Nora corrió temblando al claro donde se alzaba la casita de Anabela.
Aquella mañana iba sola. Mat todavía la acompañaba algunos días, pero se aburría con la
vieja tintorera y sus interminables instrucciones. Lo más frecuente era que él y su perro se
fueran por ahí con los amigos a soñar aventuras. Mat seguía estando molesto por lo del baño;
sus compinches se habían reído de él cuando le vieron limpio.
Así que aquella mañana Nora hizo sola el camino del bosque, y por primera vez sintió
miedo.
—¿Qué ocurre?
Anabela estaba junto a la hoguera. Debía de haberse levantado antes del amanecer, porque
ya el fuego crepitaba y silbaba con fuerza bajo el enorme caldero de hierro, pero apenas
despuntaba el sol cuando Nora emprendió la marcha.
—Traes cara de miedo —observó la tintorera.
—Me ha seguido una fiera por el camino —explicó Nora, intentando respirar
normalmente. Ya se le iba pasando el pánico, pero aún estaba tensa—. La he oído por los
arbustos. La he oído moverse y a veces gruñir.
Para su sorpresa, Anabela se rió por lo bajo. La anciana siempre era amable y paciente con
ella; ¿por qué se reía de sus miedos?
—Yo no puedo correr —explicó Nora— por la pierna.
—No hay necesidad de correr —dijo Anabela, y removió el agua del caldero, en cuya
superficie empezaban a brotar pequeñas burbujas—. Vamos a cocer equináceas para hacer un
verde parduzco —dijo—. Sólo las cabezuelas. Las hojas y los tallos dan amarillo oro —e
indicó con la cabeza un saco lleno de flores que descansaba en el suelo a poca distancia.
Nora alzó el saco, y, a una señal de Anabela, que probaba el agua con un palo, volcó la
masa de flores en el caldero. Las dos contemplaron cómo empezaba a hervir la mezcla, y
después la anciana dejó el palo de remover en el suelo.
—Vamos adentro —dijo—. Te daré una tisana que te tranquilice —y de otra hoguera más
pequeña descolgó una tetera que pendía de su gancho y la llevó a la casita.
Nora la siguió. Sabía que las cabezuelas tendrían que cocer hasta el mediodía, y después
permanecer en infusión en el agua muchas horas más. Extraer los colores era siempre un
proceso lento. La tintura de las equináceas no estaría lista hasta la mañana siguiente.
A causa del fuego, el aire que rodeaba los calderos era pesado, casi asfixiante. Pero en la
casita, al amparo de sus gruesos muros, se estaba fresco. De las vigas del techo colgaban
plantas secas, parduzcas y frágiles. Sobre una maciza mesa arrimada a la ventana yacían
montones de hilos teñidos para clasificar. Era parte del aprendizaje de Nora, nombrar los hilos
y clasificarlos. Fue a la mesa, dejó el bastón apoyado en la pared y se sentó en su sitio. A sus
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The Giver 2- En busca del azul.
Teen FictionNora, una huérfana con una pierna torcida, vive en un mundo donde los "débiles" son dejados de lado. Desde el momento en que muere su madre, teme por su futuro hasta que es perdonada por el poderoso Consejo de Guardianes. La razón es que Nora tiene...