CAPÍTULO 10: RECONCILIACIÓN

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— Vamos Sebastian déjame conducir tu carro, sólo esta vez... ¡Por favor! —suplicaba Anthony mientras caminábamos al coche a unos metros de nosotros, como todo un niño pequeño que le ruega a su madre que le compre un dulcecito en la tienda.

— No —fue directo al grano...

— ¡¡ Vamos!! nunca lo he conducido —siguió.

— No, por supuesto que no lo ha conducido y nunca lo hará —.

— ¿Pero por qué? —se deprimió.

— Joven Anthony... ¿acaso no se acuerda de lo que le hizo a mi anterior vehículo? —preguntó.

— Nooo —dijo mientras miraba al lado contrario de Sebastian, mostrando en su rostro lo malo que era mintiendo.

Mientras, yo, mirándolos como toda una espectadora que en ocasiones ignoraba la escena para perderse en sus pensamientos más profundos, que hasta ahora era la noticia más peligrosa y aterradora de su poca memoria hasta ahora... Analizaba cada palabra que la enfermera me había dicho, hasta el último acento o letra, tratando de comprender a lo que se refería con lo de: La gente brilla como el oro Sara... ellos vienen por ti y saben donde, como y cuando buscarte, prepárate... porque la diversión está punto de empezar. También la información que me dio Anthony sobre aquella organización anónima venía rondando en mi cabeza... era la misma frase, exactamente la misma: "La gente brilla como el oro", eso ponía peor el asunto ¿acaso tienen algo en común?, ¿será lo mismo?, ¿la enfermera tiene algo que ver con aquella organización?

Sentada ya sobre el coche, en el asiento trasero, posando mi cabeza sobre el brazo (qué estaba recargada sobre la puerta ¿qué cosas no?), miraba la ventana, todavía perdida en mis pensamientos más profundos, sin respuesta alguna a las preguntas que se formaban en mi cabeza. Anthony y Sebastian después de su extraña discusión de "hombres", se quedaron totalmente callados en el momento en el que pusieron un pie en el vehículo. En ocasiones sus miradas que estaban al frente, concentrados en las calles y sus alrededores, se movían hacia mí, cosa que no me incomodaba pero si daba curiosidad, no trataban de disimularlo, era muy obvio. O se estaban burlando de mí o es que son muy tontos... o inocentes más bien para darse cuenta de lo obvios que eran.

Anthony estaba al volante, al final, logró lo que tanto quería... Sebastian ya no supo soportar el lloriqueo de Anthony, un supuesto joven mayor, quien ya no era un niño pequeño y mimado... o eso creía. Nos parábamos en cada tienda que Anthony quería ver; jalaba y suplicaba a Sebastian para que lo acompañara y aunque el otro intentaba negarse yo intenté ir, cosa que Anthony no me dejó... quería a Sebastian por alguna razón, y como no, se salía con la suya.

Después de unas cuantas vueltas en el coche de Sebastian, llegamos a la casa, donde ayudé a bajar las bolsas más livianas, ya que todavía seguía mal de mi herida: no podía cargar cosas pesadas y moverme con facilidad... olvídate de eso. Entramos a la casa...

— ¡Llegamos Srita. Amanda! —gritó Sebastian mientras dejaba las bolsas sobre uno de los sillones color rojo vivo. No recibimos respuesta.

Nos miramos entre nosotros y buscamos por toda la casa. Anthony buscó arriba, Sebastian afuera y yo me metí a la cocina, donde empecé a escuchar las teclas de la computadora. Me acerqué más al sonido... Amanda estaba en el comedor, concentrada en la computadora como siempre.

— Srita. Amanda, con que aquí estaba —Sebastian me agarró por sorpresa, no lo esperaba adentro de la casa tan pronto ¿cuándo entró? ¿desde cuándo estaba ahí, detrás mía?

— ¡Oh! Sebastian ¿ya llegaron? —dejó la computadora para mirar a Sebastian, ignorándome a mí por completo. 

— Ah... si —dijo mientras me miraba y yo a él, confundidos por su bienvenida.

Sara (Cancelado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora