capitulo 15

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—¡Mira! Me están haciendo un taller para los tintes.

Era mediodía. Nora apuntaba a una pequeña franja de terreno entre el Edificio y el

comienzo del bosque. Tomás se acercó a la ventana y miró. Los obreros habían construido lo

que evidentemente iba a ser un cobertizo: bajo la techumbre ya estaban puestos unos

travesaños largos para secar las madejas y los hilos teñidos.

—Anabela no tuvo nunca nada igual —murmuró Nora, acordándose de la anciana con

nostalgia—. La voy a echar de menos —añadió.

Todo se había sucedido muy deprisa: la muerte de Anabela, tan de repente, y un día

después ya estaban en marcha las obras de la nueva tintorería.

—¿Qué es aquello? —señaló Tomás. A un lado los obreros estaban cavando un hoyo poco

profundo, y junto a él afianzaban un soporte para colgar los calderos.

—Eso será para la lumbre. Hay que tener siempre encendida una lumbre muy fuerte para

cocer los tintes. ¡Ay, Tomás! —suspiró Nora, apartándose de la ventana—. No voy a ser

capaz de acordarme de todo.

—Sí lo serás. Yo tengo escrito todo lo que me dijiste. Vamos a repetirlo una y mil veces.

Mira, ¿qué es eso que traen?

Nora volvió a mirar, y vio que estaban apilando haces de plantas secas al lado del nuevo

cobertizo.

—Será que han traído todas las plantas que Anabela tenía colgadas de las vigas. Así al

menos tendré para empezar. Creo que sabré cómo se llaman, si no las han revuelto todas por

descuido.

Y se rió al ver que uno de los trabajadores dejaba en el suelo un cacharro tapado y apartaba

la cara con repugnancia.

—Es el mordiente —explicó—. Huele muy mal.

No quiso decirle a Tomás aquella palabra ordinaria, pero era lo que Anabela llamaba la

olla del pis, y su contenido era un ingrediente sorprendentemente necesario para preparar los

tintes.

Los obreros, cargados con los calderos, las plantas y el equipo, habían empezado a llegar

muy de mañana, cuando Jacobo estaba aún en la habitación de Nora describiéndole los

sucesos de la víspera. Una muerte súbita, había explicado, como era muchas veces la de las

personas de edad avanzada. Se durmió una siesta, Anabela, aquel día lluvioso, y ya no

despertó. Eso era todo. No había ningún misterio.

Quizá sintiera acabada su misión al enseñar a Nora, apuntó Jacobo solemnemente. A veces,

dijo, era así como llegaba la muerte: como un eclipsarse cuando uno había cumplido su

misión.

—Y no hay necesidad de quemar la casa —añadió—, porque no hubo enfermedad. Así que

se quedará como está. Algún día podrás vivir allí si quieres, cuando hayas terminado tu

trabajo aquí.

The Giver 2- En busca del azul.Where stories live. Discover now