Notaba los párpados pesados, como si hiciera años que no durmiera, y eso que me acababa de despertar.
Despertar de un sueño de cloroformo.
Casi me asusté al verlo parado enfrente mío.
Mi cabeza daba algo de vueltas. Llevé mis manos a mi cabello negro y intenté hacerme un masaje para quitar el dolor. Para nada.
Le miré.
Era guapo, siempre lo era.
Justo el tipo de chico del que yo me enamoraría.
Justo como yo quería que fuera un chico físicamente.
Alto, moreno, un tono de piel que me recordaba al invierno y unos ojos azules a juego con su camiseta y la estación. Era casi arte mirarle. Parecía tan frágil.
Pero entonces le mirabas. Le mirabas como se mira a alguien que te acaba de secuestrar y te da asco, o no.
Y sonríe.
Sonríe porque sabe como te sientes, porque él tiene el poder y tú, la víctima de todo, siempre, no puedes hacer nada. Y te desmayas. Cayendo en un frío suelo y dándote de nuevo en esa cabeza morena ya dolorida. Y él sonríe, se levanta, y desaparece por esa puerta de metal.
Como si yo estuviera muerta.
Como si yo no fuera nadie.
Y en cierta manera, así era.
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—Ya cálmate. —Dije algo enfadada. —No es para tanto. —Rodé los ojos girando la cabeza.
—¿Entonces que vas a hacer?
Miré a mi madre sin entender.
—¿Hacer qué? —Pregunté volviendo a rodar los ojos, sabía lo que vendría ahora.
—Pues hacer con tu vida. —La rubia bufó sonoramente, esa era mi madre. Insufrible.
—Ya pasará.
Vi que con esas palabras acababa de encender algo que costaría apagar. El fuego de una madre enfadada.
—Ya pasará. Ya pasará. —Me imitó mi madre. —Para ti todo es 'ya pasará' y lo único que pasa es ¡la vida! —Gritó focalizando su ira en la última palabra.
—Deja de darle importancia. —Resopleé cansada de tener esta conversación casi cada día.
—¡Es tu futuro!
—Y este es mi presente. —Grité en respuesta. Odiaba el tema. —Si no tengo presente como quieres que tenga futuro.
Había vuelto a suspender. Esta mañana me dieron las notas del colegio y me habían quedado cuatro. Pero no me importaba, sabía que podía aprobarlas de sobras, eran fáciles, pero no tenía ganas de eso, de nada en general.
—¿Y qué vas a hacer? —Siguió hablando mi madre. —¿Cuál es... Tu plan?
—No tengo plan.
Y ahí la perdí.
Sopló, gritó, y volvió a negar con la cabeza.
—¡Eres un maldito caso perdido!
Y se fue. Y me relajé.
—Dime algo que no sepa.