El caminante

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Ya diviso a lo lejos mi próximo destino. Una gran fortaleza en lo alto de una colina. Sus oscuras almenas parecen gigantes que me observan, desafiantes, hoscas, con acritud de piedra centenaria. Parece que estuvieran esperando mi llegada. Llevo días sin más compañía que mi caballo Kun. Debe estar harto de mis arengas, de mis conversaciones, de mis silencios. Mi piel ajada de lluvia y sol, mis ropas llenas de polvo del camino, mis ojos sin brillo, me piden una tregua, un baño, una comida caliente y una buena conversación.

Hace rato que me siento vigilado. Allá en lo alto algunos centinelas siguen mis pasos lentos y acompasados. Me acerco hasta la entrada principal en la que desemboca el camino. Las grandes puertas de madera están cerradas. No se oye bullicio, ni ruido de pájaros. Sólo el viento es una brisa espesa que trae algún silbido, algún sonido que recuerda a tumba, a descanso de huesos y flores muertas. Espero un "Alto, ¿quién va?", pero el silencio es dueño y señor de ese momento. Los soldados fijan sus miradas en mí con sus picas en alto. Me quito lentamente la capucha que me cubre la cabeza. Mi pelo, blanco, largo y lacio cae sobre mis hombros. Fijo mi mirada gélidamente azul primero en un centinela. Luego en el otro. Dan la orden de abrirme el paso.

El sonido de los grandes goznes rompe el silencio. Me adentro en la fortaleza. Es como una pequeña ciudad llena de mugre, de gente huraña que primero me observan con expectación pero que rápidamente desvían la mirada en cuanto sus ojos se cruzan con los míos. Me he vuelto a colocar la capucha y busco una taberna donde reposar.

Mis pasos me llevan a una pequeña plaza donde, en una esquina, el agua de una fuente borbotea y golpea en el fondo de piedra. Mi caballo se acerca y sorbe de la superficie mientras yo me despojo de mi capa y sacio mi sed usando mis manos. La poca gente que había alrededor nos ha hecho espacio y nos mira con un silencio revelador. Miro a mi alrededor y en la otra esquina de la plaza veo oscilar un cartel de madera: El pájaro burlón. Es una taberna cualquiera pero ahora mismo sólo deseo una jarra de cerveza o vino, algo de comida y un jergón.

Dejo a Kun atado fuera y me adentro en la oscuridad del local, buscando instintivamente un lugar que me permita vigilar la puerta y a los presentes. Un viejo sonríe desde un rincón. Apenas se le divisa detrás del humo de su pipa. Le acompañan dos hombres fornidos que se giran al sentirme llegar. Otras dos mesas están ocupadas así que me desplazo hacia la única mesa que cumple mis expectativas: una ventana a mi izquierda, un gran muro a mi espalda y delante una mesa que no tardaré en llenar de comida y bebida.

El posadero llega enseguida, resuelto al ver la bolsa de monedas que cuelga de mi cinturón. Le suelto una moneda de plata sobre la mesa y le pido comida y bebida para varias personas. Invito al viejo y a sus hombres a unirse a mi mesa y ante el despliegue de bebida ni se lo piensan.

- ¿Qué os trae a Todheim, forastero?

- Sólo estoy de paso.

- Parece que venís de muy lejos.

- Así es, vengo de muy lejos y mis pasos han de llevarme aún más.

- ¿Venís desde el este quizá? Desde hace meses nadie llega desde esa parte de la ciudad. Y todos los que han salido no han vuelto para contarlo.

- Pues yo vengo atravesando muchas regiones. Y a mi paso este lugar no difiere en mucho de los que mis ojos han visto.

El viejo hace una mueca casi imperceptible. Sus arrugas se afinan un poco más al fruncir el entrecejo. Se quita la pipa de la boca y da un sorbo largo a su cerveza. Sus acompañantes le miran, esperando una réplica que no tarda en llegar.

- Dicen que el destino trae sentencias de muerte, que nuestra hora ha llegado y que el sol ya no saldrá para nosotros.

- Desde hace días el sol es una mancha de ceniza en el cielo. En eso estáis en lo cierto. En todo lo demás... lo desconozco. Yo sólo soy fiel a mi camino. Nunca miro atrás.

- ¿Y a dónde se dirigen vuestros pasos?

- Mi destino es mi camino. Y sé cuando he llegado.

La noche se va adentrando en la oscuridad con paso lento y firme. Al margen del hilo de la razón mis pensamientos derivan. Me acomodo en mi jergón tratando de ordenarlos sin mucho éxito. Es cierto que ya no recuerdo quién fui. Que no recuerdo ni siquiera mi nombre. Que soy más fiel a mis instintos de asesino que a mi memoria traicionera. Y ahora sólo me queda seguir. Seguir. Quizás al final de mi camino me encuentre, o quizás esta vez el camino sea interminable.

Duermo con sueños espesos, de imágenes difusas, de recuerdos confusos. Me levanto cuando apenas hay una pequeña claridad en el horizonte y me voy como un ladrón en la noche. Con la sensación de que ya he vivido esto, de que llevo reviviendo la misma escena desde hace años. Que sólo cambian levemente los lugares y los actores, menos mi caballo y yo.

Monto en Kun y lentamente nos alejamos de allí. En el albor de la mañana no tardo en oír los primeros gritos:

- ¡Peste! ¡La peste! ¡La peste ha llegado!


Nota: La peste negra, peste bubónica o muerte negra se refiere a la pandemia de peste más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Europa en el siglo XIV y que alcanzó un punto máximo entre 1346 y 1361, matando a un tercio de la población continental

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