Lo primero, decidió, era hacer como si no supiera nada. Volvería al sitio de la barraca
donde había vivido con su madre y empezaría a reconstruir. Quizá el mero hecho de verla allí
manos a la obra fuera bastante para desalentar a las mujeres que pretendían echarla.
Apoyándose en el bastón atravesó el pueblo lleno de gente. Algunos la saludaban con la
cabeza al verla pasar, pero cada cual estaba atareado en sus quehaceres de todos los días, y
entretenerse en cortesías no era parte de sus costumbres.
Vio al hermano de su madre, que estaba con su hijo Dan, trabajando en la huerta junto a la
barraca donde había vivido con Solora y los niños. Las malas hierbas habían crecido sin que
nadie las arrancara mientras su mujer salía de cuenta, daba a luz y se moría. Después pasaron
más días y se multiplicaron las hierbas mientras él estaba en el Campo con la mujer y el hijo
muertos. Las estacas donde se enredaban las judías se habían tumbado, y él, malhumorado, las
estaba enderezando mientras Dan trataba de ayudarle y la niña pequeña, Mar, jugaba con el
barro sentada al borde de la huerta. Nora vio que el hombre daba a su hijo un manotazo fuerte
en un hombro, riñéndole por no sujetar derecha la estaca.
Nora pasó por delante de ellos, hincando firmemente el bastón en el suelo con cada paso
que daba, pensando saludarles con la cabeza si la veían. Pero la niña que jugaba en el barro no
hacía más que lloriquear y escupir; había querido ver a qué sabían unas piedritas, como
cualquier niño de su edad, y se encontró con la boca llena de tierra asquerosa. Dan miró a
Nora, pero no dio señales de reconocerla ni la saludó; estaba doliéndose del golpe que le había
propinado su padre. El hombre, el único hermano de su madre, no levantó los ojos de lo que
estaba haciendo.
Nora suspiró. Él al menos tenía ayuda. Ella, salvo que pudiera reclutar a su pequeño amigo
Mat y algunos de sus compinches, tendría que hacer sola todo el trabajo de reconstruir y
arreglar la huerta, suponiendo que la dejaran quedarse.
Le rugieron las tripas y se dio cuenta de que estaba hambrienta. Pasando una hilera de
barracas pequeñas y doblando un recodo llegó hasta el negro montón de cenizas que había
sido su hogar. De las cosas de la casa no quedaba nada, pero vio con alegría que la pequeña
huerta se había salvado. Las plantas de su madre aún estaban en flor, y las hortalizas del
verano temprano maduraban al sol. De momento, al menos, tendría algo que comer.
¿O no? Según estaba mirando, del soto inmediato salió muy presurosa una mujer, miró a
Nora de reojo, y con todo descaro se puso a arrancar zanahorias de la huerta que su madre y
ella habían cultivado.
—¡Quieta! ¡Son mías! —gritó Nora, avanzando a toda la velocidad que le permitía la
pierna deforme que llevaba a rastras.
YOU ARE READING
The Giver 2- En busca del azul.
Roman pour AdolescentsNora, una huérfana con una pierna torcida, vive en un mundo donde los "débiles" son dejados de lado. Desde el momento en que muere su madre, teme por su futuro hasta que es perdonada por el poderoso Consejo de Guardianes. La razón es que Nora tiene...