Prólogo

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Julianne conocía muy bien los sentimientos de los sirvientes de la mansión respecto a su llegada, y por ello la manera brusca en la que le respondían no le sorprendía apenas, pero sí decepcionaba. No es que fuera la mejor persona del mundo, desde luego eso era imposible cuando llevaba tantos años siendo consentida por las riquezas que ofrecía el trabajo de su padre, sin embargo esperaba un poco de respeto por parte de esas personas que no la conocían en absoluto todavía.

La señora Bluttsbergh la fulminó con la mirada y pasó por su lado dejando un rastro de frialdad a cada paso. Julianne siguió cada uno de sus movimientos con la mirada hasta que desapareció por el pasillo.

Todos en la mansión pensaban que era fía como un tempano de hielo y que no tenía en cuenta sus sentimientos, y era mentira. Quizá se mostrase altiva y apenas bajase la cabeza unos centímetros, pero eso se debía a la educación que le habían impuesto, no a su modo de ser.

—De Thurso, ¿cuándo dice que comenzarán mis clases?

Eric de Thurso por otro lado, era un ser querido y respetado allí. En parte por "ser de la misma estirpe" que los demás sirvientes, en parte porque al contrario de Julianne, él se mostraba a todos tal y como era.

Su rostro se mantuvo impávido cuando la observó, y sin parpadear contestó.

—Hoy, pero al parecer sus tutores han decido dejarla de lado por culpa de este diluvio.

La joven asintió una vez con la cabeza, dubitativa. Aquella mañana las nubes no parecían traer nada bueno consigo, ¿pero en cuanto la tarde cayó sobre Elgin? Una constante y pesada lluvia se precipitó por toda la ciudad.

Un rayo provocó que se sacudiese en su interior, tuvo la esperanza de que Eric no se diese cuenta, hasta que una de las comisuras de los labios del chico se alzó, y ella entendió que lo había percibido a la primera. Mantuvo los ojos clavados en los de él, hasta que Eric se aventuró a hablar.

—¿Qué le ha hecho a esta gente para que hable tan mal de usted? —desde luego no esperaba eso.

Puso su mejor cara de póquer para demostrar que no le afectaba lo que pensaban los demás de ella.

—Pregúntele a ellos, De Thurso. Porque yo sigo inquiriéndome lo mismo desde que llegamos aquí.

—Más o menos creo que entiendo por qué. Soy buen adivino.

Otro rayo, este fue más potente que el anterior. Incluso algunos objetos de la mansión temblaron, y el suelo vibró bajo sus pies.

Julianne fue a contradecirlo, cuando un tercer rayo peor que los dos anteriores arrasó con la inquietud para transformarla en temor. Esta vez los objetos de la mansión no sólo vibraron, sino que algunos cayeron haciéndose añicos y provocando la irritación de los sirvientes que pasaban cerca y veían el estropicio.

—No son muy simpáticos tampoco.

—¡Oh mierda, el jarrón preferido de Regina!

Las facciones dulces de la joven se crisparon en cuanto las palabras malsonantes entraron en contacto con sus virginales oídos.

Regina Kallaghan, o su progenitora, era una mujer estricta con posesiones para dar y regalar pero con una vista de halcón. Julianne entendía que como reparase en su supuesto jarrón preferido, una mujer menos trabajaría allí.

De alguna cruel manera, sonrió para sus interiores al imaginarlo.

—¿Sucede algo, Kallaghan?

Julianne negó con la cabeza y sin despedirse casi salió corriendo por la residencia, las palmas de sus manos chocaron contra la ventana congelada. Se quedó mirando el exterior. Extrañamente esos rayos sólo procedían de la zona costera, y todos caían en el mismo lugar, o por lo menos eso es lo que parecía desde allí. Su ceño se arrugó a más no poder, cogió su capa y salió a investigar.

Afuera el frío calaba los huesos y entumecía el cuerpo, ese día era horrible y ponía a cualquiera de mal humor a pesar de que ese estado era habitual en Julianne. Necesitó tapar su rostro con el antebrazo cuando las gotas de lluvia se filtraron en sus tupidas y largas pestañas y emborronaron su vista. Entrecerró los ojos e hizo zancadas más grandes para llegar cuanto antes a la playa.

—¡Sooooo caballo!

Desde la lejanía se pudo escuchar relinchar a un corcel, Julianne lo ignoró y continuó hacia su destino. Caminó y caminó hasta que la precaria punta de sus tacones se hundió en la arena mullida y empapada.

Una explosión de colores llegó desde detrás de una agrupación de rocas, donde grandes y fuertes olas rompían una tras otra.

Julianne estuvo tentada a ir cuando una voz la detuvo.

Se trataba de nada más y nada menos que De Thurso.

—¿Julianne? —sus ojos estaban entornados—¡Va a coger una pulmonía aquí!

—Ahora voy.

Él hizo un gesto con su mano invitándola a acercarse, los ojos de Julianne no podían apartarse de las rocas, ¿qué era lo que los atraía como polos opuestos de dos imanes?.

Algo estaba sucediendo y ella tenía que averiguarlo fuese como fuese.

—Sus padres me matarán por no cuidar de usted.

—Si lo dice así...

Julianne cambió el rumbo de sus pasos con cierta resignación hacia Eric, miró una última vez atrás y regresó a la mansión con la sensación de que alguien la observaba.

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