Capítulo 13

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En cierto modo Lyla era una mujer de mundo, si es que por mundo se refería a conocer el planeta. Había visitado docenas de países con su madre y hermana antes de que decidiera tener una vida alejada del apellido de la familia. No era una rebelde sin causa, no era una de esas herederas raras que pretendían querer cambiar el mundo y simulaban una vida austera. Ella tenía un enorme fideicomiso (bloqueado por artimañas sucias de su madre), sabía que podía pedirle dinero a su padrastro (el único padre que en realidad había conocido) y le sería dado de inmediato. No hacía nada de eso simplemente porque sentía la necesidad de dejar su propia huella, así fuera en un empleo de 40 y tantas horas a la semana, trabajando de asistente del asistente. Quería demostrarse así misma que podía valerse sola allá afuera y no recurrir a un matrimonio por conveniencia como lo había hecho su madre al quedar viuda tan joven (aunque hubiera resultado excelentemente bien para todas las Mackenzie). No la culpaba, solo detestaba que su madre siempre proclamara a los cuatro vientos que una mujer era nada si un hombre poderoso al lado y que ella tenía que buscarse uno así, mientras eso pasara, podía entretenerse en la empresa familiar. Había dicho no y parecía que su vida iba bien.

Ella no quedaría a merced de un hombre y el caso es que todo le explotaba en la cara ahora, no solo estaba a merced de Derian, sino que había llegado a ese estado gracias a otro hombre, su ex ¿Dónde quedaba la independiente Lyla? ¿dónde estaba esa antigua mujer de mundo cuando más la necesitaba? Porque si bien le preocupaba ser el juguete nuevo de Derian, le preocupaba más que no podía comportarse de forma mundana con la situación. Allí estaba, subiendo por el elevador hacia su lujoso piso tratando de ignorar los desbocados latido de su corazón, cada vez eran más cuando Derian la tocaba, cuando sonreía, cuando la besaba...

Él tenía su mano en su espalda y con sorpresa había notado un ligero cosquilleo en esa zona. Toda ella parecía estar a flor de piel. Él, para su completa frustración lucia de lo más tranquilo ¿Dónde quedaba el hombre que quería sellar el trato?

Después de besarla en plena calle, simplemente le había dicho un: vámonos, es tarde. La pasión esfumada en segundos. No para ella claro, seguía sintiéndose en las nubes.

Como autómata había asentido y movido por inercia las piernas al auto. No dijo ni una sola palabra en todo el trayecto. Esto no era bueno, no, no.

Tenía que enfocarse, no era una adolescente impresionable. Era una mujer con un trabajo estable, un departamento propio (que por poco pierde) que tenía una relación de años con un mismo tipo (un maldito desgraciado...) ¿Qué rayos le había pasado por la cabeza a Marcus? Pensó de inmediato y se tensó recordando la frialdad de todo. La había apostado y abandonado, era más el acto que el que lo había cometido lo que la enervaba sobremanera.

- ¿Por qué arrugas el rostro? – escuchó la profunda voz de Derian a su lado.

- No lo hacía. –mintió de inmediato.

- Claro que sí.

La llegada al piso le salvó de contestar.

- Así que en la misma habitación. – dijo ella nerviosa mirando hacia arriba y obviando la pregunta.

- Solo hay una. –acotó él con una nota de risa en la voz.

- Es un desperdicio de espacio ¿sabías?

- Nunca recibo invitados así que está bien.

- Y los que recibes se quedan contigo ¿no?

- ¿Cómo? –preguntó confuso.

- Las invitadas femeninas se quedan en tu habitación...

- Ah. –fue su escueta respuesta.

- Olvídalo. –Lyla rodó los ojos.

- ¿Quieres saber si eres la primera en estar aquí? –dijo sonriendo divertido.

Ojos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora