—¡Mira! Me están haciendo un taller para los tintes.
Era mediodía. Nora apuntaba a una pequeña franja de terreno entre el Edificio y el
comienzo del bosque. Tomás se acercó a la ventana y miró. Los obreros habían construido lo
que evidentemente iba a ser un cobertizo: bajo la techumbre ya estaban puestos unos
travesaños largos para secar las madejas y los hilos teñidos.
—Anabela no tuvo nunca nada igual —murmuró Nora, acordándose de la anciana con
nostalgia—. La voy a echar de menos —añadió.
Todo se había sucedido muy deprisa: la muerte de Anabela, tan de repente, y un día
después ya estaban en marcha las obras de la nueva tintorería.
—¿Qué es aquello? —señaló Tomás. A un lado los obreros estaban cavando un hoyo poco
profundo, y junto a él afianzaban un soporte para colgar los calderos.
—Eso será para la lumbre. Hay que tener siempre encendida una lumbre muy fuerte para
cocer los tintes. ¡Ay, Tomás! —suspiró Nora, apartándose de la ventana—. No voy a ser
capaz de acordarme de todo.
—Sí lo serás. Yo tengo escrito todo lo que me dijiste. Vamos a repetirlo una y mil veces.
Mira, ¿qué es eso que traen?
Nora volvió a mirar, y vio que estaban apilando haces de plantas secas al lado del nuevo
cobertizo.
—Será que han traído todas las plantas que Anabela tenía colgadas de las vigas. Así al
menos tendré para empezar. Creo que sabré cómo se llaman, si no las han revuelto todas por
descuido.
Y se rió al ver que uno de los trabajadores dejaba en el suelo un cacharro tapado y apartaba
la cara con repugnancia.
—Es el mordiente —explicó—. Huele muy mal.
No quiso decirle a Tomás aquella palabra ordinaria, pero era lo que Anabela llamaba la
olla del pis, y su contenido era un ingrediente sorprendentemente necesario para preparar los
tintes.
Los obreros, cargados con los calderos, las plantas y el equipo, habían empezado a llegar
muy de mañana, cuando Jacobo estaba aún en la habitación de Nora describiéndole los
sucesos de la víspera. Una muerte súbita, había explicado, como era muchas veces la de las
personas de edad avanzada. Se durmió una siesta, Anabela, aquel día lluvioso, y ya no
despertó. Eso era todo. No había ningún misterio.
Quizá sintiera acabada su misión al enseñar a Nora, apuntó Jacobo solemnemente. A veces,
dijo, era así como llegaba la muerte: como un eclipsarse cuando uno había cumplido su
misión.
—Y no hay necesidad de quemar la casa —añadió—, porque no hubo enfermedad. Así que
se quedará como está. Algún día podrás vivir allí si quieres, cuando hayas terminado tu
trabajo aquí.
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The Giver 2- En busca del azul.
Ficțiune adolescențiNora, una huérfana con una pierna torcida, vive en un mundo donde los "débiles" son dejados de lado. Desde el momento en que muere su madre, teme por su futuro hasta que es perdonada por el poderoso Consejo de Guardianes. La razón es que Nora tiene...