La rebelión de las sombras

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Dejo a vuestro intelecto y entendimiento dilucidar si lo que os voy a contar trasciende la razón humana o simplemente fue un despliegue de imaginación de un moribundo en los instantes previos a su muerte. El horror tiene muchos nombres. Cuántos de nosotros no habremos tratado de explicar una pesadilla sin rostro, tratando de poner palabras a lo que no puede ser nombrado, tratando de explicar lo inaudito, el miedo profundo que habita en nuestros corazones. Pues es ese mismo indefinible horror de mil rostros del que os voy a hablar hoy. De lo acontecido en una ciudad que quiso borrar este episodio de su historia, y de la que sólo quedó el testimonio de un hombre.

"Dejo este manuscrito como testimonio de lo vivido estos últimos días. No hay nada como escribir para tratar de liberarse de los demonios que nos aprisionan, y aunque sé que eso es imposible en mi caso trataré de contar todo lo que pueda, hasta que lleve a cabo la decisión que pondrá fin a este reinado de terror.

Mi nombre es Johan von Stieler y aunque aún no llego a los treinta llevo años entregado a mis estudios sobre religiones antiguas. Universitario, académico, entré a trabajar en la cátedra de mi universidad, al amparo de mi tutor, el gran experto en la materia, el doctor Thomas Mattaüs-Reid. Junto con nuestro amigo Lothar Voeller, experto teólogo, pasábamos las tardes discutiendo acaloradamente sobre algún asunto que tuviera que ver siempre sobre religión, misticismo, teología o cualquiera de sus derivaciones.

Poco a poco nuestras conversaciones y estudios se fueron centrando en un tema que a mí me resultó apasionante y dada mi juventud trasladé a mis dos contertulios. En los estudios de religión de la Antigua Roma encontré los rituales funerarios por los que el fallecido se transformaba en sombra formando a partir de entonces de los "manes" o dioses familiares y domésticos, habitualmente protectores. Referencias similares a este tipo se daban en numerosas obras a lo largo de la historia, como el guía de Dante, Virgilio, en su Divina Comedia, en la Odisea de Homero o en la Eneida, cuando Eneas viaja al inframundo.

Divagábamos sobre los efectos que tendrían tales rituales sobre los vivos, en lugar de sobre los muertos y desconozco si un día traspasamos la frontera de la cordura y debido al exceso de copas de Kirsch nos aventuramos a realizar el experimento con nosotros mismos. Riéndonos de nuestra propia imprudente determinación como si esperáramos rozar la inmortalidad por un momento o como si pensáramos que el alma o la muerte se pueden engañar tan fácilmente reunimos los materiales necesarios para ello. No nos fue difícil. Teníamos a nuestro alcance toda clase de materiales y objetos que utilizábamos en nuestras clases para exponer nuestros argumentos y explicar muchos de los rituales que se seguían en las antiguas religiones. Y esta no iba a ser menos.

En los muertos, el ritual servía para adherir el alma a la sombra del fallecido de forma que de alguna manera esta pudiera seguir acompañándonos y guiándonos en vida. Con nosotros ocurrió algo sorprendente. Extraordinario.

Para dar mayor solemnidad al acto necesitábamos una luz potente que focalizara y reflejara nuestras sombras con cierta nitidez en una pared cercana. Colocamos una lámpara sobre un escritorio cercano que tuvimos que mover al centro de la estancia en la que estábamos. Era un gran salón privado para profesores de la Universidad. En él solíamos coincidir con algunos otros académicos y catedráticos que terminaban con una copa antes de volver al calor de sus hogares. Nosotros no teníamos quién nos esperara en casa, así que resultó sencillo esperar hasta una hora prudente para desembarazarnos de curiosos que pudieran tratar de convencernos de abandonar nuestra loca idea.

Aturdidos por el alcohol nuestras sombras nos seguían y aludíamos a ellas, conversábamos con ellas como si realmente fuéramos nosotros mismos. No veíamos lo que éramos, sólo veíamos nuestras sombras, y nuestras sombras nos veían. Sólo que en ese momento no era consciente de la autonomía y fortaleza que les íbamos a suministrar. Realizamos el rito de forma consecutiva, dos contra uno, tumbando al supuesto fallecido en el centro y levantando la lámpara para que la sombra quedara por completo adherida a su cuerpo y poco a poco que se fuera desligando de cada uno con las palabras adecuadas pronunciadas en nuestro tosco latín.

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