Sanando las heridas

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Prompt: 029. Sanar

Rating: K+

Extensión: 397 palabras

Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo.

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Admirablemente resteñaba ella la sangre con sus besos,

pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,

protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.

Julio Cortázar

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Fue esa tarde, llena de nubes y de hojas, cuando él la sintió quererlo.

La había salvado de la embestida de un Hollow, otra vez había arriesgado su vida por ella.

Era una molestia. Rukia siempre se metía en problemas. Pero él estaba para protegerla, y cualquier destiempo carecía de importancia cuando su vida corría peligro.

A causa de haberse interpuesto entre su hermana y el Hollow, Byakuya había sufrido una desastrosa herida. Se resistía a expresar con gemidos de dolor la grieta húmeda que el Hollow había abierto en su estómago, por lo que después de haberse hecho con la criatura se dejó caer silenciosamente al suelo.

—¡Nii-sama! —exclamó Rukia al verlo lleno de sangre.

Se encontraban en un bosque del pueblo Karakura, y Rukia no entendía qué hacía Byakuya allí.

La presencia del Hollow se había evaporado, y ella no pudo más que ir hacia donde estaba Byakuya para socorrerlo, escandalizarse ante su mal estado y querer mimarlo secretamente.

—Déjame sanar tus heridas, nii-sama.

Las palabras sin sosiego de Rukia cayeron tiernamente sobre Byakuya seguidas por sus manos frágiles y ávidas de curación. No había en su cabeza más que sanar y cuidar de su hermano.

Y fue allí cuando él la sintió quererlo. No se trataba de Kidô, no era cuestión de reiatsu ni de obligación. Byakuya sintió el amor que Rukia le tenía a través de sus manos cálidas curándolo y protegiéndolo. El calor de sus manos lo hizo estremecer, y sin darse cuenta la miró a los ojos detenidamente, confundido, como si en ese mismo momento él también la estuviese queriendo.

Uno de los dedos de Rukia rozó su abdomen sin querer, y él creyó haberse desmoralizado. La sensación que hacía cuarenta años se había convencido de no necesitar le había movido la tierra y el cielo en un solo segundo.

Piel.

Ella se ruborizó y pidió perdón.

Pero Byakuya calló, como siempre, porque esa era la manera que él tenía de martirizarse. Contempló durante algunos minutos el rostro de su hermana, tímido y presuroso, y supo que el mejor remedio para sus heridas era ella. No necesitaba nada más que su presencia, tan inherente y tan cálida, para que su cuerpo recobrara el vigor y la volviese a proteger.

Las heridas sanaban, la sangre dejaba de esparcirse y Rukia era como el calor del sol. Byakuya quería quedarse a vivir allí.

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