—¡Madre!
No tuvo respuesta. Ni esperaba tenerla. Su madre llevaba cuatro días muerta, y Nora
notaba que el último resto de su espíritu se alejaba ya.
—¡Madre!
Lo volvió a decir, en voz baja, a aquello que se iba. Le pareció sentir su despedida como se
siente un pequeño soplo de brisa en la noche.
Ya estaba sola del todo. Sintió la soledad, la incertidumbre y una gran tristeza.
Aquello había sido su madre, la mujer cálida y vital que se llamó Catrina. Después, tras la
inesperada y rápida enfermedad, había pasado a ser el cuerpo de Catrina, que todavía
conservaba el espíritu en su interior. Al cabo de cuatro atardeceres y amaneceres, también el
espíritu se había ido. Ya no era más que un cuerpo. Vendrían los cavadores y echarían una
capa de tierra sobre la carne, pero aun así la desgarrarían para comérsela los animales
hambrientos que venían de noche. Entonces los huesos se dispersarían, se pudrirían y se
desharían hasta confundirse con la tierra.
Nora se pasó la mano por los ojos, que de pronto se le habían llenado de lágrimas. Había
querido a su madre, y la iba a echar de menos terriblemente. Pero había llegado el momento
de marcharse. Hincó el bastón en la tierra blanda, y apoyándose en él se levantó.
Miró a su alrededor, indecisa. Aún era joven, y hasta entonces no había vivido la
experiencia de la muerte en la pequeña familia que formaban sólo su madre y ella. Había visto
a otras personas, naturalmente, cumplir los ritos. Veía a algunas en el vasto y maloliente
Campo de la Partida, acurrucadas junto a aquéllos a cuyos espíritus acompañaban aún. Sabía
que allí estaba una mujer llamada Elena, viendo cómo el espíritu abandonaba a su niño, que
había nacido demasiado pronto. Elena había llegado al Campo el día anterior. A los recién
nacidos no había que velarles cuatro días; sus pequeños espíritus, apenas llegados, se iban
rápidamente. Así que Elena regresaría pronto al pueblo y a su familia.
Pero Nora ya no tenía familia. Ni casa. La barraca donde vivía con su madre la habían
quemado. Era lo que se hacía siempre después de una enfermedad. Aquella pequeña
edificación, el único hogar que Nora había conocido, ya no existía. Vio el humo a lo lejos
estando allí sentada junto al cuerpo. Mientras veía alejarse al espíritu de su madre, había visto
también cómo los fragmentos de su vida de niña se disipaban en el cielo, convertidos en
cenizas.
Sintió un ligero escalofrío de miedo. El miedo estaba siempre en la vida de las personas.
Por miedo se hacían casas, se buscaba comida y se cultivaban cosas. Por la misma razón se almacenaban armas, en espera. Había miedo al frío, a la enfermedad y al hambre. Había
miedo a las fieras.
Y el miedo la empujaba ahora, allí apoyada en su bastón. Miró por última vez al cuerpo sin
YOU ARE READING
The Giver 2- En busca del azul.
Teen FictionNora, una huérfana con una pierna torcida, vive en un mundo donde los "débiles" son dejados de lado. Desde el momento en que muere su madre, teme por su futuro hasta que es perdonada por el poderoso Consejo de Guardianes. La razón es que Nora tiene...