El espíritu del bosque

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¡Siempre me pierdo! No sé cómo lo hago que cuando salgo de excursión con mis amigos termino rezagado y al cabo de un buen rato termino llegando un cuarto de hora más tarde que todos ellos.

En esta época del año en la que la primavera ya ha reclamado su sitio y la maleza se ha hecho dueña y señora de los caminos me resultaba terriblemente fatigoso irme enganchando con las zarzas que me salían al paso. Al principio, cuando vi que la vegetación se hacía más espesa pero que podía ir siguiendo la vereda de pasos marcados no me importó irme quedando atrás e ir disfrutando de los aromas a tomillo y espliego, a helecho, a resina, a madera vieja y a tierra húmeda, y al mismo tiempo del murmullo lejano del correr del agua, de los ruiseñores y otras aves que amenizaban mi caminar.

Tan absorto estaba en mis pasos que intuyo que poco a poco me fui desviando del camino que debían haber tomado mis compañeros. Tampoco es que importe mucho pues hay varios picos que forman una cadena vistosa en la lejanía y a todos nos sirve de referencia en este tipo de casos, así que yo confiaba en poder alcanzar un nivel lo suficientemente alto que me permitiera orientarme en algún momento y alcanzarlos antes o después.

Y en ello estaba cuando escuché una voz que canturreaba dulcemente, y se mezclaba de manera armónica con el ulular del viento y el movimiento de las hojas de los árboles. Me detuve para oír mejor, para sentir mejor, porque todos mis sentidos de repente se agudizaron. Los olores se hicieron más intensos, el sonido más diáfano. En el paladar podía notar una mezcla de sabores a menta y canela y la piel se me erizaba por momentos. Los colores a mi alrededor cobraban más brillo. Estaba inmerso en una zona de profunda vegetación tan intensamente verde y con infinitos matices y la voz, su voz lo llenaba y cubría todo, como el rocío baña las hojas en las madrugadas.

Entonces la vi. Era la mujer más preciosa que hubiera visto en mi vida. Llevaba un vestido negro que dejaba al aire sus brazos y sus hombros. Su largo pelo negro caía en cascada por su espalda y una corona de flores adornaba su cabeza. La vegetación se movía, danzaba alrededor de su voz. Y de sus manos crecían como por arte de magia flores que iba depositando a su alrededor con inmensa dulzura. Su mirada oscura parecía llena de un profundo amor por lo que hacía y estaba tan inmersa en su canción, estaba tan concentrada en lo que hacía que no me vio, o yo creí que no me vio. Y además es que yo me quedé fascinado, hechizado por esa visión como si un ángel del cielo hubiera venido a tomar descanso durante un instante.

Y entonces giró su cabeza hacia mí lentamente. Me miró, sonrió y dijo: "Hola, soy Gea."

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