que habían desmantelado casi todo. Allí ya estaba Justina, colocando en una larga mesa morteros, mechas, embudos, dos frascos enormes de un polvo negrusco con una etiqueta en el frente: pólvora.

Casi Angeles Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora