OPERACIÓN BLUE (Percy Jackson Y Tú)

Capítulo 1

Título alternativo: Annabeth da lecciones acerca del amor propio. Piper es una buena amiga. Percy no sabe que demonios sucede. Vamos, un día típico en el campamento.

Hay días en los que me miro al espejo y puedo ver las facciones de mi madre en mí.
Tengo el cabello castaño rizado y los ojos azules. Durante mi primera semana en el campamento todos asumieron que era hija de Hermes.

De niña, solía jugar a mirarme en el espejo y descartar los parecidos a mi madre, intentando formar el rostro de mi padre. Tenía los ojos azules, me decía a mí misma, porque mamá los tiene grises. Su mandíbula debía ser cuadrada, porque la mía, puntiaguda, era igual a la de mamá.

No destacaba en la arquería, ni en la lucha con espadas, ni en la agricultura, no era especialmente inteligente, no era guapa y definitivamente no tenía afinidad por ningún elemento.
Fue toda una sorpresa ser reconocida por Apolo

Para mí no era sorprendente no ser hija de Hermes. Los hijos de Hermes eran bulliciosos, exaltados, graciosos. Yo disfrutaba del silencio, de la belleza de la calma y mis chistes no hacían reír a nadie. Sin embargo, no puedo negar que me había hecho ilusiones con ser hija de un dios amable, amoroso y poco dado a las venganzas. Que fuese una fiera en cuanto tocaban a sus hijos era, en definitiva, un plus.

Mi llegada al campamento había sido posterior al debacle de Kronos y anterior al desastre de Gea. Alcanzé a estar dos semanas bajo el techo de la cabaña de Hermes antes de ser reconocida
Luego, luego estábamos demasiado ocupados evitando que nuestro hogar se redujera a cenizas como para debatir si era o no una digna hija de Apolo.

Pero ¿Después de la guerra? Cuando eres mediocre entre personas exepcionales te vuelves especial. Destacas.
Mis hermanos eran personas excepcionales.

Will era el mejor doctor que conocía. Sus ojos eran tan azules como el cielo despejado y su sonrisa podía detener guerras. Lo que más admiraba de él era la forma en que podía conservar la calma y como la proyectaba a su alrededor, dando la apariencia de un surfista relajado cuando era tan letal como una pantera.

Kayla podía darle a un blanco con los ojos vendados y haciendo el pino. Y donde quiera que fuese los chicos se volvían a mirarla. La combinación de piernas eternas, melena roja como la sangre, piel de porcelana y altura de modelo resultaba convincente. Kayla era de esas mujeres exóticas a la que los chicos entregaban sus corazones y los recibían pisoteados con una sonrisa, porque era tan bella y encantadora, porque era Kayla.

Austin podía maldecir a las personas y obligarlos a hablar en rima, pero también tenía un corazón de oro. Y cantaba como las sirenas, podía llegar a notas tan altas que rompía vidrios y su voz era tan expresiva que podía evocarte tardes de lluvia, la sensación de arrullo de un domingo por la tarde o incluso una alegría enfebrecida.

Y yo era una simple chica.
No tenía sonrisas que paraban guerras. No tenía un hermoso cabello o un corazón de oro.
No tenía nada. Sólo un pasado apacible, un gran conocimiento de fotografía y rizos rebeldes.

Hasta que conocí a Annabeth. Annabeth me enseñó que no necesitaba el cabello ardiente de Kayla para ser bella, la voz de Austin para ser talentosa ni la asombrosa capacidad de Will para curar a la gente para hacerle un bien al mundo. Lo único que necesitaba era ser yo misma y tenerme más fé.

Me explicó que si consideraba a mi madre la mujer más bella en el mundo me hacía ser guapa. Me explicó que había otros talentos aparte del canto y que hasta para no tener ninguno había que ser talentosa. Y por sobretodo me explicó que todos tenemos una razón de ser, Will podía curar heridas físicas, yo tenía una razón de ser también, sólo que no la había encontrado aún.