Todo a mi alrededor se había convertido en caos. La gente corría de un lado para otro, gritando por el pánico y pidiendo ayuda, pero nadie se hacía caso. Los cuerpos seguían cayendo uno tras otro de las ventanas de los edificios. Pronto las calles se tintaron de la sangre de los cadáveres que yacían en las aceras o de los cuerpos que se habían herido o se habían roto la espalda y jamás volverían a andar.
Mis ojos giraban hacia todas partes, sorprendidos y aterrados ante el grotesco espectáculo. Las sirenas de la policía y de los bomberos atronaban en la noche junto con los chillidos de hombres, mujeres y niños.
Intenté continuar mi camino con la esperanza de encontrar al maldito demonio por algún lado y detener este horror que se había desencadenado, en cierto modo, por mi culpa. Yo había dejado embarazada a mi mujer, mi semilla estaba maldita. Sin embargo, tenía la posibilidad de redimirme y eso es lo que tenía pensado hacer.
Tan solo pude avanzar unos pasos porque algo sucedió delante de mí, aunque demasiado deprisa para verlo todo con detalles. Una anciana había cruzado corriendo la carretera sin mirar y un coche la había arrollado. Ahora se encontraba tirada en la calle, completamente destrozada. Había abandonado la vida. Me sorprendí pensando en que eso era algo que a mí también me gustaría. Sí, dejar todo atrás y reunirme en algún hermoso lugar con mi mujer. Pero no podía, yo tenía la misión de salvar a la humanidad de Abbalon. Me eché a reír como un loco, tanto que me empezó a doler la tripa. ¿Cómo un simple mortal como yo iba a vencer a ese demonio que con su enorme poder estaba destruyendo lo que conocíamos como mundo?
Tal y como era de esperar, nadie acudió a socorrer a la anciana. De todos modos, yo sabía que estaba muerta. No podía echar la culpa a nadie, entendía que quisieran escapar del caos que se cernía sobre ellos. Pero todo era mucho más horrible de lo que se pudiese imaginar uno. La gente había perdido el control. No pude evitar preguntarme si Abbalon estaba dominando todos esos sentimientos negativos que alguna vez afloraron en ellos. Si digo esto es porque lo que empezó a ocurrir, además de los suicidios voluntarios, fue sorprendente y sencillamente estremecedor.
Vi con mis propios ojos que un grupo de cuatro hombres corría tras una muchacha. Como sentí curiosidad, yo también fui tras ellos. La chica chillaba, sin duda estaba tratando de escapar. Estaba pidiendo ayuda, a veces se detenía para decirle algo a alguien, pero todos la miraban completamente asustados y negaban con la cabeza, así que ella tenía que continuar corriendo. Al fin llegó a un callejón y se metió en él. Los hombres también lo hicieron. Yo apreté la marcha para alcanzarlos. Antes de girar, ya podía escuchar los aterrados gritos de la muchacha.
No obstante, cuando me asomé al callejón, el corazón se me congeló. Esos hombres estaban arrancando la ropa de la chica, la cual ya se encontraba medio desnuda y lloraba completamente aterrada. ¿Pero qué estaban haciendo? ¿Acaso pretendían violarla? Se habían vuelto locos, sin duda. ¿Estaban aprovechándose de la situación o Abbalon empezaba a dominarlos?
Uno de ellos empezó a manosearla y la chica sollozó. Se intentó soltar revolviéndose, pero eso tan solo le costó una patada en el estómago. Cayó al suelo de rodillas y uno de ellos la agarró del cabello y le echó la cabeza hacia atrás.
—¿Es esto lo que quieres, puta? —preguntó el hombre, acercando su cuerpo a la cara de ella.
La chica soltó un par de arcadas y se ganó una bofetada, con lo que rompió a llorar con más fuerza. Otro de los hombres pareció enfadarse y la cogió de modo que la cara de ella quedó estampada contra el suelo. Mientras este se desabrochaba el cinturón, los otros aguantaban los brazos y piernas de la chica para que no pudiese escapar.
—¡No, no! ¡Por favor, dejadme! —gritaba ella desquiciada.
Y allí estaba yo, observando toda aquella escena con los ojos muy abiertos y el estómago encogido. Y aun así, no hacía nada. Y me avergoncé al notar un bulto en mi entrepierna. Dirigí la vista hacia él y me estremecí. Estaba excitado. La escena de la violación de la chica me estaba excitando. Era Abbalon. Tenía que ser él, que trataba de confundirme y hacerme creer lo que no era. Pero entonces, ¿por qué no estaba haciendo nada por ayudar a esa pobre chica? ¿Por qué mis pies estaban dando un paso tras otro hacia atrás con la intención de largarse de allí? ¿Por qué tenía miedo si rato antes me había enfrentado a unos seres diabólicos? ¿Y por qué estaba haciendo oídos sordos a todos los insultos y denigraciones que estaban dedicándole?
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El bebé
HororUn psiquiatra recibe la visita de una misteriosa mujer llamada Fedora que le asegura que su bebé es malvado, que la vigila por las noches, que no es humano. Poco a poco, el doctor va sintiendo el terror que la mujer ha vivido durante meses... Pero e...