El Parque del Oro no se encontraba demasiado lejos de la casa de María. Si nos dábamos prisa, en cuestión de unos treinta minutos podíamos llegar. No obstante, en las calles el caos era cada vez mayor.
Nada más bajar, nos encontramos con un grupo de personas que corrían como alma que lleva el diablo. María se giró hacia mí con ojos interrogativos. Yo me encogí de hombros, sin entender lo que podía haber sucedido. En cuanto dimos unos pasos más, unas cuantas personas volvieron a correr por delante de nosotros. No me pude aguantar la curiosidad y agarré a un joven que llevaba una gorra. Él intentó soltarse, pero yo lo apreté con fuerza y le pregunté:
—Muchacho, ¿qué sucede? ¿Por qué corréis todos hacia allá?
Quizá se dirigían al mismo lugar que nosotros o había ocurrido otro accidente. El chico me miró con el ceño fruncido y, al fin, contestó:
—Las tiendas del centro comercial están abiertas. Así que todo el mundo está yendo hacia allí para coger algo.
María dejó escapar una exclamación. Se adelantó un paso y se dirigió al chico con semblante enfadado:
—¡Pero eso es robar!
—Señorita, ¿cree usted que a la gente le importa ahora eso? Si es cierto lo que dicen y el mundo se va a acabar, prefiero hacerlo feliz.
Nos dedicó una sonrisa burlona. Yo lo solté y echó a correr de nuevo. María cabeceaba a mi lado.
—No lo puedo creer. Todo el mundo se ha vuelto loco. ¿Es que no hay nada de moral?
—Con Abbalon no —respondí, como si la respuesta me llegara desde muy dentro.
Ella me clavó sus enormes ojos azules y chasqueó la lengua. A continuación me tendió la mano y continuamos nuestro camino. Yo todavía cojeaba, así que no podíamos ir demasiado rápido. A nuestro paso nos encontramos con horrores que aún hoy en día inundan mis pesadillas. Vimos cómo unos jóvenes apaleaban a un indigente. María quiso ayudarlo, pero la convencí de que eran demasiados para nosotros y de que teníamos que acabar con esto de una vez. Tan solo el fin de ese demonio sería también el fin de la maldad que estaba asolando nuestras calles.
—Todo esto es terrible —murmuraba ella una y otra vez.
Nuestras retinas se empaparon de la sangre que se deslizaba por los adoquines a causa de los suicidios. Una chiquilla lloraba con la cara sucia ante el cuerpo destrozado de su madre. El conductor del coche se balanceaba hacia delante y detrás con la mirada perdida. Supe que había perdido la cabeza, y era normal. Pasamos ante un grupo de quince hombres que estaban violando a dos mujeres. María sollozó y giró la cabeza para no mirar. Un rato antes ella podía haber acabado así.
—Estamos ciegos —dijo, sollozando—. ¿Cómo podemos avanzar sin ayudar a toda esta gente?
—Tú y yo solos no podemos, María —le expliqué de nuevo, con paciencia. Mis entrañas se retorcían al escuchar los horrorizados gritos de las mujeres, pero sabía dónde estaba mi destino—. ¿Sabes? Cada día suceden cosas así, solo que no a nosotros. No cerca de nosotros. Por eso no nos damos cuenta, vivimos en nuestro mundo y no pensamos en ello.
Ella asintió con la cabeza, aun sin dejar de llorar. Quería limpiar sus lágrimas, pero no me atreví. Quizá pensara que yo era un viejo aprovechado. Pero ella era demasiado preciosa, casi como un ángel, y despertaba una fuerza y una valentía desconocidas en mí. Y así continuamos nuestro deambular, yo apoyándome en sus hombros cuando íbamos por la mitad de camino, ya que mis heridas empezaban a enfriarse y me dolían cada vez más.

ESTÁS LEYENDO
El bebé
KorkuUn psiquiatra recibe la visita de una misteriosa mujer llamada Fedora que le asegura que su bebé es malvado, que la vigila por las noches, que no es humano. Poco a poco, el doctor va sintiendo el terror que la mujer ha vivido durante meses... Pero e...