A través de la pared

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Prompt: 045. Necesidad

Rating: K+

Extensión: 605 palabras

Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo.

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El pecado fue mío; yo no había comprendido.

Oscar Wilde

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Hubo un día en que ya no la miró como a la joven a quien adoptó como hermana menor. Hubo un día en que observó cómo ella arrancaba una flor del jardín y acariciaba con ella su mejilla, su nariz, estornudando de improviso. Una tarde, cuando se acercó al corredor de su habitación para recordarle un recado que ella debía darle a los empleados de la casa, se sintió tocado por su imagen de parsimonia y delicadeza, reparando por primera vez en muchos años que ella era la mujer de la casa. Vio cómo sus ojos amatistas rodaron en dirección a los árboles del jardín, sin mirar especialmente a ninguna parte, y algo de ella lo atrapó.

Otro día la espió. Rukia debatía en silencio qué libro tomar de la biblioteca del hogar, y mientras Byakuya pasaba por el pasillo, a paso lento y silencioso, la avistó a través del resquicio de la puerta. Se detuvo uno o dos segundos a mirar su perfil, desde el mechón de cabello que adornaba el mentón de su rostro hasta los ojos concentrados que no advirtieron su presencia en aquel lugar.

Una vez él le sacó charla. Comían sushi, y Byakuya le ofreció discutir acerca de un artículo de la Seireitei News Magazine hacia el que él mostraba desacuerdo. Para su sorpresa, Rukia expuso sus opiniones expresándose con una fluidez que él no había esperado. En otro tiempo él habría censurado tal desenvoltura, pero misteriosamente en ese momento le agradó, porque sintió que había alguien con quien podía conversar sin formalidades y con quien sentirse a gusto sin que su rango de capitanía estuviera en el medio perturbando.

Aún estaba la pared, el muro invisible que impedía a ambos acercarse y conocerse más allá de lo protocolar, de la obligación. Byakuya escuchaba hablar a Rukia con presteza, con comodidad, y ella sonreía a pesar de que él mantenía su semblante adusto, dejando de inquietarse por fin ante la presencia intimidante que él imponía. Aunque Byakuya mantenía a su hermana a raya, y ella se daba cuenta, Rukia no desistía en acercarse a él, aun cuando llegar al corazón de su hermano le llevara otros cuarenta años de recelo y frustración. Sólo saber que él esperaba una breve conversación sobre cualquier asunto o una silenciosa compañía antes de marcharse a dormir, era suficiente para que Rukia se sintiera contenta y se acostara en el futón de su cuarto abrazando la almohada y pensando en él, con el corazón a batiente, como una niña que ha conocido a su primer amor.

Una tarde de invierno, Rukia se hallaba sentada nuevamente en el corredor de su habitación, con un pergamino entre sus manos. La tibia sensación de un abrigo cubriendo sus hombros la sacó de su ensimismamiento, y cuando volteó sorprendida, dejando escapar un pequeño jadeo de su boca, vislumbró la eterna espalda de su hermano marcando pasos hacia el final del corredor.

—Pronto anochecerá, no estés fuera de la casa hasta muy tarde.

Al momento que Byakuya cerró la puerta de la habitación en la que entró, se sintió disconforme, y tuvo la certeza de que hace tiempo sentía un extraño deseo de pasar más tiempo con su hermana. El problema era que entre ellos había una pared invisible, tan inmensa como el desasosiego que había en el corazón de él cada vez que Rukia lo miraba.

¿Sería algún día capaz de derribarla y dejar que su hermana lo tocara? ¿Sería posible que una vez él se dejara conocer?

Mientras Byakuya se hacía estas preguntas, Rukia golpeaba la puerta que él hace unos minutos había cerrado. Y quería dejarla entrar.

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