Explotar

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     Habíamos estado bebiendo esa noche en una plaza frente a unos bares en la calle Tallers. Al principio sólo mi amigo Andy y yo. A medida que pasaba la noche, fueron acercándose y juntando más gente a nuestro grupo de borrachos anónimos. Éramos unos cinco tipos y una o dos chicas, tenían buena pinta. Hasta que alguien propuso ir a otro sitio; su casa, que estaba a unas manzanas de allí. Yo lo celebré. Dijo que beberíamos algo de whisky y cava que su padre guardaba en no sé qué sitio y que no había problema porque la familia estaba de viaje. Era evidente por qué no se lo habían llevado con ellos. Para mí fue una suerte ya que se había acabado la cerveza y no me quedaban monedas para otra; la misma historia de todas las noches.

     Llegamos abrazados y zigzagueando a la casa. El piso era un bajo y la entrada estaba a pie de calle. El de la llave abrió la puerta. 

— Tened cuidado al entrar. ¡Hay un pequeño...!

     No acabó su frase cuando yo me vine abajo y me estampé la cabeza con una silla. Me quedé inconsciente allí tirado en la puerta mientras los demás entraban pisándome involuntariamente los dedos de la mano. Luego Andy me llevó hasta un sofá. Me quedé allí tumbado observando cómo todo daba vueltas. 

     No había pasado mucho tiempo cuando una sensación extraña alertó a mis extremidades, los cuales me impulsaron del sofá, quedándome de pie, mirando alrededor, confuso y mareado, sin entender a mi cuerpo. "¿Qué quieres?" Le pregunté. De pronto esa misma extraña sensación me puso a andar hacia el fondo de la casa, buscando el baño. Entonces intuí lo que quería, aceleré el paso, entré al servicio y, sin cerrar la puerta ni encender la luz, vomité. En lo primero que encontré frente a mi. Por suerte era el lavadero de manos, digo por suerte porque a un paso más reposaba una cesta con ropa y toallas de las personas que vivían allí. Y a dos metros permanecía expectante el váter, siempre con hambre. Frente al lavadero había un espejo, encendí la luz y miré al flojo que acababa de vomitar. ¡Qué pintas! Con la cara hinchada y roja por el esfuerzo. Con babas y tropezones en la barbilla, y agüilla grumosa resbalando por la nariz. 

     A ese tipejo. A ese borracho con ínfulas de artista, le habían dicho "te quiero" muchas veces, algunas y otras mujeres respetables. Se habían enamorado de esa cosa. Habían sacrificado cenas familiares por él...

     Me lavé la cara y observando cómo el gazpacho se iba por el sumidero, empecé a reírme con dificultad. Pero me sobrevino otra sensación de expulsión; ésta la conocía muy bien. Cerré la puerta y puse el pestillo. Me bajé los pantalones y reposé mi blanco culo en el váter. Alguien con voz de hombre se acercó a la puerta y preguntó si estaba bien.

Si

Okey— dijo la voz y se alejó.

     Exploté de mierda por todos los agujeros del cuerpo. Sabía que algún día explotaría y que sería asqueroso, y no estaba equivocado; el hedor me lo confirmó. 


Relatos cortos y otras paridas salidas de una botella de Jameson®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora