Tenía otro nombre. Tenía otra familia. Pero continuaba con la misma alma podrida que el día en que nació por primera vez.
Tomás, el hombre que acudió a mí, estaba verdaderamente aterrorizado. Me contó tantas cosas que mi mente empezó a bloquearse. De no haber sido por una fuerza interior que yo no sabía a ciencia cierta de dónde provenía, no habría podido continuar con aquello.
Habían adoptado a Gabriel —aunque le habían cambiado el nombre, el cual era ahora Abel. ¿Por qué todo tenía que ser tan irónico en la vida?— cinco años antes. En cuanto me dijo la fecha, supe que era él. Pero todavía necesitaba comprobarlo por mí mismo. Tomás me explicó que ni su mujer ni él podían tener hijos y llevaban una vida triste y apagada. Entonces, la monja que regentaba un convento cercano a su casa, les llamó una noche lluviosa y les explicó que un niño había aparecido en un canasto frente a la puerta. La mujer de Tomás era tan religiosa como la mía y siempre había ayudado a las monjas, así que nada más toparse con el bebé, concluyeron que debía quedárselo ella.
Me explicó que tardaron un tiempo en poder quedarse al niño. Con cada día que pasaba sin recibir respuesta, Teresa —la mujer de Tomás— decaía un poco más porque imaginaba que jamás se lo darían. Pero llegó otro día lluvioso en el que los servicios sociales les confirmaron que el bebé sería suyo. Realizaron todos los trámites requeridos y unos días después, Abel había llegado a la casa. Era un bebé hermosísimo, de grandes ojos azules y pelo rizado. Por la descripción, en realidad no se parecía a Gabriel. Sin embargo, en mi interior el horror despertaba. ¿Cuántas formas y aspectos diferentes podía adquirir ese engendro?
Tomás habló y habló durante toda la noche. Me explicó que el primer año había sido maravilloso; jamás había visto a su mujer tan feliz, incluso estaba más hermosa que nunca. Cada vez que jugaba con Abel, la sonrisa le refulgía en el rostro. Y el niño también asemejaba ser muy feliz con ellos. Un tiempo después, dijo sus primeras palabras. Una de ellas fue mamá, la otra te quiero. Y él no supo decir los motivos, pero aquella muestra de afecto se le antojó falsa y un tanto macabra. Fue con esas primeras palabras que la paz y la felicidad en el hogar se tornaron terrores y desconfianza. En un principio sucedieron cosas sin importancia, tal y como me explicó Fedora años atrás. Por las noches, Abel lloraba muchísimo. Era un llanto que les traspasaba los oídos y penetraba en sus cabezas. La primera semana aguantaron turnándose por las madrugadas. La segunda llegaron a sus respectivos trabajos con las ojeras hasta los pies. Al mes, sus rostros estaban demacrados. Era como si el niño estuviese robándoles toda la energía vital. Por suerte, meses después los llantos desaparecieron. En realidad no fueron tan afortunados... Llegaron sucesos peores.
A los dos años y medio decidieron llevarle a la guardería. A Abel no le hizo ninguna gracia por la mirada que les echó, aunque no dijo nada. Cuando volvieron a por él, la maestra parecía aterrorizada. Se los llevó al despacho y les contó lo que había sucedido. Abel era un niño muy imaginativo, pero debía haber algún problema en él. Quizá necesitara un psicólogo... Eso es lo que les dijo la maestra. Y a continuación, les enseñó el dibujo que había hecho: eran mamá y papá, colgados de dos árboles. Como es evidente, ellos se mostraron totalmente confundidos y un tanto asustados, no por ellos, sino por su pequeño. ¿Había visto sin querer alguna muerte en la tele? Quizás debían estar más atentos a él. Y es lo mismo que les sugirió la psicóloga a la que acudieron, la cual les explicó que el chiquillo simplemente expresaba su malestar por el hecho de dejarlo solo en la guardería. Sin embargo, aquello continuó y los dibujos se hicieron cada vez más macabros: mamá en una bañera rodeada de pintura roja; papá atropellado por un coche; papá y mamá cayendo desde la ventana de una casa. Y al fondo del dibujo siempre había un borrón que el niño pintaba con cera negra. Se preguntaron que podía ser aquello y cuando le formularon la misma pregunta a él, respondió que se trataba de él mismo, que siempre estaba con ellos porque los quería mucho.
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El bebé
HorrorUn psiquiatra recibe la visita de una misteriosa mujer llamada Fedora que le asegura que su bebé es malvado, que la vigila por las noches, que no es humano. Poco a poco, el doctor va sintiendo el terror que la mujer ha vivido durante meses... Pero e...