"Old shoes" o "Zapatos viejos" en castellano es como lo llaman en las calles el resto de mendigos de Nueva York. Ya no recuerda su nombre. Fue en otro tiempo, hace mucho tiempo, en otra vida que ya no quiere recordar. Ahora es solo el viejo "Old shoes". El apodo le viene porque es su posesión más preciada: un viejo par de zapatos que cuida cada noche antes de arroparse entre cartones bajo un viejo puente del Bronx.
Los demás mendigos creen que quizás en otro tiempo debió de tener su propia zapatería y que quizás se aferra a ese viejo par de zapatos, en los que le va la vida. Porque son los zapatos ese reflejo de su vida, lleno de agujeros y remendones que trata de arreglar cada noche y nunca lo consigue.
Old shoes se mueve por la ciudad con un viejo carrito, en busca de latas de soda y botellas que poder vender para comprar algo de comida y bebida. Porque Old shoes bebe para olvidar que alguna vez tuvo otra vida.
Caminando por la vereda del río Hudson una noche Old shoes tropieza con unos chavales que ríen y hablan a voz en grito. Uno de ellos le reconoce como el viejo de los zapatos y comienza entre ellos una competición por ser el primero en quitarle los zapatos y tirarlos al río. Old shoes se defiende. No va a permitir que nadie toque su bien más valioso. Entre golpes de bates de béisbol y puñetazos acaba tirado en el suelo. Sus zapatos acaban en el río, primero flotando para luego desaparecer en la negrura. Eso es lo último que Old shoes verá y recordará durante algún tiempo.
Reaparece en un hospital, o una clínica, no lo sabe. Las paredes blancas, pero roídas, con el blanco sucio y descascarillado de un lugar venido a menos. El sol entra por la ventana e ilumina a una mujer que descansa en una silla y le mira con ojos llenos de compasión. Es mayor, quizás haya superado los sesenta, pero tiene una expresión llena de carácter. Ilumina la instancia con su presencia. Y sonríe. Es la alegría y la determinación personificada. Parece un ángel. O la virgen María. Le recuerda levemente a su propia madre, hace mucho, mucho tiempo.
Cada vez que se inclina una cruz de madera le cuelga del cuello. Es el único adorno que acompaña a su radiante sonrisa. Le habla suave, y sus palabras se adentran, se cuelan en su alma como si fuera agua. Le llenan, le colman. Nadie le había hablado así en mucho tiempo. Y una semilla de esperanza comienza a crecer en él.
En su última visita le da un nombre: Paul Newman, un nombre nuevo para un hombre nuevo. Será este nombre el que use en lo sucesivo.
Al cabo de unos días sale de la clínica, pero no sabe bien adónde ir, o qué hacer. Sólo tiene una idea fija en la memoria. Encontrar a la mujer. Ella sabrá que hacer. Le dará un motivo para vivir, al igual que le ha dado un nuevo nombre.
Para ello comenzará a buscar en todo tipo de asociaciones de caridad en su busca, porque cree firmemente que debe ser religiosa, o alguien que colabora con una ONG. Piensa que quizás pertenezca a una de las numerosas asociaciones que ayudan a los "homeless", los famosos "sin techo" que como él deambulan todos los días a cientos por las calles de Nueva York.
Pero no da con ella. Sin embargo él mismo comienza a colaborar en dichas asociaciones. Primero ayudando de cualquier forma, ya sea limpiando en la cocina, sirviendo comidas o remendando ropa y zapatos.
Finalmente se da cuenta que ahora es él el que trata de ayudar a los demás y siente que realmente su encuentro cambió su vida. Ahora es él el que se convierte en un ángel para los demás, en su redentor, y una idea nace dentro de él.
Por cada persona que ayude, pedirá que éste ayude al menos a otras siete. Será la forma en la que cree poder colaborar para que esa llama de esperanza que un día él recuperó arraiga en más gente que como él lo perdió todo.
Ahora es él el que habitualmente descansa en una silla iluminada por el sol, en una clínica olvidada que atiende a los desheredados de la tierra.
Sus ojos brillan con alegría y determinación.
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Castillo de sueños y banalidades
Short StoryRecopilación de relatos cortos de corte fantástico, realista, actual, modernista, lo que me plazca. Es mi castillo de sueños y banalidades, aquí todo tiene lugar, y todo cabe. Disfrutadlo. Dante