El cigarrillo

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     Son casi las cuatro de la mañana y no logro conciliar el sueño. 

     Me he liado un cigarrillo aunque no me apetece mucho. Aún así lo he hecho. "Antes de fumar iré a mear". Dejo el pitillo sobre la mesa. 

     Al volver lo busco y no lo encuentro. "Estoy seguro de haberlo dejado aquí sobre la mesa". Remuevo mis hojas, ojeo dos veces dentro de la tabaquera; "quizá no lo he mirado bien". Y vuelvo a apartarlo todo con las manos, nuevamente no está. Entonces me giro, espero unos segundos, doy un paso atrás y vuelvo a buscar el cigarro en el mismo sitio. Lo encuentro. Aparece al mover una hoja, así de fácil. Antes la había movido de la misma manera pero no cayó nada al suelo. Comprendo pues que es una señal. No debería fumar. No me lo dice Dios, me lo advierte mi subconsciente y ahora también mi consciente.

     A pesar del recelo. Salgo por la puerta al balcón. Es invierno y voy en pantalones cortos y zapatillas. Menos dos grados. No importa. Enciendo el drum. Me relajo. Luego siento mi corazón que se dispara, sufro de taquicardia. Pero lo acepto agradecido. 

     El vaho de mi aliento y el humo del cigarro se mezclan e inundan mi rostro. Luego empieza a soplar el viento enfriándolo todo aún más. Mis pies se congelan y no hay un alma en la calle. Entonces me encuentro a mí mismo. Y en ese mágico momento, me siento placentera y dolorosamente vivo, y consciente de ello. Pero era lo que buscaba. Esa sensación de leve sufrimiento, de incomodidad; sin eso la vida se hace muy dura... 

     Te recuerdo... Sí, a ti... Eres preciosa! Eres un regalo...

     El viento mece las hojas de los árboles que desfilan frente a mi balcón, entre el inquieto follaje y las sombras, se describen figuras y caras. Luego contemplo los oscuros ventanales vacíos de la biblioteca municipal y  las ventanas con las persianas subidas de las casas. De pronto, una boba idea nace en mi mente y empiezo a otear con más detenimiento en la profundidad de las ventanas, me concentro esperando atisbar algún movimiento. Deseo con todo el alma ver un espectro o figura fantasmal. Les invito mentalmente a mostrarse. La curiosidad siempre gana al miedo.  Pero, a pesar de mi resolución, todo permanece intacto, en una fría y tensa calma. Quizá no quieran mostrarse para mi; si no me dan miedo, les doy miedo yo...

     Rápidamente desisto y me olvido de las apariciones y advierto que justo en el centro de una zona sin hojas de un árbol, hay una estrella; no ahí, no cabría, si no en su dirección. El claro apunta directamente a un astro que está en medio, como una diana. Su luz llega a mis pupilas quizá millones de años después de producirse, "puede que ya no exista esa estrella". Después de reflexionar sobre el cosmos, bajo la mirada hacia mi cigarrillo, queda poco. Miro el humo que se escapa de mis entrañas, como mi alma, y se dispersa y vuelve al universo. Entonces sé que no viviré mucho. Lanzo la colilla y observo cómo se apaga lentamente, como todo, siempre.


Relatos cortos y otras paridas salidas de una botella de Jameson®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora