8. Ex novios

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La mañana llegó sin prisa, acompañada por las constantes quejas de Stan por su espalda.

Las tres chicas habían dormido juntas y ahora se asomaban para ver con curiosidad como Dipper intentaba calmar al anciano mientras Ford bostesaba con una taza de café en su mano, seguro había estado la mayor parte de la noche despierto.

—Están muy animados desde temprano —comentó Wendy soltando un largo bostezo.

—Estoy algo sorprendida de que Bill no tenga que ver con eso —dijo Mabel apretujando un poco a Pato—, normalmente es él quien molesta al tío Stan.

—Y ahora que lo pienso ¿En dónde está él? Se supone que dormiría junto a Soos y Dipper — dijo Elizabeth mirando a su alrededor.

Las tres miraron alrededor sin abandonar la carpa.

—No se ve —comentó Mabel— ¿Estará jugando a las escondidas?

—Tal vez se lo comió un oso —dijo Wendy sin darle mayor importancia.

—O tal vez salió de noche y se perdió — dijo Elizabeth saliendo por fin de la carpa—, si ese es el caso debemos ir a buscarlo.

—¿Qué? Si se perdió es por su culpa —puntualizó Wendy—, no pienso arriesgar mi pellejo por él.

—Resultas ser algo fría por momentos —comentó Elizabeth sujetando ya su cabello en una cola alta.

—Es una de mis cualidades —dijo la pelirroja encongiéndose de hombros—. Pero hablando en serio ¿Por qué proteges tanto a ese degenerado? Sabes que quiere matarnos a todos y pretendes ser su amiga, incluso le enseñas como vivir como un humano.

—Bueno, no existe luz sin sombra ¿Verdad? Incluso si tu no lo ves, yo quiero encontrar la luz de Bill, darle una oportunidad de ver el mundo con nuestros ojos y quizás lo único que necesita es de alguien que lo cuide y ayude. No voy a darle la espalda.

—Cuando lo pones así hasta yo quisiera ayudarte, pero es Bill de quien hablamos, no puedo perdonarlo con tanta facilidad.

—Entonces no lo hagas —dijo Elizabeth tomando su mochila para marcharse.

—Espera...

La Pines mayor se detuvo y giró a ver a la pelirroja quien soltó un largo suspiro.

—Mabel, en esta situación la ayuda de tu ex será de gran ayuda.

—¿Qué? —saltó la niña.

Wendy ya se había incorporado y ahora estaba a la espera de Mabel.

—Está bien —suspiró la niña sin mucho ánimo de salir.

En pocos segundos las tres estaban cruzando el bosque en busca de los duendes, los cuales no tardaron en aparecer. En pocas palabras Mabel los puso al tanto y tras unos momentos de duda decidieron ayudar a la causa, guiando al trío por el bosque.

—Así que te gustan los duendes —comentó Elizabeth casualmente mientras caminaban.

—Te equivocas, ellos me engañaron —dijo Mabel inmediatamente.

—No te preocupes, hace casi dos años salí con un hombre lobo —dijo la chica con la piel de gallina—, fue mi peor equivocación, nunca te metas con los licantropos si quieres algo de libertad, son unos celopatas.

Mabel soltó una pequeña risa ante la cara de disgusto que puso su hermana quien luego también se rió.

—Tal vez elegir mal a los hombres es de familia —comentó la menor.

—No lo dudo —soltó la mayor—, ya ves con quien se casó mamá.

Ambas volvieron a reír a lo que Wendy se les acercó con curiosidad.

—Si hablan de malos novios creo que tengo un par de los que pudiendo hablarles —sonrió la pelirroja.

—Dejen eso para después —dijo el duende que las guiaba, claramente disgustado—. Llegamos.

—¿Y Bill? —preguntó Mabel.

—El último lugar en donde lo vimos fue ahí arriba.

Las chicas siguieron la dirección en la que el duende apuntaba sintiendo un escalofrío subiendo por sus espaldas al ver el enorme risco que tenían en frente.

—Me voy a casa —dijo Wendy—, no me arriesgaré a una caída y posible muerte por él, vamos Mabel.

—Pero...

—Dije vamos.

La menor se sobresaltó un poco y decidió seguir a su amiga. Pocas veces la había visto así y sabía que no era bueno llevarle la contra.

Elizabeth por otro lado ya se estaba arremangando las mangas para subir en busca del rubio dispuesta a darle un buen golpe y darle el regaño de su vida por marcharse sin decir nada y encima a un lugar tan peligroso.

Los primeros metros no le costaron demasiado puesto que las rocas parecían formar un camino para escalar y su delgada figura atlética ayudaba también, pero lo cierto es que era humana y como tal comenzaba a cansarse. Las gotas de sudor comenzaban a escurrir por su frente y sus brazos y piernas a temblar, no tomó mucho tiempo para que sus brazos sedieran y comenzara a caer al vacío.

No te necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora