Capítulo 14

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El sol apenas quería extenderse por el horizonte, apenas queriendo dar su calor y fulgor que daba cada mañana.
Las hierbas aún tinadas con gotas de rocío le daban paso al calor del sol, despertando para empezar un nuevo día.

Más sin embargo, un profesor no quería ni siquiera sentarse en su cama y recibir a la mañana. Por supuesto que estaba despierto, de echo, casi toda la noche la pasó en vela. No se extrañaba de trasnocharse, era costumbre, era su forma de vivir, la noche siempre estaba con él, como su amiga, como su confidente.

Pero la noche anterior fue testigo de sus pensamientos desgarradores y recuerdos que él había tratado de encadenar en un baúl, pero vio que resultó inútil.

Sus penas, su rencor, su arrepentimiento le vino como balde de agua fría en aquella sesión con San Potter.

Apretó las sábanas que ahora sujetaba, y luego se llevó las manos a su cara para restregarsela con coraje. Tenía que tener la misma arrogancia e indiferencia sobre los sentimientos de los demás como su padre, al menos para él; todos los Potter les resultaban iguales.

Por una parte daba gracias por que Potter viera esos recuerdos y no otros que podían perjudicarlo no sólo a él, si no a toda la operación que se llevaba a cabo durante años y era la salida para el mundo mágico. Era su salida.

Significaba la paz para todos, una antigua promesa, y la seguridad y estabilidad de la persona que más amaba en el mundo, su sabelotodo.

Esa niña era su motor y sus ganas de pasar cada día viviendo para ser un sucio mortifago y así conseguir su futuro. Tal vez él no lo tendría cuando el momento llegara, pero al menos tendría la seguridad de que ella estaría a salvo.
Llevó su mano izquierda a su cuello y tomó el dije del collar que portaba desde que lo compartió con Hermione, lo acarició lentamente y suspiró. Era hora de enfrentar todo, era hora de atravesar y eliminar a sus fantasmas del pasado, y no pensaba en una mejor persona para sobrellevarlo y por fin intentar ser feliz.

Con toda la fuerza que pudo juntar en su ser, y el propósito que ahora tenía. Se levantó, se vistió, y salió de sus preciadas mazmorras, para encontrarse con su pequeña.

Se levantó decidido, aunque con un poco de pereza. Se vistió y se calzó, para luego salir de sus queridas mazmorras y cerrar la puerta tras de sí, ocultando la oscuridad y soledad que éstas le brindaban. Caminó todo el trayecto hacía el gran comedor. Por el camino se encontró a Peeves, pero cuando Severus levantó la cara de pocos amigos para verlo con mirada fulminante, el poltergaist se alejó flotando con pavor, dejando de lado la broma que pensaba hacerle al pocionista.

Cuando llegó al comedor, se fue por la orilla donde se situaba la mesa de los Slytherins. No tenía ganas de que los ojos de los estudiantes se situaran en él, aunque no es como que fuera muy popular entre el alumnado, imponía un miedo del que se había esforzado en preservar durante sus años de maestría.

Aunque quiso evitar las miradas, no pudo evitar situar la suya en la mesa de los leones, para admirar el rostro de su pequeña, la cual comía tranquilamente y conversaba con Ginny a su lado, con una sonrisa radiante, de las que el hombre amaba.

Llegó a la mesa de profesores, se sentó en su asiento al lado de Albus, y puso sus dos antebrazos encima de la mesa en silencio.
Los ojos azules del director se situaron de inmediato en él. Y el anciano le dedicó una sonrisa jovial.

- ¿Por qué tan apesadumbrado hijo? - le preguntó el anciano.

- Lo de siempre Albus - suspiró el pocionista, mirando su plato con comida sin un deje de apetito.

- Mh, pesadillas de nuevo ¿eh?

- Si, y todo por culpa de Potter...

- ¿Y por qué fue su culpa?

Insufrible AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora