Capítulo 10: Albert

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Lunes, 10:40 am.

Voy por ti.

~

Aaron

Ser el hijo del leñador no fue un milagro, mucho menos una bendición.

Todos los días madrugar, prepararse y comenzar a sacar leña para los de la ciudad.

Todos los días.

Mi trabajo no es fácil, no puedo decir que sea la labor que más me guste. No me gusta trabajar en esto, pero por tolerancia y cariño hacia mi padre hace las cosas sencillas.

Así se basa nuestra vida, mi vida. Soy solo el compañero del trabajador. Soy el que trabaja para ayudar, no el que trabaja por gusto a lo que hace. Nadie aquí trabaja lo que le gusta, aunque eso sucediera, no hay un trabajo en el que su salario sea alto al igual que la voluntad y el gusto.

Si mi padre no le hubiera gustado que sea un leñador, como él, me hubiera pedido salir del bosque, estudiar en una universidad y volverme profesional siendo un abogado o un exitoso doctor.

Todo corría igual, los días iban siendo iguales, él y yo; solos. Buscando la manera de alimentarnos a base de picar árboles y conseguir leña para las grandes empresas roba sudor, pues no hacen nada, esperando a que todo vaya hacia ellos.

Sin embargo, cuando pensé que no había peor situación que en el que yo me encontraba, llegó ella.

Su rostro pálido sin pizca de felicidad, solo cosas negativas, traumas y marcas. Sus brazos cortados, su cuerpo lastimado y tambaleando.

Estaba demás decir que se podía percibir su dolor con solo mirarla. La desesperación que tenía conseguían volver a cualquiera un desesperado, claro, en el sentido solidario. Sentir como sollozaba y hacía esfuerzo en ocultarlo, era digno de ofrecer ayuda sin nada a cambio.

Si contaba todo lo sucedido, quizás me tomarían por un loco dramático buscando atención, que tiene semblante de la solidaridad misma.

Porque sí, he ayudado. La ayudé. Y cargaré con eso en mi conciencia, porque algo, en mi vida, cambió.

El hacha contaba con un filo dispuesto a cortar más de cinco árboles seguidos. El portador era mi padre, hasta que debí dar el siguiente paso como un cortador de árboles profesional. Mi padre lo compara como la universidad, y el hacha más moderno, el diploma.
Y allá estaba, cortando una y otra vez, sin parar. Los músculos me ardían sin cesar, gotas de sudor caían continuamente por el movimiento al cortar.

Era el sexto árbol cortado en troncos pequeños por la mitad, pensando que era suficiente decidí recogerlos antes de las tres de la tarde. A esa hora, el sol iluminaba con más intensidad y no había comido nada desde la madrugada.

─ No hay nada mejor que trabajar un lunes. ─dije para mí mismo, en sentido de motivación a pesar de lo cansado y sarcástico que salieron esas palabras. ─ Cortaré otro árbol más, así mi padre no tendrá que mandarme de nuevo para acá. ─ decidí luego de unos minutos.

Al dejar el monólogo que había tenido, comencé a observar cuál árbol cortar. Como dice mi padre, un leñador no sólo corta árboles, corta el árbol en Buenas condiciones; para cortar con ello, todos los problemas presentes en tu mente.

Al tener mi punto fijo en el árbol que decidí cortar, al dar el primer toque con el hacha y dispuesto a comenzar a talarlo con el segundo, una voz se hizo presente en mis oídos.

─ Disculpe, ¿Usted es el leñador? ─ Preguntó con una voz ronca, áspera. Al escuchar con más atención, se presencia la maldad en sus palabras.

─ No, soy su hijo. ─ Respondí,  colocando el hacha en una posición cómoda y cuidando mis palabras, sin depositar confianza en ellas.

─ Bien, lo siento. Soy Albert, vivo cruzando aquel río que se encuentra allá ─ Señaló el río con algunos animales tomando de él. ─ Vine hasta aquí buscando a mi preciosa hija, ella vino a buscar algunas hojas para un té que prepararía, pero no ha vuelto más. ─ Dijo con tristeza en su voz y en su mirada. La forma en la que lo decía transmitía sinceridad, pero en sus ojos, más adelante, noté cuán falsa era la historia.

─¿Cuándo se perdió? ─ cuestioné, intentando conseguir más mentiras de parte de él para encontrar el paradero de su hija.

No hay que ser una persona con poco conocimiento para darse cuenta de su maldad, de su necesidad por encontrar algo a toda costa. Por encontrarla a toda costa.
Lo observé bien, vestía una camisa que antes era blanca, que ahora se puede distinguir con claridad lo curtido que se encuentra. Un pantalón de tela negro, que ya tiene varios agujeros en este. Tenía los ojos grises al igual que el cielo -que no había notado hasta ahora- que se encontraba nublado. Se podía ver que pasaba de los cincuenta años, la pérdida de cabello no era un secreto en la cabeza del hombre y, por más común que fuera, había sumado libras demás por su falta de nutrición. Aunque, ¿Quién puede nutrirse bien en un bosque, con sólo árboles y ríos? ¿Cómo alguien puede engordar en un bosque? Sin embargo, se notaba que bajo toda la capa de grasa que se encontraba en su cuerpo, tenía suficiente fuerza.

No me estoy comparando con él, aunque eso haré, no soy el hombre con un gran físico. Pero lo tengo, mi padre decía que era una obligación hacer ejercicios diarios sólo para mantener la postura del hacha y a la hora de cortar. Eso me ha servido para mucho, se podría decir.

─Hace tres o cuatro días.─ Responde.

─Lo siento. ─ Me excuso. ─ Pero no la he visto.

─Joven, no es que sea paranoico, pero me estás mintiendo. ─ dice con un brillo en los ojos. El viento sopla y trae el temor a mi cuerpo, sus palabras, la forma en que lo dijo -la seguridad en la que lo dijo- causó impacto en mí y, a pesar de ser más habilidoso que él y más alto, sentía miedo.

─No le miento, No la he visto.─ Miento de nuevo, disimulando mi miedo tomo el hacha en la posición de talar el árbol y le digo, antes de talar, dándole la espalda ─ Si me disculpa, tengo que talar este último árbol antes de que llueva.

Dije señalando el cielo que ahora se encontraba más gris que la vista oscura de aquel hombre. Al estar de espaldas, doy dos talazos al árbol y un sonido misterioso  captura mi campo de audición.

Al descifrar el sonido, el notar que se escuchó detrás de mí, la risa sarcástica del hombre, el trueno que recién retumbó en mis oídos, el sudor frío que resbalaba en mi frente y el apretón que hice en el hacha incrementaron el miedo que sentía, revelando otro temor por el cual temblar, sintiendo como la muerte estaría buscándome en un abrir y cerrar de ojos.

El hombre tenía un arma, apuntando a mi espalda.

─Mientes, otra vez. ─ Sus palabras fueron tan frías como la lluvia que comenzó a caer.

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