Capitulo 8. El mensaje

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El hombre, el pervertido, abrió la puerta. Mis ojos se llenaron de lágrimas, no podía entender cómo Santiago me dejo ahí con ese mal nacido.

El hombre tenía uno de sus pómulos y el labio inferior hinchados, había rastros de sangre en su labio inferior y mentón, y uno de sus ojos estaba adquiriendo una coloración violácea.

-Perdóneme señorita, yo...yo me comporté muy mal con usted, espero que pueda perdonarme-, el pervertido hablo con vos quebrada y juro, juro que si hubiera tenido la mordaza abajo le hubiera escupido la cara y lo lo hubiera mandado a tragarse sus palabras.

Detrás del hombre, cuando termino de improvisar su estupida disculpa, entró Santiago. Quise llorar y suplicarle que me llevara con el, que no me volviera a dejar ahí, pero mi orgullo me lo impidió, finalmente el fue quien ordenó mi secuestro, y yo no le permitiría verme derrotada y dispuesta a seguir sus ordenes jamás.

-Vamos, hay que sacarla de aquí!-, La vos de Santiago sonaba más calmada, como si los golpes propinados al pervertido le hubieran descargado la ira.

El pervertido volvió a cubrir mi cabeza con la maldita bolsa y me cargo como un saco de papas.  Camino conmigo hasta que fui arrojada a una superficie blanda.

-Sal de aquí y cierra con llave por fuera-, ordenó Santiago. Se acercó a mi y me quito La Bolsa de la cabeza.

Pude observar que me encontraba en una habitación de paredes color amarillo claro y piso de cerámica color café, estaba sobre una cama sencilla cubierta con sabanas blancas, al lado de la cama una ventana con cortinas color púrpura y junto a esta un pequeño escritorio de madera oscura frente al cual había una silla plástica de color blanco. La habitación no era para nada lujosa, lo que me llevó a pensar que no estaba en la casa o en alguna propiedad de Santiago.

Se sentó sobre la cama junto a mi y acaricio mi cabello, me revolví en mi lugar. -Shhh, tranquila, no te voy a hacer daño, quiero ayudarte, pero tendrás que hacer lo que te pida, comprendes?-, asentí con mi cabeza repetidas veces.

-Okay, voy a quitar tu mordaza, si gritas voy a verme en la penosa obligación de devolverla a su lugar, entendiste?-, volví a asentir y Santiago bajo la mordaza a mi cuello.

-S-Santiago, que es todo esto?, que es lo que sucede?, por favor dime qué pasa, no sabes todo lo que he sufrido, ayúdame-, fui una total ilusa al creer que el estaba ahí para ayudarme...me acabaría de hundir.

-Ya tendremos tiempo de hablar, por ahora quiero desatarte, quiero que comas algo y te des un baño, después vamos a discutir toda esta situación. Si te desató e intentas huir te volveré a atar más fuerte, entendiste?-, algo en su vos me dijo que eso era exactamente lo que haría si no obedecía, y la idea de alimentos y un baño no me desagradaba en absoluto.

-No lo haré Santiago, lo prometo-, desató el amarre de mis muñecas y tobillos, y por primera vez en días me sentí libre.

Recuerdan cuando estábamos en el colegio, justo en la clase que más odiábamos, esa sensación de estar perfectamente capacitados para salir corriendo pero teniendo la seguridad que tu profesor te haría la vida de cuadritos si decidías atravesar la puerta del salón?, justo así me sentí en ese instante.

Santiago me entrego una bolsa con jabón, shampoo, cepillo de dientes y hasta ropa. Abrió una puerta que no había visto hasta ese momento y me dirigió al baño.

En aquel baño no había espejos, solo el sanitario y una ducha. Santiago me advirtió de dejar la puerta abierta y que el me estaría esperando afuera. Que si me dio temor desnudarme sin privacidad?, obviamente, pero algo dentro de mí me aseguraba que Santiago era un caballero y que no tomaría provecho de la situación...de todo, creo que fue lo único en lo que acerté.

Unas marcas violáceas cubrían mis muñecas y se esparcían por algunas áreas de mis piernas y brazos. Encontré un área abultada y dolorosa en la parte posterior de mi cabeza mientras enjabonaba mi cabello...debió ser donde me golpearon y perdí el conocimiento.

En aquella bolsa encontré ropa interior y un hermoso vestido blanco, suelto de la cintura hacia abajo, con hombros descubiertos y de amarre en el cuello, dude en ponérmelo, lo menos que quería era estar tan expuesta por si el pervertido volvía a visitarme. Por mi mente cruzo la idea de volver a vestir los jeans que traía pero el olor a orines viejos me hizo desistir de inmediato.

-Te ves...muy bella Andrea-, fue lo único que dijo Santiago cuando salí del baño. Me señaló el escritorio y corrió la silla para que me sentara.

Frente a mi había un plato con huevos revueltos, salchicha asada y un trozo de queso. Al lado un cristal con jugo amarillo que supuse era de naranja, y un tenedor y cuchillo de mesa al lado del vaso sobre una servilleta.

-Come-, ordenó al verme dubitativa, asentí y me dispuse a probar la comida. Solo hasta que probé los huevos fue que entendí él hambre tan voraz que tenía.

****
Ya había terminado la comida y estaba bebiendo un sorbo del jugo cuando volvió a hablar.

-Andrea, tu familia cree que te fuiste de la ciudad, que tenías problemas y decidiste abandonar la Universidad-, un frío intenso se apoderó de mi y recorrió todo mi cuerpo.

-Mi familia nunca creería eso!-, le asegure.

-Probablemente no si alguien más se los dice, pero viniendo de ti por supuesto que lo creen-, sacó mi celular de su bolsillo, encendió la pantalla, rebusco en los archivos y me enseñó desde lejos la pantalla.

Para: Mamá, papa, Andres y Claudia.
Tengo algunos problemas en la Universidad, quiero tomarme un descanso, me voy de la ciudad por un tiempo con unos amigos, por favor compréndanme.

Pánico, el más duro y horrible pánico, fue lo que se instauró en mi pecho. El mensaje fue lo suficientemente claro para que no le quedará duda a alguien que me fui voluntariamente, y no habían palabras comprometedoras que llevarán a pensar lo contrario, y por milésima vez desde mi secuestro las lágrimas salieron de mis ojos sin control.

ESTOCOLMO la historia de Andrea y SantiagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora