The river will run to the sea

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Después de que hubiese escuchado aquello, aquella declaración significaba la guerra y no una guerra cualquiera, si no, la guerra entre el bien y el mal, donde estaba segura, el mal prevalecería y el bien sería desechado como una vil basura, más ahora que el único ser de magia blanca estaba bajo el total control de la magia oscura. Cogió aire al escuchar los pasos de la rubia, acercarse hacia la puerta. Lo había olvidado por completo, la ceremonia, buscó un escondite lo más rápido posible y corrió tras lo primero que vió, una de las largas banderas rojas que llevaban como sello la espada junto a la corona que representaban a Camelot. Contuvo el aliento cuando sintió a Emma pasar frente a la bandera y luego suspiró pesado cuando está se hubo ido del lugar. Necesitaba encontrar a Arturo antes que Emma, mantener lejos de las manos de Emma a escalibur y conseguir el paradero de Merlín.

Llegó a la capilla, aquella sala que estaba exactamente a unos cuantos metros del castillo y que estaban conectados por un amplio pasillo, con la respiración algo acelerada, se detuvo en un lado de su hijo, quien le miraba con algo de desconcierto.

- ¿Sucede algo mamá? - preguntó en voz baja cuando las trompetas anunciaron la llegada de la rubia, a quien Arturo esperaba con ansias. Regina se contuvo de decirle lo que realmente sucedía a su hijo y simplemente negó levemente con la cabeza, no era necesario poner en riesgo a Henry. Levantó la vista cuando los guardias detuvieron las trompetas y se abrieron las puertas del lugar, sus pulmones dejaron de jalar oxígeno y sintió las pulsaciones de su corazón resonar hasta la punta de sus oídos. Emma estaba realmente hermosa y no podía negarlo, más ahora que llevaba ese vestido blanco de cola larga y bordeados en tonos dorados, pequeños pero hermosos detalles de rosas bordadas en cada esquina de la cintura que se mantenía demasiado delgada y fina. Aquel escote en V, demasiado generoso que dejaba a la imaginación y que hacía resaltar su piel blanquecina. Su cabello extremadamente largo, ahora estaba recogido en un moño realizado con trenzas a la medida y un adorno de flores en color perla que iba incrustado en centro del moño, mientras que algunos mechones rubios sobresalían de sus laterales, dejando parte de su cabeza libre para cuando fuese coronada. Sinceramente no llevaba maquillaje, se había dado cuenta de ello cuando la conoció, esa rubia no era de usar maquillaje y que bien le hacía, se veía tan preciosa sin una gota de aquel material, y solo al natural. El velo largo que llevaba, estaba unido la arregló del moño, con el cual era sostenido, dejándolo caer hacia atrás de una forma única. Sintió su corazón estrujarse cuando observó que la mirada de Emma no se despegaba en ningún momento de la de Arturo. Entonces la melodía comenzó a sonar y la blonda dió inicio a su caminar para llegar hasta el altar. El morocho sonreía ampliamente mientras esperaba pacientemente a la rubia, en el altar.

- estáis hermosa, princesa - hizo mención mientras le extendía la mano para subir las últimas escalinatas.

- lo sé - salió en un murmullo de sus labios, miró hacía el frente e intentó sonreír al sacerdote cuando estuvieron frente a frente. Sintió la mano de Arturo, apretar levemente su mano y giró su rostro para mirarlo. Él se acercó más hacía su rostro, haciéndola dar un pequeño paso atrás. Deslizó con vehemencia sus dedos por los bordes del fino tejido del velo y lo empujó hacia la parte posterior de la cabeza de la rubia.

- queridos hermanos, estamos reunidos hoy aquí... - en sí, parte del discurso que aquel hombre decía, ya había escuchado una vez, en una de las bodas de algunas de sus amistades de la adolescencia, como olvidar aquello, si siempre había sido la madrina e  cada una de las ceremonias porque a su parecer, aquello era una bobería, ella no estaba preparada para tener un compromiso tan grande como lo era, el comprometerse en cuerpo y en alma a otra persona, había crecido sola, las palabras "matrimonio y compromiso" nunca estuvieron en su vocabulario. Seguramente, alguna de las chicas se reiría en su cara al verla a tan solo unos pasos del altar, a punto de unir su cuerpo y su alma a una persona con la que compartiría su vida por el resto de sus días. Cogió aire al recorrer con su mirada al hombre frente a ella, en sí, no era muy guapo, no llamaba mucho su atención ciertamente, nunca fue alguien muy estricta ante los estándares de belleza que definían a un hombre guapo. De hecho, hacía mucho que no le iban los hombres, al menos ninguno había sido de su interés después de Neal, el padre de Henry. Aunque más bien, lo que sintió por aquel hombre había sido más cariño que amor, él la había sacado de las calles, en cierta forma le enseñó una manera distinta de vivir la vida; claro, como una delincuente pero al fin y al cabo, había vivido decentemente gracias a lo que solían robar. Después, cuando fue a parar a la cárcel por culpa de Neal, embarazada de su hijo. Aquello la asustó tanto, un hijo era una responsabilidad, una para la cuál no estaba preparada aún o al menos eso pensaba ella, con el paso de los meses y conforme crecía su hijo dentro de ella, se fue dando cuenta de cuán grande era su amor por esa criatura pero, desgraciadamente las circunstancias económicas que ella tenía en esos momentos  la llevaron  a romper cualquier lazo con aquella pequeña criatura después del parto. Si bien, aún no puede olvidar las noches que pasó en vela, abrazada a la pequeña manta con su nombre, mientras recordaba aquel incesante lloriqueo de su hijo al nacer y que, por desgracia sabía jamás olvidaría. Miró de reojo hacia la multitud en la sala, analizó a su retoño y sonrió levemente, cuantas cosas se había perdido, cosas que quisiera haber vivido a su lado, tal vez retroceder el tiempo a aquel día y no haberlo entregado al sistema. Sintió una nueva punzada en el pecho e hizo una mueca, se mordió el labio, nada podría dañar el plan, mucho menos aquello que sucedía a su blanco corazón. Solo necesitaba un poco más de tiempo y todo estaría nuevamente en su lugar, miró de reojo a Arturo, bueno,casi todo. - ahora, Princesa Emma Charming Whte - gruñó por lo bajo, ciertamente no le gustaba llevar el apellido de un pedófilo al final de su nombre. Sí, sabía perfectamente lo que ese hombre había hecho a la morocha, aquella mujer a la cuál amaba con toda el alma. - ¿aceptas al Rey Arturo de Camelot como tu futuro esposo para amarlo y respetarlo en la salud como en la enfermedad, en la riqueza como en la pobreza por el resto de tus días? - cogió un poco de aire y asintió mientras se giraba para mirar al morocho.

- acepto... - dijo en un murmullo con su mirada fija en Arturo, de pronto un pillido inundo sus oídos, su sien dolía al igual que su órgano vital que acaparaba parte de su pecho.

- ahora, Usted Majestad, Rey Arturo de Camelot - apretó con algo de fuerza uno de los bordes del vestido mientras sentía un pequeño cosquilleo en lo profundo de su garganta y ese, sí, estaba segura que ese sabor metálico subiendo por su garganta era aquel líquido rojo que tanto odiaba.  - ¿aceptas a la princesa Emma Charming White como su futura esposa,para amarla y respetarla en la salud como la enfermedad, en la riqueza como en la pobreza por el resto de sus días? - entonces la gran puerta de la capilla se abrió de golpe,dejando a la vista de todos a una joven casi de la misma edad que Emma, cabellos rizados color castaño tomados en una media trenza, ojos color chocolate y piel morena, mientras llevaba un vestido a color vino encima.

- ¡yo me opongo! - aquella joven no era nada más ni nada menos que Winifred,  la ex prometida y amiga de la infancia de nuestro rey. De quién, el joven Rey estuvo enamorado, con quién compartió sus sueños cuando apenas eran unos niños, a quien prometió cuidar inclusive con su propia vida pero, lamentablemente aquellas promesas se habían quedado vacías y la habían dejado rota, cuando Arturo le había hecho mención de su futura boda. Con la respiración agitada, la chica se encaminó hacía el altar y miró suplicante a Emma. Podría ser el ser oscuro pero parte de su corazón aún era puro y eso la hacía todavía humana, ver a la joven ahí, casi de rodillas frente a su futuro esposo, era algo que nadie debía presenciar. - ¡por favor, no te cases con ella! - entre lloriqueos y súplicas,Winifred se acercó a Arturo con las lágrimas rodando por sus mejillas y las manos juntas. Se arrodilló frente a él mientras se aferraba al traje del moreno.

- Wini... - le llamó con cariño cuando tomó sus manos con delicadeza mientras la ayudaba a levantarse. Ella le miró, con los ojos brillantes por las lágrimas y por verse nuevamente de la mano del hombre que amaba. - ya hablamos de esto... - hizo una seña a uno de sus guardias que se acercó a ellos. - por favor...saquenla de aquí - sintió un nudo en la garganta nuevamente con solo escucharlo mientras observaba como casi a rastras se llevaban a la chica que gritaba y luchaba por regresar donde Arturo.

Las Lágrimas de Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora