"The Wall"

67 19 33
                                    

Muchos de vosotros no me conoceréis por mi nombre verdadero. Me llamo Theodore Franklin Writer, pero en el mundo literario se me conoce como T. F. Blood, creador de varias sagas de novela negra, especialmente "The Wall", que me ha hecho mundialmente famoso en los últimos años. Traducida a más de 20 idiomas se ha ido extendiendo por todos los rincones del planeta y ha hecho que mis personajes sean tan conocidos como otros grandes detectives de la novela negra.

Después de dos divorcios sin hijos vivo casi recluido en mi casa de Boston. Con más de 50 años, me dedico a leer y escribir. Una mujer viene 3 días a la semana a limpiar y hacerme comida para toda la semana. Apenas salgo y ni falta que me hace. Mi casa, es la típica de Boston, un adosado de ladrillo rojo, de principios del siglo XX que tiene varias plantas. Por dentro es un hervidero de estanterías repletas de libros y revistas literarias que leo y releo buscando inspiración. Y así llevo viviendo los últimos años. Saliendo sólo cuando mis compromisos literarios me lo exigen por contrato. Reconozco que me he vuelto cada día más huraño, y debido a ello cada vez me relaciono menos con el resto de mortales de carne y hueso.

He aprendido a convivir conmigo, a soportarme, a saborear los momentos de luz y oscuridad que llevo dentro y a crear vida en mis personajes. Desde hace un tiempo sólo converso con ellos, sobre todo con Wallace, el personaje principal de mis obras.

Wallace Landon es detective, y conocido en mi mundo de ficción policial como The Wall, en parte por su derivativo y en parte porque es duro y firme como un muro. No deja pasar ni una pista que le lleve hasta atrapar a los más despiadados asesinos. En la trama de la saga hago que cada libro tenga una historia principal pero de forma transversal a todos ellos hay un personaje que aparece como el enemigo mortal de mi protagonista. Ha aparecido en todos mis libros, porque convierte a The Wall en un personaje con alma, con sus miedos y deseos. Skid Row asesinó a su hija y es por lo tanto el principal motor de su búsqueda, de su venganza particular. Su único caso abierto.

Hasta aquí todo entraría dentro de lo razonable si no fuera porque desde hace un par de meses Wallace se me aparece en mi habitación, se sienta en el sillón que hay junto a la ventana y conversa conmigo. Me cuenta los avances de sus casos mientras se bebe una copa de bourbon del que siempre hay una botella en mi escritorio. Al principio lo achaqué todo a una excesiva actividad en el último libro, el quinto y último de la saga, en el que sé de antemano que Wallace acabará con la vida de Skid Row.

Sus repentinas apariciones me parecían efecto del alcohol que ingería antes de dormir, y recordaba dichas apariciones al día siguiente como si hubiera estado viendo fantasmas. Pero todo ello me servía como inspiración para avanzar en mi novela. De hecho, la noche en que Wallace no me visitaba, no podía escribir ni una sola línea. Andaba todo el día malhumorado y deambulaba por la casa como un vagabundo, echando en falta esa conversación que me diera luz al siguiente capítulo, a la siguiente escena.

En las últimas semanas Wallace está más nervioso. No sé si será impresión mía, pero dice tener indicios, pistas de que Skid Row viene a por él. Trato de tranquilizarle, decirle que lo tengo todo bajo control, pero él no deja de repetirme que no le conozco bien, que es capaz de meterse en la mente de todo el mundo y manipularles para que terminen haciendo lo que desea.

Esta noche he vuelto a oír un ruido. He sabido de inmediato que no era Wallace, pues otra persona se ha sentado en una silla que tengo al lado de la puerta de mi habitación, donde suelo dejar mi ropa antes de irme a dormir.

Casi al mismo tiempo he notado la respiración de Wallace en el sillón que ha hecho suyo al lado de la ventana.

— Skid Row, sabía que vendrías — dice Wallace desde la oscuridad de su butaca. La voz de Wallace tiene un timbre nervioso, casi se atisba el deseo de un final presentido.

— Hola Wally, cuánto tiempo desde que no nos vemos. He estado siguiendo tus progresos, desde lejos — dice Skid Row con una voz profunda, cortante y desafiante.

Asisto con pétrea mirada expectante. Por primera vez soy testigo de mi propia obra, como si de un teatro se tratara y me reclino en mis almohadas para ver qué sucede, sin decir nada.

Skid Row se levanta lentamente, se acerca a una estantería cercana y mientras con la mano derecha en alto toma un libro, con la izquierda, de forma sigilosa se guarda un abrecartas.

— Permíteme que te lea una cosa: "Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo." Y eso es lo que nos pasa a ti y a mí, que sólo existimos.

— Siéntate de nuevo –The Wall acaba de sacar su pistola cargada y le apunta decidido. Aquí se acaba todo para ti.

— Jajaja, eso mismo fue lo que yo le dije a tu hija antes de que la matara. Nunca te lo había contado pero disfruté muchísimo apretando su pequeño cuello mientras me miraba con ojos de animalito asustado, sin comprender cómo había llegado a ese momento tan...

La bala le da de lleno a Skid Row y le corta la palabra en la boca. Cae de bruces sobre la moqueta. The Wall se acerca hasta él con la pistola aún humeante en la mano. Le empuja con el pie para comprobar si está muerto, pero Skid Row se gira y le clava en la pierna el abrecartas. The Wall dispara al aire al perder el equilibrio, y es un segundo precioso en el que Skid Row aprovecha para sacarle el abrecartas de la pierna y clavárselo en el cuello. La sangre sale a borbotones empapando el suelo enmoquetado. La pistola se le cae al suelo y se lleva ambas manos al cuello pero la vida le abandona con cada latido. Se sienta en el sillón, agonizando.

— Bueno, esto ya está – dice Skid Row recogiendo la pistola del suelo.

Se acerca hasta donde está el libro que había cogido de la estantería. "Obras completas de Oscar Wilde". Tiene una imagen de Oscar Wilde y una bala le atraviesa el rostro y se incrusta en el libro.

— Y ahora vamos a dar un final apoteósico a tu libro, mi Dios. No será la primera vez que alguien dé muerte a un dios.

La bala me atraviesa el cerebro. Apenas tengo unas décimas de segundo para saber que mi libro ya nunca acabará como esperaba.

Castillo de sueños y banalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora